Rusia y Estonia, a bofetadas

La memoria del comunismo aún sangra en Europa

Rusia y Estonia viven su peor crisis desde la independencia del país báltico. La causa: la retirada de una estatua que rendía homenaje a los caídos soviéticos. Esa estatua adornaba el centro de Tallin, la capital estonia. Los estonios la han trasladado a un cementerio militar de la periferia. Los rusos lo consideran un insulto. Ha habido altercados, peleas callejeras, un muerto, 150 heridos, asedios a las embajadas estonias en Rusia y Ucrania… Influyentes voces de Moscú piden la ruptura de relaciones diplomáticas con Estonia. La Unión Europea y la OTAN intentan mediar. Y los problemas no se quedan ahí. Polonia: fuerte polémica por la ley de des-comunistización Lituania quiere depurar a los ex agentes de la

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EMC (Madrid)

Estonia es una de las tres repúblicas bálticas –con Letonia y Lituania-, en el extremo occidente de Rusia, que recuperaron su independencia tras el desmoronamiento de la Unión Soviética. Estonia fue independiente por primera vez en 1918. En 1940 fue invadida por la Unión Soviética. En 1941, por Alemania. En 1944, de nuevo por los soviéticos. Moscú ejecutó una fuerte depuración. Gran parte de la población huyó del país. Muchos fueron deportados a Siberia, acusados de connivencia con los nazis. La cifra de víctimas estonias de la represión soviética es elevadísima: 175.000 personas, casi el 18% de la población. Desde entonces, el país fue sometido a un proceso de rusificación. Estonia recuperó su independencia en 1991; en 1994, las últimas tropas rusas abandonaron el país. La república báltica ingresó en la Unión Europea en mayo de 2004. Después, en la OTAN. Hoy Estonia tiene 1,3 millones de habitantes; de ellos, algo menos de una cuarta parte son rusos o de origen ruso.

Los hechos

En el centro de Tallin, la capital de Estonia, había un monumento conmemorativo de la segunda guerra mundial. Nada especialmente aparatoso: una figura de bronce de unos dos metros y medio, en típico estilo soviético, con esos maxilares cuadrados de hormigón y manos como palas excavadoras, que representaba a un soldado de uniforme. Ese monumento se elevó para honrar la memoria de los soldados soviéticos caídos en la “lucha contra el fascismo”, es decir, en la invasión de Estonia por las tropas de Stalin. La semana pasada, el Gobierno estonio decidió mover de ahí ese monumento, sacarlo del centro y trasladarlo a un cementerio militar en las afueras de Tallin. La operación se llevó a cabo en la madrugada del 27 de abril; en principio, discretamente. 

No obstante, la reacción de la minoría rusa de Estonia no se hizo esperar. Y llegó bastante más lejos de lo previsto. El viernes y el sábado pasados, centenares de manifestantes se lanzaron a las calles. La policía tuvo que intervenir. No fue ninguna broma: entre el viernes y el sábado, más los coletazos del domingo, los enfrentamientos callejeros causaron un muerto, 150 heridos y cerca de un millar de detenidos. Los manifestantes invadieron recintos públicos, asaltaron tiendas, destrozaron estatuas relacionadas con la historia estonia. La policía dominó los incidentes el domingo, pero éstos se extendieron a las zonas de mayoría rusa en el país. En Narva hay cincuenta detenidos. En Kohtla-Jarve se detiene a un hombre que llevaba en los bolsillos una granada de mano.

La escalada 

El Gobierno ruso recibió de muy mala manera el gesto de Estonia. Consideró el traslado de la estatua como una provocación, incluso como un “acto blasfematorio”. Ante la situación de tensión, una delegación de diputados rusos de la Duma (la cámara baja) se traslada a Estonia y se entrevista con sus homólogos bálticos. No se alcanza acuerdo alguno, al revés.

