A lo largo de la historia, las “élites” dominantes han mostrado siempre aversión, desprecio y miedo a las culturas políticas disidentes o no-conformistas, independientemente del carácter moderado o radical que dichas culturas podían tener. Nuestra época no hace excepción a la regla. Hay en toda Europa un numeroso “clero” secular, una “clase mediática” que considera el sistema político vigente y los valores que lo sustenta (el mercantilismo, el hedonismo, la homogeneización consumista, el multiculturalismo y el mundialismo) como el horizonte inmejorable del pensamiento político, el fruto acabado del proceso histórico de maturación humana. Dicha clase y sus principales paladines ven cualquier posibilidad de expresión democrática, no conforme con la norma, como un mal que se debe combatir por todos los medios. Cuestionar, rebatir, resistir al “pensamiento de confección” o “pensamiento único” supone por lo tanto afrontar riesgos, censuras, discriminaciones y marginaciones.
Los historiadores no suelen salir inmunes de esta situación. Hannah Arendt decía que los profesores, escritores y artistas son las personas más fáciles de sobornar, aterrorizar y someter. Pero gracias a Dios, en todos los tiempos existen contraejemplos, y valerosas excepciones. Numerosos pseudo-historiadores envilecen a su gremio, pero otros, afortunadamente lo honran. En el elenco digno de aprecio figuran los dos autores del libro que el lector tiene en sus manos. Una obra histórica vale por su grado de rigor, por su importancia científica, cualquiera que sea su coloración ideológica. Por eso la historia del Front National de José Díaz Nieva y José Luis Orella Martínez, –obra rigurosa, ponderada y aséptica–, podría marcar un hito y llegar a ser un clásico de la bibliografía española sobre el tema.[1]
Con amable eufemismo, una de las muestras de sus claras voluntades de evitar cualquier juicio, palabra u opinión excesiva, los autores escriben: “El Front National es objeto de análisis, de crítica, y raras veces de elogio”. Sobre este punto quiero añadir un breve comentario, fundándome sobre mi experiencia de observador-espectador (nunca actor) de la vida política gala desde los lejanos años 1970. La bibliografía rigurosa sobre el Front National es desde luego escasísima en España. Excluyendo la presente obra de Díaz Nieva y Orella, que consigue mostrar tanto las sombras como las luces del FN, no conozco ningún libro publicado en la Península que merezca la pena de ser mencionado. En Francia, la situación es cuantitativamente inversa, debido a las preocupaciones nacionales de los medios de comunicación y al impacto potencial directo del FN. Existe allí una cantidad impresionante de libros, aparecidos a lo largo de los más de 40 años de vida del FN, pero lamentablemente la inmensa mayoría de ellos se limita a reproducir críticas elaboradas en los años 1980. Esto tiene su explicación; los “especialistas” del FN se dividen en cuatro categorías: 80% son periodistas y universitarios militantes socialdemócratas o ex militantes de la ultra o extrema izquierda (preferentemente trotskistas), 15% son periodistas y universitarios simpatizantes de la UMP o UDI (partidos parecidos al PP es-pañol), y un porcentaje marginal son periodistas y universitarios simpatizantes del FN. Finalmente, solo hay un puñado de historiadores independientes, motivados por la tradición científica de rigor, ponderación y probidad, como Díaz Nieva y Orella, que logran entender la complejidad y los claroscuros de su objeto de estudio.
