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Un anciano árabe vive en Chicago desde hace más de cuarenta años. Le gustaría plantar patatas en su jardín, pero está solo, es demasiado viejo y se siente débil. Así que decide mandar un e-mail a su hijo, que estudia en París, para exponerle su problema:
 
“Querido Ahmed, estoy muy triste porque no puedo plantar patatas en el jardín. Estoy seguro de que si estuvieras aquí, conmigo, podrías ayudarme a remover la tierra y esponjarla. Tu padre que te quiere, Jamil”. 
 
Al día siguiente, el anciano recibe este correo:
 
“Querido padre, por favor, ¡que no se te ocurra tocar el jardín! He escondido ahí lo que tú ya sabes. Yo también te quiero. Tu hijo, Ahmed”.
 
Esa misma madrugada, a las cuatro de la mañana, se presentan en casa del anciano el ejército norteamericano, los marines, el FBI, la CIA y hasta una unidad de élite de los Rangers. Excavan todo el jardín, milímetro a milímetro, y se van con las manos vacías.
 
Algunas horas más tarde, el anciano recibe otro correo de su hijo:
 
“Querido padre, estoy seguro de que la tierra de tu jardín ya está bien removida. Ya puedes plantar patatas. No puedo hacer más. Tu hijo que te quiere, Ahmed”.
 

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