Un perfil exhaustivo y sin concesiones (I)

Las increíbles proezas del incalificable Hugo Chávez

Abandona el FMI y el Banco Mundial; amenaza con nacionalizar la banca; insulta a Aznar y a Bush. Y a la vez se declara cristiano, quiere desarrollar su industria nacional y aborrece las películas violentas porque contaminan a la juventud y a la infancia. ¿Este hombre es un ultraconservador o un marxista? ¿Cómo calificar a un político que, por un lado, respeta la propiedad privada y, por el otro, amenaza con nacionalizar la banca? Para entender al presidente de Venezuela hay que tirar a la basura los viejos conceptos: ni marxista, ni liberal, ni de derechas, ni de izquierdas. En contraposición con los neocons de América del Norte, he aquí al “neosoc”, el hombre que comanda el nuevo socialismo latinoamericano. Chávez amenaza con nacionalizar la banca extranjera

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CARLOS SALAS 

He entrevistado personalmente a Hugo Chávez tres veces en mi vida, he seguido sus pasos muy de cerca, trato de leer todo lo que se escribe sobre él y confieso que aún no sé qué idea hacerme de este hombre. Es imposible definirle con algún calificativo tradicional porque rompe muchos moldes. 

Sólo sé que es el hombre más importante del continente americano después de George Bush, y por eso me pregunto por qué muchos medios de comunicación no han abierto aún una delegación a Caracas, en lugar de tener corresponsales permanentes en Bogotá, Buenos Aires o México, ciudades en las que no hay nada tan atractivo como Chávez.

Desde que ganó las elecciones presidenciales en 1998, Hugo Chávez ha traído una profunda revolución que ha originado un impacto notable en América Latina. Recuerdo que entonces, junto con otro colega, escribí un perfil de Chávez titulado “¿El nuevo Fidel Castro de América Latina?”, en el cual decíamos que la fórmula política de este mandatario le podía convertir en “el mito del continente”. No nos equivocamos. 

El 2 de febrero de 1999, el día en que tomó posesión, ni el Príncipe Felipe, ni los dieciséis mandatarios iberoamericanos que estuvieron presentes en la ceremonia, imaginaron lo que iba a pasar. Porque Chávez expresaba su admiración por Fidel Castro, líder comunista, pero también por el general Marcos Pérez Jiménez, ex presidente de Venezuela y profundo anticomunista. “Ha empezado la primera etapa para cambiar el sistema político en Venezuela”, me confesó el conservador militar Pérez Jiménez, exultante de optimismo desde su exilio español.

 

De modo que todo el mundo pensó que Chávez iba a traer una especie de peronismo a la caribeña, es decir, un programa social, con rostro cristiano, teñido de patriotismo, y respetuoso con la propiedad privada, el libre mercado y la democracia.  Entonces Chávez citaba más a Dios que al socialismo. “Yo he dicho que gobernaré no sé si un día, una hora..., no sé cuánto, eso lo sabe Dios y lo decidirá el pueblo en su momento”. Hoy cita más al socialismo que a Dios, e incluso más que a Bolívar.

Muchos dirán que el socialismo de Chávez, era algo ya presente desde el primer día de su Gobierno e incluso antes. Es verdad: sus escuadras, con la boina roja, montaban tenderetes en los cuales se vendían libros de Marx y Engels, resúmenes de El Capital, epopeyas de Mao, gestas del Che Guevara, en fin, toda esa bibliografía inservible que estuvo tan de moda en la España de la transición y que ahora no se encuentra ni en los puestos de El Rastro. 

El socialismo de Chávez, pensábamos muchos, era un poco de pandereta. Entendíamos que sus bases estaban plagadas de gente pobre, de los pobres de siempre de Venezuela, de los desheredados, los que viven en los ranchitos, de modo que, ¿qué doctrina les va a impartir? ¿Acaso va a inculcarles las teorías de Adam Smith o de Milton Friedman? ¿Van a leer la biografía de Bill Gates? No, señor. Leían lo que leen las personas que han sido abandonadas por los políticos durante cuarenta años, y que no tienen nada que llevarse a la boca. Libros de esperanza y doctrinas de redención.

De todos modos, pensábamos que si Chávez lograba elevar el nivel de vida de los pobres, no serían nunca más caldo de cultivo de la ideología más nefasta y sanguinaria de la historia, y que, con un poco de optimismo, les pasaría como a los marxistas españoles, que de repente se vieron con piso, coche, vacaciones, puestazo, Visa oro, y se olvidaron de predicar la eliminación de la burguesía, porque la burguesía eran ellos. 

Han pasado ocho años desde entonces, y los pobres de Venezuela, aquellos pobres, siguen siendo pobres. ¿Ha fracasado Chávez?