En ese mismo momento, en Moscú, algunos centenares de jóvenes, partidarios del presidente ruso Putin, rodean la embajada de Estonia y bloquean los accesos. Los diplomáticos estonios están sitiados. Una veintena de agitadores irrumpe en los locales moscovitas del semanario Argumenty i Fakty, donde la embajadora estonia, Marina Kaljurand, debía pronunciar una conferencia. La embajadora es perseguida y hostigada en sus desplazamientos al grito de “fascista”. Los manifestantes, que forman parte de las organizaciones pro-Putin Molodaia Guardia y Nachi, anuncian estar dispuestos a “desmontar la embajada de la Estonia fascista”. El funcionamiento del consulado estonio queda interrumpido. Las familias del personal tienen que ser evacuadas. Un automóvil de la embajada sueca que intenta entrar en el recinto es agredido; entra pese a todo, pero vuelve a ser agredido al salir, con la consiguiente protesta de Estocolmo, que llama a su embajador a consultas. El presidente de Estonia habla de una situación de “terror psicológico”. 

El conflicto alcanza un rápido eco en los países de la zona. El presidente polaco, el conservador Lech Kaczynski, expresa su solidaridad a los estonios en llamada a su homólogo Ilves. De paso, el ministerio polaco de la Cultura anuncia una ley que “permitirá retirar eficazmente los monumentos y los símbolos de la dominación extranjera en Polonia”. En Ucrania, por el contrario, decenas de partidarios de la extrema izquierda pro rusa protestan ante la embajada de Estonia en Kiev al grito de “El fascismo no pasará”; hay lanzamiento de objetos e incendio de banderas.

La situación parece lanzada pendiente abajo. El martes 1 de mayo, la delegación de diputados rusos que visita Estonia se entrevista con los manifestantes pro-rusos de Tallin y denuncian a las autoridades estonias por “torturas”. El jefe adjunto de la comisión de Exteriores de la Duma, Leónidas Slutski, declara a la prensa internacional: “Varias ONGs y varios periodistas nos han dicho que aquí, en estos lugares, mucha gente ha sufrido horribles torturas tras los acontecimientos del 27 y el 28 de abril”. Mientras tanto, en Moscú, el alcalde de la capital rusa, Yuri Lujkov, llama a “boicotear” a Estonia, que ha mostrado su “rostro fascista”. Lujkov va más allá: “Cuando vemos lo que pasa en Estonia, y las decisiones que se toman en Polonia y en otros países, no sólo debemos protestar. Proponemos declarar un boicot a todo cuanto guarde relación con Estonia”.  

Los estonios reaccionan con escándalo. Esa misma tarde, el jefe de la diplomacia báltica, Urmas Paet, acusa en conferencia de prensa a la embajada rusa en Tallin de haber inspirado los alborotos: “Antes de los sucesos en Tallin y en otras ciudades de Estonia –explica el ministro-, miembros de la embajada rusa se han citado en lugares extraños, como el Jardín Botánico de la capital, con los promotores de los disturbios”. Paet añade que varios ataques informáticos han obligado al gobierno estonio a cerrar temporalmente sus sitios en Internet, y que esos ataques han sido dirigidos desde ordenadores de la administración rusa.

Por su parte, el primer ministro estonio, Andrus Ansip, habla en el Parlamento y acusa a Rusia de promover un “duro ataque” contra la soberanía de Estonia: “La agresión física contra la embajadora de Estonia en Moscú, los ataques informáticos que provienen de servidores de las autoridades públicas rusas, la bandera estonia destrozada en nuestra embajada, los delegados de la Duma que claman por un cambio de gobierno en nuestro país, todo eso quiere decir que la soberanía de nuestro país está siendo objeto de un duro ataque. Nos hemos dirigido a la Unión Europea pidiéndole que reaccione inmediatamente. Atacar a un país miembro es atacar a la UE entera”.

