En Siria hay mucho en juego. No se trata de un simple enfrentamiento entre Gobierno opresor y luchadores por la libertad u oposición democrática, tal y como los grandes medios de comunicación pública nos muestran.
Hay mucho en juego, especialmente para Europa, debido a las consecuencias que de este conflicto se podrían derivar en todo el mundo musulmán, el cual, recordémoslo, se encuentra geográficamente a tiro de piedra.
El Gobierno sirio de Al-Assad es el único gobierno laico árabe en la región que permite vivir en libertad a los cristianos, y, de hecho, el ICC (International Christian Concern), el grupo de vigilancia y control de los derechos de los cristianos en el mundo, basado en Washington, se muestra muy preocupado por la “oposición”, integrada casi en su totalidad por islamistas radicales muy violentos.
Al igual que Europa se vio sacudida por la guerras de religión en la Edad Media, hoy en día existe el peligro real de que se inicie una guerra entre las dos corrientes mayoritarias del Islam (sunís y chiís). El hecho y lugar desencadenante puede ser Siria si no se ponen los medios para impedirlo, y los focos de tensión registrados recientemente en Líbano y Jordania deberían hacernos meditar sobre la rapidez en la propagación de un posible estallido, que se extendería por toda la región, e incluso podría reabrir la guerra en Irak.
Los instigadores serían los mayores pesos pesados políticos de la facción suní, Arabia Saudí y Qatar, la primera por ser la custodia de las dos ciudades sagradas (La Meca y Medina), y la segunda por ser la sede del omnipresente canal televiivo Al-Jazeera (no ha sido casualidad que los rebeldes sirios hayan asesinado a sangre fría y volado a su competencia en Siria).
Las dos teocracias son dos dictaduras con excelentes relaciones con EE UU, con quienes mantienen acuerdos estratégicos en materia económica, de seguridad y defensa, y con quien vienen estableciendo un frente común en las denominadas “Primaveras Árabes”. Qatar mantiene una línea más hostil, y Arabia Saudí más diplomática (quizás por tratarse de tierra sagrada, y en teoría neutral).
Siria es un país donde hasta ahora ha existido libertad religiosa, por lo que hay ahí varias tendencias religiosas que conviven de una forma más o menos pacífica. Siria no es Irán, ni es cierto que el Gobierno de Siria (laico) comparta los objetivos del de Irán (teocracia islámica), aunque sí comparten determinados puntos de vista tácticos y sinérgicos en sus planteamientos geoestratégicos. Pero, y es importante recalcarlo, no son dos Estados similares en absoluto, y su principal nexo de unión es el chiismo que une a la mayoría demográfica iraní, con la élite alauita que gobierna Siria desde el partido Baaz.
Afirmar lo contrario sería caer en un grave error conceptual (incurrido en numerosas ocasiones por la prensa sensacionalista), un error similar a decir que Irán e India son aliados debido a que India le sigue comprando petróleo a Irán. De este modo, al igual que la India tiende a mantener relaciones con cualquiera (incluyendo a Israel e Irán a la vez) que le ayude a mermar influencia y capacidad de maniobra a Pakistán (país con el que se disputa Cachemira), Siria hace lo mismo con Irán por sus contenciosos territoriales con Israel y Turquía.
No podemos olvidar que esta “batalla” se enmarca dentro de la “guerra” geopolítica entre Turquía, Irán y el tándem Qatar-Arabia Saudí por alzarse como potencia dominante en la zona, estando a su vez condicionada por las “Primaveras Árabes” de corte suní y por el apoyo de los EE UU, así como por la creciente fisura entre los judíos de Israel (sabras) y los judíos que viven fuera.