Fraude por el bien del mundo

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Me van a perdonar, pero sí, soy de los que creen que le han robado las elecciones a Donald Trump.

Creo sinceramente que desde hace mucho tiempo se había tomado la decisión de que no se podía dejar al buen albur, es decir, al electorado, el resultado de 2020 por miedo a que Trump, pese al mucho humo y ruido generado, repitiera la victoria de 2016.

Creo que cuando Florida y Texas cayeron en manos del presidente quedó claro que no habría un tsunami azul. Se disparaba el peligro de que los estados del norte, del Rust Belt, inclinaran otra vez la balanza a favor del odiado personaje.

Sospecho que fue entonces cuando saltó la alarma y entró en funcionamiento un plan preparado ya meses cuando no años antes. Y que son la causa de los masivos llamamientos al voto por correo cuyo aumento cubriría bien, con su absurda y siempre distinta regulación, las alegrías operativas preparadas en los puntos de recuento en estos estados frágiles. Las leyes electorales tienen todas el denominador común de invitar literalmente al fraude.

Obviamente no tengo ninguna prueba y si Donald Trump y su equipo legal no las tienen y no las consiguen, no servirá de nada que él y 40, 50 o 70 millones de norteamericanos compartan mi opinión. Entonces será presidente Joe Biden, un manso, corrupto y rijoso personaje que ha flotado confortablemente durante casi medio siglo en “la pomada política” de Washington, incluida la vicepresidencia con el gran falsario Barack Obama, que participó desde el primer momento en la conspiración permanente del equipo de Obama y Clinton para acabar con Donald Trump.

Las conjuras para acabar con el mal sueño que era la presidencia de Trump para “el establishment” habían comenzado nada más superarse la conmoción de la derrota en noviembre de 2016. Para la fecha de la toma de posesión ya planeaban acciones para acabar con el mandato aun no comenzado. Para la historia quedan todas las tramas, escándalos, leyendas y fabricaciones producidas por la administración contra el presidente al que debían lealtad y servicio.

Lo importante, más allá de la larga lista de felonías y falsedades inventadas para las diferentes y siempre fracasadas operaciones con el fin de que Donald Trump no terminara su primer mandato, es entender la diferencia esencial de este choque de trenes con las pugnas políticas del pasado en Washington, en esa capital de la primera potencia mundial, en la que se dirimía el control del sistema por distintas familias del sistema. Ha habido hijos más o menos díscolos del sistema. Y alguno pagó con la vida por intentar estafar al sistema. Pero nunca nadie ha dirigido el sistema siendo tan ajeno al mismo como Donald Trump.

Y ha sido precisamente este intruso el que ha desenmascarado la profunda transformación del sistema que ya está prácticamente conquistado por una Nueva Clase, parafraseando a Milovan Djilas en su denuncia de 1957 sobre la Nomenklatura comunista. El sistema de poder en Washington, es decir ese “lodazal” o “pantano” que Trump prometió drenar y que es el que intenta destruirle a él desde 2016, está ya en poder de las elites surgidas de las universidades neomarxistas que son ya casi todas también en EEUU.

Es la realización del sueño de Gramsci, aquel comunista italiano que marcó el camino de la penetración cultural de las sociedades capitalistas desarrolladas como la forma más eficaz y consistente de la toma de poder comunista. Es la fértil y ya triunfante siembra de aquellos profesores alemanes que desarrollaron los nuevos talleres del pensamiento comunista y que llegaron a EEUU huyendo del nazismo. Con nombres como Horckheimer, Adorno, Marcuse, Fromm o Pollock, fueron los que impusieron esa mezcla de filosofía marxista y freudiana que conquistó todos los campus. Celebrada décadas más tarde como Escuela de Frankfurt, volvió a Europa después de 1945 y también conquistó las universidades europeas.

Medio siglo después de lo que algunos creen su fracaso con el mayo francés del 1968 han llegado a su mayor éxito con la penetración total del sistema capitalista norteamericano y europeo. En EEUU son sus discípulos prácticamente todas las personalidades que desde los 70 salen de las universidades de elite. Obama fue su primer presidente, James Comey su primer jefe del FBI y Kamala Harris será su primera presidente.