Y es aquí donde debe empezar el análisis más imparcial de Hugo Chávez y su política socioeconómica. 

Una política ambigua

En los tiempos en que Chávez llegó al poder el precio del barril de petróleo, la savia negra de Venezuela, estaba en unos 16 dólares. ¡16 dólares! Eso suponía que, descontada la inflación, el barril estaba incluso más bajo que en el primer shock petrolero, cuando los árabes lo subieron de 4 a 12 dólares a principios de los setenta. Y encima, para colmo de males, Venezuela había duplicado su población en 30 años hasta llegar a 24 millones de habitantes. Hasta un estudiante de economía sabe qué significa eso: que la tarta se ha reducido y que hay más comensales. 

Eso explica el estado de empobrecimiento de Venezuela, cuya moneda, por entonces, se había devaluado tanto que la gente compraba y vendía pisos en dólares. El 80% de la población era pobre, pero no como los pobres de España, que tienen por lo menos el auxilio de una Seguridad Social gratuita, y ayudas del Estado o de las congregaciones religiosas. Allí estaban abandonados a su suerte entre charcos, barro y casas de cartón. ¡Eso sí que era pobreza!

Quien visitara Venezuela en aquellos años, encontraba que la diferencia entre ricos y pobres se hacía más grande, lo cual, a juicio de cualquier experto, es el caldo de cultivo de cualquier rebelión, que es lo que temían las clases más elevadas. 

Chávez podía reconducir la rebelión por buen camino, controlarla y evitar el enfrentamiento de las clases sociales. Todos esperaban que levantase al país, y respondiera a la confianza que le había dado el pueblo. No le había votado todo el pueblo, pero sí la mayoría y había sido una decisión democrática, guste o no.

Pero para hacer eso hacía falta dinero y Chávez emprendió una prodigiosa campaña internacional para convencer a los países petroleros de que había que subir el precio del petróleo, porque casi lo estaban regalando. Tenía razón. En una entrevista que le hice en 2002, Chávez confesó que se conformaba con que oscilara entre 22 y 28 dólares. Tardaría unos cuantos años en llegar esa cifra, y mientras tanto, a Chávez no le quedaba otra salida que administrar lo poco que tenía. Porque Venezuela, a pesar de ser un país con grandes recursos naturales, se había acostumbrado a importar toda clase de productos. Por poner un ejemplo sencillo, apenas se producía cacao, y eso que en el siglo XVIII el cacao venezolano estaba considerado como el mejor del mundo.  

Sin embargo, las clases medias y altas desconfiaban de Chávez y empezaron una dura campaña de desprestigio por medio de los periódicos, que culminó en el intento de golpe de Estado contra él en abril de 2002 y una huelga general de varios meses. No lo olvidemos: lo primero fue un intento de golpe de Estado. Chávez se encolerizó hasta tal punto que a partir de ahí su lucha contra los  “escuálidos” (los opositores, o lo que Fidel Castro llamaría “gusanos”), se convirtió casi en una guerra a muerte.

Pero eso ahondó la división de Venezuela y el enfrentamiento de clases sociales. Creo que éste ha sido uno de los errores más graves del presidente Chávez, porque antes de su llegada al poder no existía ese odio entre clases. Y Chávez añadió gasolina al fuego. Me acuerdo que en la entrevista (antes del intento de golpe) le pregunté a Chávez si se había olvidado de que era jefe del Estado, y que un jefe de Estado une a las clases sociales en un proyecto común, a las regiones, al pueblo entero, pero sus palabras enfrentaban a unos venezolanos contra otros. “Yo soy muy cristiano y ni la palabra de Cristo tuvo ese poder”, me respondió. “Todo es culpa de un sector minoritario que ha vivido a expensas de los pobres.” 

Además, uno de los estigmas de la democracia parlamentaria es que los políticos tienen que soportar estoicamente los ataques de la prensa, y Chávez, insuflado de una visión santificada, pensó que eso no iba con él. Su misión era sagrada y no se le podía criticar. Por eso pelea todos los días con los medios de comunicación, y Reporteros sin Fronteras ha denunciado varias veces la persecución de los periodistas. 

Mientras se endurecía esta guerra con las clases medias y altas, Chávez se iba agarrando más y más a la utopía socialista influido por Fidel Castro. Cuba enviaba médicos y profesores a Venezuela a hacer labores sociales. Chávez le pagaba con petróleo, se acercaba más a Cuba e insultaba a Estados Unidos, el gran Satán. Recuerden la teoría de Carl Schmitt: en política, no hay cosa mejor que señalar y definir a un enemigo, un enemigo terrible. Ése era Estados Unidos y George Bush. 

¿Y qué hacía Chávez en su propio país?

(Mañana: Mentiras y verdades de una política ambigua)

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