Las cosas se ponen aún más tensas en la jornada siguiente, el miércoles, cuando Tallin informa que bajo el monumento al soldado soviético han aparecido doce cadáveres, doce cuerpos de soldados; uno de ellos, al parecer, oficial del Ejército Rojo. El ministerio estonio de Defensa se propone hacer lo posible para identificarlos; en todo caso, los doce cadáveres serán trasladados al mismo cementerio militar al que se desplazará el monumento. La susceptibilidad rusa lo considera un nuevo insulto. El jefe de la Comisión de veteranos de guerra en la Duma, Nikolai Kjovalev, que encabeza la delegación rusa en Tallin, declara que el uso de material pesado para desenterrar a los soldados es una “ofensa a la memoria”.  

Una frágil mediación

El ministro estonio de Exteriores había apelado a la protección de la Unión Europea. ¿Quién ocupa la presidencia de turno de la UE? Alemania, país especialmente sensibilizado hacia la memoria de la guerra. Así la canciller Merkel telefonea a Putin e insta al gobierno ruso a proteger la embajada estonia y a su personal. Europa actúa aquí sin fisuras. El portavoz del Ministerio francés de Exteriores, Jean-Baptiste Mattéi, reclama a Moscú que garantice las disposiciones de la Convención de Viena, que protegen a las representaciones diplomáticas y a su personal. La única voz discordante es la del presidente de la asamblea parlamentaria del Consejo de Europa, René van der Linden, que “lamenta” la decisión de desplazar el monumento y “exhorta a las autoridades estonias a respetar los sentimientos de todos los que viven en su país y a tomar inmediatamente iniciativas que conduzcan a la reconciliación y no a la división”. 

La Unión Europea señala que “en el apasionado debate sobre las tumbas de los soldados soviéticos en Estonia, se impone un diálogo objetivo para abordar los problemas en un espíritu de comprensión y de respeto mutuo”. La portavoz de la Comisión europea, Christiane Hohmann, avanza además que una delegación de embajadores europeos –con representantes de la presidencia alemana de la UE, la Comisión Europea y el Alto representante de la UE para asuntos exteriores, Javier Solana- ha pedido ser recibida por el ministro ruso de Exteriores “por solidaridad con Estonia” y “para participar nuestras inquietudes al Gobierno ruso”.

El conflicto sube de tono. Ya no es sólo la UE, sino también la OTAN, a la que Estonia pertenece desde 2004. El jueves 3 de mayo, la presidencia estonia comunica que la OTAN ha expresado su apoyo al país báltico. El secretario general de la Alianza atlántica, Jaap de Hoop Scheffer, ha llamado al presidente Ilves para decirle que la Alianza está con Estonia y que el comportamiento ruso es inquietante: “El desplazamiento de una tumba o un monumento de la segunda guerra mundial es un asunto interno de Estonia”, dice Hoop. La OTAN incluso hace un comunicado público donde califica la situación como “inaceptable” e “insta a las autoridades rusas a cumplir sus obligaciones en el marco de la Convención de Viena sobre las relaciones diplomáticas”.    

La reacción rusa aún embrolla más las cosas. El ministro ruso de Exteriores, Lavrov, no da su brazo a torcer. Según informa el propio Gobierno ruso, Lavrov llama por teléfono a su homólogo estonio, Urmas Paet, el jueves 3 de mayo y poco menos que lo abronca: “Las acciones de las autoridades estonias, con el desmontaje del monumento al soldado liberador, han tenido consecuencias muy negativas sobre las relaciones ruso-estonias. Apelo a las autoridades estonias a abstenerse de nuevas actitudes provocadoras que puedan conducir a deteriorar la situación”. Lavrov tiene estopa para todos. Ese mismo día llama a su homólogo alemán, Frank-Walter Steinmeier, y le “expresa su perplejidad por la ausencia de una reacción adecuada por parte de la Unión Europea hacia las acciones de Tallin, que contradicen los valores y la cultura europeos”. 

Entre los días 17 y 18 de mayo debe celebrarse en Samra, a orillas del Volga, una cumbre UE-Rusia. Los comisarios de la UE han subrayado la importancia de la “estrategia de solidaridad” entre los Estados miembros frente a Rusia. La memoria histórica y la huella del comunismo van a ser un complejo terreno de juego.

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