A lo largo de dichos múltiples libros sobre el FN se repiten ad nauseum las mismas afirmaciones, los mismos juicios. Son como mantras que se recitan sin interrupción: “banal clientelismo”, “vulgar demagogia populista”, “falsos tribunos de la plebe”, “actitud desesperada de las categorías profesionales en vía de extinción”, “miedo de los ancianos ante el cambio”, “miedo de los jóvenes sin trabajo”, “miedo de los desempleados sin calificaciones”, “mayor riesgo para la democracia”, “síntoma de una anomalía”, “crisis transitoria”, “patología o enfermedad vergonzosa”, etc. Para legiones de periodistas, el caso está cerrado. Según ellos, estaría probado y comprobado que el FN tiene ideas someras, simplistas y opiniones maniqueas, que sus métodos son demagógicos, que sus argumentos son pura logorrea o incontinencia verbal, que sus simpatizantes y militantes son incultos o mentes burdas, que sus mandos son en el mejor de los casos, mentirosos, ilusionistas o charlatanes, en el peor, perversos, manipuladores, facciosos, fascistas, xenófobos, racistas. En resumen, para estos “especialistas”, cuya presencia en los medios de comunicación es hegemónica, el verbo y la acción de los “populistas frentistas” constituyen una grave interferencia al progreso de la humanidad y conduce directamente a la barbarie.
Un discurso estereotipado, reduccionista y demonizador, altamente sospechoso debido a su alta carga ideológica y propagandística. También un discurso extremadamente problemático porque no explica nada. Oculta la dimensión anti-oligarquica y democrática del populismo frentista e impide entender su origen, su evolución y su progresivo desarrollo. A esto se debe añadir un hecho demostrado por los continuos sondeos y los resultados electorales más recientes: la capacidad cada día más dudosa y limitada de persuadir la opinión pública con semejantes tópicos.
Los politólogos europeos y americanos saben el carácter dual y complejo del populismo. El populismo no es solo sinónimo de espíritu estrecho, xenofobia, chovinismo y anti-intelectualismo. El populismo es también un signo de resistencia a la enfermedad, una garantía del respeto a la democracia, más, una condición de su supervivencia. No tiene la pretensión comunista y fascista de crear un hombre nuevo. No cree en las minorías selectas, actrices del desarrollo. El populismo puede explicarse como la protestación legitima del pueblo insatisfecho, engañado, humillado por los privilegiados del sistema. Es entonces el grito de los excluidos, de los humildes, asqueados por la corrupción moral de los privilegiados del sistema. Es una llamada a servir el interés de la comunidad entera. La retórica populista, centrada a veces en los valores cívico-culturales, otras veces en los valores etno-culturales, se revela siempre profundamente solidarista y democrática. El populismo reivindica la voluntad de acercar los gobernantes a los gobernados. Pretende destruir las barreras que separan a los de abajo de los de arriba. Afirma la voluntad de restituir al pueblo su poder perdido. Proclama la supremacía del pueblo, el carácter sagrado de la soberanía popular. Declara que no hay democracia sin un sólido cuadro histórico y comunitario.
Díaz Nieva y Orella nos advierten que su trabajo “pretende describir y descubrir el origen y evolución” del Front National. Esto lo hacen de manera ejemplar. Explican con múltiples detalles, fuentes y documentos, como un partido de extrema derecha, radical, excluyente y contestatario en su origen, se ha convertido en una posible alternativa de gobierno.
Cuando se fundó el FN, en 1972, los primeros dirigentes provenían de esferas notoriamente diferentes: había jóvenes neofascistas y anticomunistas, antiguos partidarios del régimen de Vichy, contrarrevolucionarios, tradicionalistas católicos, anti-gaullistas radicales, nostálgicos de la Argelia francesa, ex militantes de la OAS, ex miembros de la UDCA partido de Pierre Poujade (un ardiente defensor del pequeño negocio) y unos cuantos otros aluviones políticos.
Veinte años después, la diversidad de los militantes se había incrementado más. En realidad, el FN nunca fue un bloque monolítico. En los años 1980-1990 era el producto de un matrimonio de conveniencia entre nacional-populistas, conservadores-liberales, tradicionalistas católicos, maurrasianos, gaullistas desilusionados, nacionalistas-revolucionarios, miembros del Club de l’Horloge (nacionales-liberales), ex miembros de la “Nueva derecha” y personas inclasificables como el prestigioso cineasta anarquista Claude Autant-Lara o el sociólogo, ex consejero de De Gaulle y Adenauer, Jules Monnerot. Ya en aquella época el patriotismo y el anticomunismo del FN se expresaban en el marco parlamentario y estaban emparentados con el rechazo al paternalismo estatal, la defensa del liberalismo económico, el respeto al Pacto Atlántico y la salvaguardia de la cultura occidental. También eran omnipresentes entonces otras preocupaciones como el desarrollo de la democracia directa y participativa, la defensa del referendo de iniciativa popular, la protección de la familia, el estímulo de la natalidad, y, por supuesto, la lucha contra el terrorismo internacional y la inmigración salvaje de origen extra-europea.