Hoy, toda unidad de la administración norteamericana, como todas las grandes compañías, los grandes medios, las redes, las multinacionales tecnológicas, el mundo cultural, tienen sus cuadros dirigentes licenciados de las universidades de elite. Son marxistas aunque no se proclamen como tales y comunistas porque asumen que se ha de utilizar el poder para imponer un sistema igualitarista. Creen en un final de la historia, desprecian el hecho religioso, consideran al hombre un animal receptivo y transformable, en el que todo es producto de acción química o exterior y por tanto modificable.

Estamos ante la confirmación del éxito de ese proyecto filosófico, político y social que fracasó en sus formas más violentas bolcheviques. Pero que se va imponiendo en todo el mundo, medio siglo después del abandono de las vías revolucionarias y del comienzo de la conquista de la supremacía cultural marxista y el poder político en Occidente. Ahora ya con la violencia muy medida para las necesidades de la coacción e intimidación y de forma en general pacífica, subrepticia y paulatina, ganando para su supuesta moderación a fuerzas supuestamente defensoras de la libertad, de las naciones y de la verdad.

Solo un fenómeno tan extraordinario como Donald Trump podía sorprender a este movimiento que avanza sin fisuras y sin pausa por las escuelas, universidades, medios, publicaciones, películas, teatro. Carente de miedo y pudor y con una voluntad personal colosal, Trump puso patas arriba la cacharrería del sistema cuando se está concluyendo el traspaso de poderes de las elites tradicionales a las izquierdistas en el corazón del poder de los EEUU. Nada simboliza mejor esa transición en el sistema que el tándem Biden-Harris.

Sea presidente o no, Biden está con un pie en el asilo. Kamala, la brillante representante de esas elites marxistas, tiene ya el mando.

Lo cierto es que la gran operación canónica globalista contra el hereje Trump no ha respetado nada. Hasta el 14 de diciembre, impugnados al menos siete recuentos, Biden no es más que el elegido de los medios que han sido en todo momento la vanguardia de la agresión a los resultados de 2016. Imaginen si Trump se hubiera declarado vencedor en unas elecciones con siete estados aún en disputa. Habrían ardido todas las ciudades norteamericanas arrasadas por las masas incendiarias y saqueadoras.

Los medios, que han mentido sobre Trump durante cuatro años sin pausa, son quienes han proclamado a Biden y Harris, y el poder socialdemócrata globalista lo ha aceptado sin más con total desprecio al Derecho, a los procedimientos y al sentido común. Nadie excluya una sorpresa catastrófica para todos los precipitados.

Trump los ha sacado de quicio porque ha logrado movilizar a la nación, la identidad, la religión y la tradición, los elementos que hacen único al individuo y por ello celoso de su libertad. No contaban con ello en 2016. Pero ahora no les ha pillado ya por sorpresa y estaban preparados por si Trump lograba la gesta. Y la logró, vaya si la logró. Cuatro años con todos en contra, el presidente Trump ha mejorado significativamente no solo la vida de los norteamericanos sino del mundo. Y ha mostrado claramente dónde están las amenazas para la libertad, en China y en Washington.

Europa está en las mismas manos de los discípulos de la Escuela de Frankfurt que mandan en Bruselas. Decididos a aplastar la reacción nacional que surge en todos los países europeos. Que sienten la amenaza de esta deriva que ha vaciado las democracias, asfixia toda discrepancia e impone desde un centro formas de vida e ideología que nadie ha votado ni elegido. En EEUU está ahora el gran pulso para esas fuerzas que quieren cambiar no solo el mundo, sino al hombre mismo.

Confieso por tanto que yo estoy convencido de que estas fuerzas que quieren imponernos un mundo feliz, como siempre han querido los comunistas y el marxismo en general, han perpetrado fraudes electorales en diversos Estados. Para que no triunfara el mal que encarna Donald Trump. No lo puedo demostrar.

Tampoco puedo demostrar con pruebas que fueron esas mismas fuerzas en su versión más primitiva las que trajeron a España a su actual situación de deriva totalitaria al colocar en 2004 a la cabeza del gobierno a Rodríguez Zapatero. Y que lo hicieron por medio de unas cabezas de turco moras, muchas bombas en unos trenes, 192 muertos y dos mil heridos.

¿Quién ganará el pulso mundial entre la civilización y la utopía/distopía marxista? Eso es algo tan incierto como lo es hasta el día 14 de diciembre el pulso que van a librar quienes pretenden imponer hechos consumados y quienes quieren contar los votos, todos los legales, hasta el final.

© La Gaceta de la Iberosfera

 

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