Elecciones en Italia

Por qué ha ganado Berlusconi

El cesar mediático Silvio Berlusconi ha ganado las elecciones en Italia. A sus 71 cosméticos años gobernará por tercera vez a la cabeza de una coalición de derechas denominada en esta ocasión “el Pueblo de la Libertad”, fusión de Forza Italia, Alianza Nacional y 14 formaciones menores. La izquierda moderada de Veltroni pasa a la oposición. El partido comunista se hunde y los regionalistas radicales de la Liga Norte se convierten en pieza clave del nuevo mapa.

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Desde la crisis brutal de los años 90, la política italiana ha ido evolucionando hacia una conformación cada vez más bipartidista. Ese bipartidismo consiste, ante todo, en que dos grandes formaciones actúan como eje para la coalición de partidos que, siendo distintos, comparten suficientes cosas como para llegar a acuerdos concretos en materia de gobierno. Quizá no era la mejor solución para la honda crisis del sistema político italiano, pero, en todo caso, ha estabilizado el paisaje.
 
En lo que concierne a la derecha, esa coalición ha venido siendo encabezada por el magnate de la comunicación Silvio Berlusconi sobre la base de los restos de la antigua democracia cristiana, personalidades de carácter liberal, la muy evolucionada Alianza Nacional, que proviene de las sucesivas transformaciones del neofascismo, y otras incorporaciones de diverso carácter. La argamasa que da solidez a esta coalición se compone de dos materiales muy simples: el liderazgo de Berlusconi, que no es ideológico ni de partido, sino estrictamente político y de proyecto de gobierno, y los acuerdos concretos para repartir los cargos en las instituciones, ya sea en el poder o ya en la oposición.
 
Estas elecciones, como las anteriores, han demostrado que la opinión pública italiana está muy nítidamente dividida en dos: izquierda y derecha, derecha e izquierda, prácticamente al 50% y con muy pocas oscilaciones. Son esas oscilaciones, no obstante, las que determinan la alternancia en el poder. Es un paisaje exactamente igual al que estamos viendo en casi todos los países europeos, España incluida, donde las diferencias cuantitativas entre ciudadanos que votan derecha y ciudadanos que votan izquierda son estadísticamente muy pequeñas. Esta bipolarización de las sociedades europeas, sostenida a lo largo de los años, es quizás el rasgo mayor de la política de nuestro tiempo y es, también, lo que hace que las etiquetas de derecha e izquierda sigan teniendo valor descriptivo a pesar de su creciente vacuidad conceptual.
 
Una derecha singular… ¿y ejemplar?
 
Vista desde España, la posición de Berlusconi puede no parecer envidiable: no tiene un aparato de partido poderoso, no despliega su poder sobre instituciones feudalizadas, se apoya lo mismo en los secesionistas de Liga Norte que en la asociación para el progreso del sur, etc. Y sin embargo, la presencia política de las derechas italianas es permanente. En este contexto, la pregunta sería por qué Berlusconi, consigue ganar pese a carecer de las cosas que en España se dan por imprescindibles: unidad de criterio, presupuestos locales, etc. La respuesta es la siguiente: porque las derechas italianas poseen exactamente aquello de lo que carecen las derechas españolas.
 
Para empezar, allí no hay un sólo partido de derecha que acapara toda la vida política y somete las distintas sensibilidades de la derecha social al aparato de una burocracia autoelegida. En Italia hay muchas derechas; ni siquiera los partidos más “formales” como Alianza Nacional responden a un plano homogéneo, y todas esas corrientes mantienen una presencia social regular, con voz en la plaza pública. Esta voz es precisamente un factor esencial: son muy numerosos los periódicos, revistas, cadenas de televisión, asociaciones, foros, etc., que traducen la opinión de las derechas sobre cualesquiera aspectos de la vida pública. En Italia la presión de la izquierda sobre el poder cultural no es menor que en España, pero la derecha –las derechas- han sabido arreglárselas para mantener viva su voz y que se pueda escuchar casi en todas partes. Se trata, además, de derechas que no tienen miedo a ser llamadas como tales y que no tienen necesidad de parapetarse tras efugios del tipo “centro reformista”.
 
Berlusconi, en fin, ha ganado porque se apoya sobre una base social viva y dinámica, con presencia en la plaza pública y que no tiene que pedir perdón por existir. En esa casa de la derecha italiana pueden coexistir profetas del nuevo orden mundial, cantores del atlantismo proamericano, nostálgicos de Mussolini, el voto católico tradicional, estetas de la identidad europea, separatistas del norte y regionalistas del sur, sin que nadie tenga que pedir perdón por ello. Con toda esta gente no podría formarse un ejército uniforme, pero, por una cuestión evidente de orden práctico, todos pueden ponerse de acuerdo en sostener una misma plataforma electoral que ampare cosas como las libertades personales, una política de inmigración, una política económica, etc.
 
En España no sería imaginable una plataforma política de derechas como la que encabeza Berlusconi, pero sí sería deseable que las distintas sensibilidades de la derecha social (y, por cierto, también las de la izquierda) estuvieran en condiciones de mantener una presencia pública al margen del plúmbeo aparato de los partidos. Fue, por cierto, la partitocracia lo que llevó al colapso en su día al sistema político italiano.

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