El proyecto del FN se situó desde el principio, y netamente, en el marco del pluralismo político y de la democracia representativa. El FN no repudio nunca la herencia de la revolución de 1789, ni la institución parlamentaria, ni la designación del presidente o del jefe del ejecutivo por la nación. Colocó claramente su proyecto de recuperación nacional en el marco de la Constitución de 1958, limitándose a reivindicar un régimen más presidencial. Dicho de otra forma, los principios de salvaguardia de los valores occidentales, de defensa de la legalidad, de protección de la libertad individual y de respeto a la persona humana, iban siempre de la mano de la defensa de la soberanía, de la identidad y de la consciencia nacional.
Durante las décadas 1980-2000, el FN elaboro un pensamiento patriota, nacional-conservador y nacional-liberal, en el cual la confianza en las leyes del mercado no impedía la exigencia de un cierto intervencionismo estatal. Alzándose contra la Europa tecnocrática y cosmopolita, el FN reivindicaba una Europa de las patrias enraizadas en sus diferentes culturas. Su bestia negra era “la ideología del mercado, último avatar del liberalismo y de la social-democracia,” que “solo concibe al mundo como un vasto mercado poblado únicamente de consumidores”. Muy temprano se declaró opuesto a la ideología de los derechos humanos en la medida que estos “ocultan detrás de un humanitarismo generoso el servicio de intereses particulares en detrimento del interés general”. Una hostilidad poca convencional pero muy en consonancia con las críticas de una pléyade de prestigiosos autores (como Laski, Croce, Mounier, Maritain, Gandhi, etc.) que reaccionaron contra el “carácter irreal, utópico y arbitrario de los derechos humanos”, cuando se adoptó la Declaración universal de 1948.
Ya lo hemos dicho, hubo siempre tendencias encontradas en el FN que coexistieron a veces con dificultades. En el pensamiento nacional-liberal del FN de Jean-Marie Le Pen convivían tradición y modernidad, mundo rural y mundo urbano, campo y ciudad, jacobinismo centralista y autonomismo regional, radicalidad y moderación, cristianismo y agnosticismo, liberalismo y nacional-populismo, europeísmo y anti-europeismo, arabofilia y arabofobia, antisionismo pro-palestino y simpatía por el Estado de Israel, ultraliberalismo thatcheriano o reaganiano y anticapitalismo económico. Solo la fuerte personalidad del indiscutible líder Jean Marie Le Pen, mantuvo mal que bien la cohesión del conjunto, esforzándose aparentemente en encontrar una vía consensual pero imponiendo en última instancia sus opiniones.
A partir de enero 2011, con la llegada de Marine le Pen a su cabeza, se han abierto nuevas perspectivas en el FN. Marine le Pen es mujer de su época. Abogada, madre de tres niños, divorciada dos veces, comparte con su padre un carácter de hierro y unas tendencias contradictorias como el espíritu bohemio, el juerguismo y la adicción al trabajo.
