Pero nosotros ya lo sabíamos

Por fin dicen la verdad sobre la guerra de Irak

Es el petróleo, claro. Pero la novedad está en que el asunto se plantee públicamente y, además, con la mejor conciencia. Lo ha hecho el analista Jim Holt en la London Review of Books. La cuestión es la siguiente: Estados Unidos no piensa abandonar Irak, sino que quiere quedarse, y lo hará a través de las grandes compañías petroleras que ya han tomado posiciones. Eso conseguido, el predominio político, militar y económico norteamericano será para siempre incontestable. Aquí le explicamos el plan norteamericano para dominar el mundo.

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O sea que es el petróleo, ¿verdad? Lo había dicho el ex cerebro económico de los States, Alan Greenspan, en su autobiografía: “Me entristece el hecho de que sea políticamente incorrecto reconocer lo que todo el mundo sabe: la guerra en Iraq se debe fundamentalmente al petróleo”. Y quien ahora lo ratifica, paladinamente, es Jim Holt, columnista de The New Yorker y The New York Times Magazine, que acaba de escribirlo en la London Review of Books. Holt va incluso más allá: la muy criticada invasión de Iraq puede convertirse en el mayor éxito de la historia de los Estados Unidos.
 
Holt titula su artículo “Es el Petróleo” y en él detalla la estrategia de Bush y el vicepresidente Dick Cheney en Irak. El interés principal del artículo estriba en esto: indica públicamente la posibilidad de que la verdadera motivación de la invasión sea el petróleo iraquí, algo que hasta ahora ninguna autoridad norteamericana se ha aventurado a confirmar.
 
Los hechos en los que Holt basa su teoría son bastante indiscutibles: el valor del petróleo iraquí, que se estima en unos 30 billones de dólares; el establecimiento de bases norteamericanas permanentes, como la de Balad; la construcción de la grandiosa embajada de Estados Unidos; el diseño de una ley que contempla la privatización del petróleo iraquí para dejarlo en manos de las compañías occidentales; la firma de varios acuerdos entre la región del Kurdistán y ciertas compañías petroleras, como la norteamericana Hunt Oil.
 
Lo que Holt concluye es que, si esos objetivos se alcanzan, la invasión de Iraq podría convertirse en la mejor decisión nunca tomada por un gobierno norteamericano para garantizar su predominio político y económico en el mundo. Puede que, después de todo, el imperio no haya hecho más que comenzar.
 
El gran tablero
 
La tesis de Holt puede haber sorprendido a una opinión pública demasiado acostumbrada a “pensar” las guerras al estilo Hollywood, es decir, liberación de pueblos oprimidos, lucha contra la tiranía y demás flores del jardín retórico. Pero no habrán llamado la atención a quienes siguen el pensamiento político norteamericano desde los últimos quince o veinte años, cuando vienen sucediéndose los modelos interpretativos que, desde una visión más conservadora u otra más liberal, están tratando de ofrecer un marco que dé razón del nuevo imperio norteamericano.
 
Ya han pasado los tiempos en que un autor como Paul Kennedy podía prever el inevitable colapso del coloso yanqui: no sólo no ha habido tal colapso, sino que el coloso se ha convertido en la única superpotencia mundial. Desde entonces hemos vivido, primero, la propuesta de extensión universal del modelo norteamericano de democracia liberal con la tesis de Fukuyama sobre el “final de la Historia”; después, la idea del “conflicto de civilizaciones” de Huntington, destinada a mostrar los puntos de ruptura del orden mundial y, por tanto, dónde están los enemigos del imperio americano; más tarde, y en un plano mucho más concreto, la propuesta de Zbigniew Brzezinski sobre el tablero –el “gran tablero”- donde de verdad va a jugarse la pugna por el poder mundial, especialmente en lo que concierne a materias primas y fuentes de energía. Las tres posiciones son perfectamente complementarias: para extender universalmente el “modo de vida” americano, que sigue siendo el objetivo eterno de los Estados Unidos –lo es desde sus tiempos fundacionales- y así llegar al fin de la Historia (Fukuyama), es prioritario señalar dónde está el enemigo e identificar los puntos inevitables de conflicto (Huntington), y acto seguido, habrá que apoderarse de la clave del poder mundial (Brzezinski) para que el fiel de la balanza caiga del lado americano.
 
La guerra de Irak forma parte de ese gran tablero. Una influencia decisiva en el área del oriente medio –desde Irak hasta Afganistán, pasando por las repúblicas ex soviéticas de Asia- permitirá a los Estados Unidos controlar sine die los grandes recursos energéticos del medio oriente y sus vías de distribución. Por esa vía, con un centro de poder establecido en el corazón mismo de una de las líneas de choque entre civilizaciones, la hegemonía norteamericana podría ser indiscutible durante largos decenios. Aunque ya sabemos lo que suele ocurrir con los imperios destinados a “durar mil años”.

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