De cara a las próximas elecciones presidenciales en Argentina.
He aquí el panorama que Alberto Buela, corresponsal de "El Manifiesto" en Argentina, traza de cara a las próximas elecciones de octubre. Un panorama bien desolador, la verdad, salvo en caso de producirse alguna inesperada sorpresa de última hora.
Argentina va a tener elecciones presidenciales recién en octubre, pero desde comienzo de año ya está todo el mundo en campaña. Se perfilan hasta ahora cuatro centros de representación política: el que comanda la propia presidenta Cristina de Kirchner, el del gobernador de la poderosa provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, el del gobernador de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, y el del intendente municipal del Tigre, Sergio Massa.
En la intención de votos, todos muy parejos, está primero Scioli, luego Macri y finalmente Massa. El grupo de la presidenta no tiene candidato por ahora y entonces no mide en las encuestas.
Desde la restauración democrática, allá por diciembre de 1983 con el triunfo del radical (socialdemócrata) Alfonsín, que dicho sea de paso, no terminó su mandato debido al descalabro social que generó, y el interregno de dos años del también radical de la Rúa, que tampoco terminó su mandato por el descalabro social que igualmente generó: todos los gobiernos fueron de corte peronista.
Es decir, que el peronismo, bajo sus distintas variantes, gobernó 25 años de los últimos 32. Lleva un cuarto de siglo gobernando la Argentina.
En esta próxima elección, de los cuatro candidatos, tres son de extracción peronista: el que ponga C. Kirchner, Scioli y Massa y el otro, Macri, es liberal.
Viene la pregunta entonces, ¿quién puede ganar las elecciones de octubre? La respuesta se cae de madura, un candidato peronista.
El que venía pintando bien hasta hace poco era Massa, un antiguo ministro de Cristina Kirchner que creó su propio partido, pero que se olvidó de la inmoralidad congénita de los dirigentes radicales, que con tal de conseguir un puesto en el Estado, traicionan a hijos y entenados.
Los radicales (socialdemócratas) después de Irigoyen (1930) cada vez que estuvieron en el poder del Estado (Alvear, años 30; Illia, años 60; Alfonsín, años 80 y de la Rúa, años 90) no crearon una sola industria, solo crearon puestos públicos. Como dijera Castellani, “empleados nacional vinchuca (chupa sangre), hijos, cuentas, macanas y manteca, hasta que la vejez que los acurruca, los introduce en la parca que los seca”. O la poesía popular: Si vais por el cementerio y veis un cirio encendido, es algún radical que de muerto sigue prendido.
Los radicales post Irigoyen siempre estuvieron estrechamente vinculados a la masonería y el Rotary Club. Su corazón político-cultural está en la ciudad de La Plata, capital nacional de la burocracia de Estado. Dibujada, proyectada y realizada bajo un proyecto edilicio de construcción masónica con la convergencia de los italianos más enriquecidosde la época (1880).
De ahí que el verso popular diga:
La Plata y sus pobres mozos,
ciudad de amigos gravosos y de enemigos gratuitos.
Ciudad hija de tres puntos, con tanto gringo engreído,
que dan ganas: se lo digo,
de subirlos al barquillo.
O cuando le preguntaron a Borges qué era lo que más le gustaba de La Plata, y contestó: “el viaje de regreso a Buenos Aires”.
Massa perdió su carrera antes de largar, porque no tuvo en cuenta la ambición por los puestos públicos de los dirigentes radicales, quienes en el congreso de Gualeguaychú se pasaron en bloque a apoyar al liberal Macri, quien seguramente les prometió el oro y el moro para cuando llegue al poder.
En una palabra, la próxima elección no la gana el peronismo, primero porque ninguno de los tres es genuinamente peronista, y segundo, porque la pierde la oposición por la indolencia, la ambición y la falta de capacidad analítica de los dirigentes radicales.
Todo indica que el ganador será Scioli, que llegará condicionado por el kirchnerismo, hoy en el poder del Estado. Seguramente si lo apoyan, le pondrán el candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires y cosas por el estilo. Pero en el término de uno o dos años Scioli se sacará el lastre que supone gobernar con kirchnerismo y los remplazará por su propia gente, que en términos generales, está muy cerca de los que apoyan hoy a Massa y algunos a Macri. De modo que Argentina se encamina a un gobierno de corte socialdemócrata con coloratura liberal, mientras que hoy es socialdemócrata con coloratura antiimperialista.
En el fondo es el mismo perro con distinto collar. Mientras tanto, el pueblo peronista en el medio como jamón del sánguche (bocadillo).