Como presidenta indiscutida del partido, Marine le Pen decide de la línea política. El FN de Jean Marie Le Pen denunciaba preferentemente los excesos del Estado providencial en nombre del equilibrio presupuestario, del control de la deuda pública y de la ética de la responsabilidad. Censuraba la imposición y la ayudantía excesiva, la función pública pletórica y el coste exorbitante de la inmigración masiva. El nuevo FN, de Marine le Pen condena, en nombre de la solidaridad nacional y del patriotismo social, la mundialización, el ultra-liberalismo, la financiarización de la economía, la extensión absoluta del mercado, la sumisión total de la vida a la lógica de la ganancia, el euro sobrevalorado y la “austeridad de Bruselas”. El nuevo FN, propugna la jubilación a los sesenta años, la lucha contra la corrupción y la evasión fiscal de las grandes fortunas, y un amplio programa de ayudas sociales y formación profesional. Defiende la salida del euro y de la OTAN, reclama una nueva política internacional basada en el multilateralismo, la oposición a la hegemonía americana, la preferencia del vínculo continental sobre el transatlántico, y, por supuesto, afirma la voluntad de limitar la inmigración arabo-africano-musulmana y la intención de repatriar los inmigrantes ilegales. Un programa político ambicioso cuyo coste económico es difícil de calcular.
La nueva línea política del FN es claramente republicana, jacobina, laica, social, popular y soberanista, mientras que la línea, indentitaria, etno-cultural, regionalista y europeísta, ha sido relegada (¿provisionalmente o de manera duradera?) a un segundo plano. Además en 2015, un tema particularmente candente opone a los militantes y simpatizantes del FN: la estrategia electoral del partido. ¿Izquierdización, derechización o rechazo de la división derecha-izquierda? Esa es la cuestión. Los unos, abanderados por Marine Le Pen y su consejero gaullista, Florian Philippot, reivindican la estrategia de la ruptura con el sistema “el pueblo ni de derechas ni de izquierdas contra la oligarquía partitocratica”, bajo el signo del renacimiento de la soberanía nacional, de la independencia y del desarrollo social, con el riesgo de alienarse parte del electorado de derechas; los otros, más conservadores, defienden la estrategia de la continuidad, de la consolidación de la división, del fortalecimiento de la “unión con las derechas (los conservadores y neoliberales de la UMP y de la UDI), con el inevitable peligro de contribuir a la desposesión democrática y a la perennización de las elites en el poder.
En el libro de Díaz Nieva y Orella, el lector encontrara una descripción pormenorizada de todas las etapas de la trayectoria del FN desde su creación (1972), con la emblemática figura de Jean Marie Le Pen, hasta la llegada hipermediatizada de su hija menor, Marine Le Pen (2011), pasando por la escisión de Bruno Mégret (1998), marcada por la salida de la mayoría de los dirigentes del partido. También se encontrara una interesante comparación del FN con los varios y numerosos movimientos populistas de Europa.
Con razón, nuestros autores subrayan la trascendencia del proceso de “desdiabolización” impulsado por Marine Le Pen. El FN de su padre era ante todo contestatario; era el espantajo de los electores moderados, utilizado con éxito por los gobiernos socialistas y conservadores para perpetrarse en el poder. El FN de Marine Le Pen ha venido a ser al contrario un partido aglutinador de todos los desilusionados de la mundialización y de la Francia multicultural. Un partido que ha sumado casi un 25% de los votos en las elecciones europeas de 2014 y que aspira a ser el primer partido de Francia por delante de la UMP y del PS. Hoy ya no se puede excluir que llegue a alcanzar un día su objetivo: superar la barrera del 30%.
La acción personal de Marine le Pen, en ese proceso de “normalización” no se puede negar. La líder del FN es una mujer carismática, cuyas apariciones en los medios de comunicación son contundentes y eficaces. Por una parte, tuvo el acierto de limpiar su partido de los elementos más extremistas y nostálgicos. Por otra parte, supo adoptar una línea política clara, sacudiendo y derrocando la división derecha-izquierda, ocupando el espacio dejado abierto por el gaullismo histórico, o, si se prefiere, recogiendo la herencia del gaullismo desdeñado y traicionado por la UMP.
No se debe olvidar lo que ha sido en Francia el gaullismo en los años 1960. El pensamiento político del presidente Charles de Gaulle quería reconciliar la idea nacional con la justicia social. Sabía que no se puede defender realmente la libertad, la justicia social y el interés del pueblo sin defender simultáneamente la soberanía y la independencia política, económica y cultural. De Gaulle encarnaba la versión francesa del nacional-populismo. Pasión por la grandeza de la nación, resistencia a la hegemonía americana, elogio de la herencia de la Europa blanca y cristiana, reivindicación de la Europa de las naciones de Brest a Vladivostok, aspiración a la unidad nacional, democracia directa, antiparlamentarismo, populismo, “ordo-liberalismo” y planificación indicativa, tal era la esencia del gaullismo. El gaullismo de Charles De Gaulle era una de las versiones contemporáneas de la derecha social y popular, muy próxima a la izquierda nacional. Interpretaba, modificaba, corregía, pero guardaba lo esencial: la alianza de la democracia directa y del patriotismo. Y precisamente, uno de los aciertos de Marine Le Pen ha sido reactivar con éxito ese conjunto de ideas, perfectamente asumible por las nuevas generaciones del FN, mientras los antiguos dirigentes se habían definido mayoritaria-mente como anti-gaullistas viscerales.
Dos otros factores han sido determinantes en la progresión del FN. Primero, los efectos de la crisis económica de 2008, los cuales se han sumado a los efectos mortíferos de la crisis social, política y moral de principios del siglo XXI. Segundo, la percepción del FN, por parte de la opinión pública, como única alternativa real al sistema. Hubo un intento de populismo de izquierdas: el Parti de la gauche, el Partido de la izquierda, de Jean-Luc Mélenchon. Un partido que beneficio de cierta benevolencia por parte del gobierno socialista. Pero sus viejas y utópicas recetas colectivistas, así como su altermundialismo multiculturalista y su denuncia suicida de toda política anti-inmigracionista lo llevaron a un estrepitoso fracaso.
En los años 2010, la obsesión de la clase político-mediática francesa es impedir que se vaya imponiendo la idea del “todos podridos”. El FN aterroriza a las llamadas “elites” al ser el partido más votado de los obreros y empleados, y, sobre todo, la única formación política que ataca radicalmente el sistema en todas sus dimensiones. Ese total cuestionamiento doctrinal por parte del FN abarca en efecto cuatro planos : el económico (critica de las deslocalizaciones industriales y de la libre circulación de los bienes y de las personas), el político (denuncia de los Tratados europeos, llamada a los referendos populares), el “social” (condena de la ley de matrimonio de los homosexuales y de la gestación para otros (GPA), promoción de la identidad francesa y lucha contra los extremismos comunitarios), y el diplomático (defensa del mundo multipolar y de la Europa de las naciones y alegato a favor del acercamiento con Rusia).
Fieles a la metodología histórica, Díaz Nieva y Orella ordenan hechos, comparan fuentes, estudian documento, relatan testimonios, y se prohíben categóricamente extraer lecciones superficiales del pasado o sacar conclusiones apresuradas. ¡Prudencia meritoria y razonable! dirán los que saben que la historia es en buena parte terreno de lo imprevisible. Ahora bien, una vez acabada la lectura de este interesante libro es difícil resistir a la tentación de cuestionar el futuro y contemplar acontecimientos futuribles. Frente a la amenaza del populismo frentista ¿Cómo reaccionarán la oligarquía y los partidos convencionales UMP y PS? ¿Impedirán por cualquier medio todo proceso democrático favorable al FN? ¿Reconducirán la estrategia del “miedo al demonio”, del “cordón sanitario”, del “pacto republicano” o del “encierro”, condenando definitivamente el FN al ostracismo? ¿Sabrán canalizar los líderes del FN el descontento creciente de electores indignados por la demofobia de la oligarquía? ¿Encontrarán apoyos o forjaran alianzas con otros movimientos populistas de Europa? A largo plazo ¿Qué impacto tendrá sobre la vida política del Hexágono y del continente, la crisis política, económica y moral, que padecemos desde más de un lustro? A falta de oráculo esperaremos a que el futuro nos traiga las respuestas.
[1]De Le Pen a Le Pen. El Front National camino al Elíseo. José Díaz Nieva y José Luis Orella Martínez. Schedas, 2015.