Biden recibiendo a Meloni: "Agradezco a los italianos que te hayan votado".

La derecha populista, esos falsos revolucionarios

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Las predicciones de que la pandemia significaría el fin del populismo y devolvería a los votantes a la corriente política dominante han resultado ser poco más que ilusiones. En EE. UU., las encuestas muestran que Trump supera a Biden. En Europa, mientras tanto, una nueva ola populista de derechas está barriendo el continente.

En las elecciones del pasado domingo, que confirmaron a Vox como tercer partido del país, España estuvo a punto de unirse a Hungría, Polonia, Italia, Finlandia y Austria, y elegir a un partido populista de derechas para el gobierno. En Alemania, mientras tanto, la AfD acaba de elegir a su primer alcalde y administrador de distrito, tras subir al segundo puesto en las encuestas; en Holanda, el recién creado Movimiento Campesino-Ciudadano ganó sus primeras elecciones provinciales en marzo; en Austria, el Partido de la Libertad lidera las encuestas; y en Francia, las encuestas sugieren que Le Pen ganaría ahora una segunda vuelta con Macron.

Este giro a la derecha afectará sin duda a la composición del próximo Parlamento Europeo, que se elegirá el próximo mes de junio. Y los derechistas de toda Europa están entusiasmados. En un reciente mitin de apoyo a Vox, Giorgia Meloni no pudo contener su júbilo, afirmando que "ha llegado la hora de los patriotas" y anunciando "un cambio en la política de Europa".

Parece inevitable que el populismo de derechas desempeñe un papel cada vez más influyente en los próximos años. Pero ¿qué tipo de "cambio" debemos esperar exactamente de estos "patriotas"? Desde un punto de vista cultural, estos partidos no podrían estar más alejados de la corriente liberal-progresista dominante: comparten el apego a las tradiciones y la herencia religiosa de Europa, la aversión a los eurócratas y la oposición a todo lo woke (inmigración, ideología de género, fanatismo verde). Así que podemos esperar un retroceso en estos frentes, tanto en cada país como a escala europea: políticas climáticas más relajadas, políticas de inmigración más restrictivas y menos discursos sobre el sexo.

Sin embargo, en otras cuestiones posiblemente más importantes, estos partidos llamados populistas están peculiarmente alineados con la corriente dominante. En cuanto a la política económica, por ejemplo, casi todos se adhieren a la ortodoxia neoliberal arraigada en la UE: con pocas excepciones, sus programas económicos giran en torno a políticas proausteridad, a favor de la desregulación, antiobreras y antibienestar.

Pensemos en el programa económico del nuevo gobierno finlandés, que incluye amplios recortes sociales, normas para facilitar a las empresas el despido de trabajadores, limitaciones al derecho de negociación colectiva y multas a los trabajadores que hagan huelga. Del mismo modo, el programa económico de Vox tiene sus raíces en lo que Miquel Vila ha llamado "un tipo especial de neoliberalismo español [que favorece] la desregulación económica mientras apoya a un conglomerado de grandes empresas dependientes de contratos gubernamentales". Lo mismo ocurre (con ligeras variaciones) con varios partidos populistas de derechas, desde el Partido de la Libertad austriaco hasta la AfD y los Hermanos de Italia de Meloni.

Hay excepciones, por supuesto. Le Pen, por ejemplo, cree en un programa redistributivo moderado de orientación keynesiana basado en el intervencionismo estatal, la protección social y la defensa de los servicios públicos; en el pasado ha fustigado la lógica "neoliberal" de muchas de las propuestas de Macron. Incluso la política económica de Viktor Orbán —que ha incluido la limitación de los precios de los productos básicos en respuesta a la galopante inflación— ha desafiado a la ortodoxia en ciertos aspectos.

Sin embargo, en general, hay pocas razones para creer que esta oleada populista de derechas vaya a dar lugar a un cambio importante de la política económica. Y esto es muy problemático, dado que la mayor parte del apoyo a estos partidos no procede de votantes hartos del wokismo —aunque sin duda eso desempeña un papel—, sino de quienes están angustiados por su situación socioeconómica y su falta de seguridad económica. En un momento en que millones de europeos luchan contra la inflación y la caída de los salarios reales, cualquier partido que quiera sobrevivir al próximo ciclo electoral también tendrá que dar respuestas a la mayoría de los votantes que esperan un beneficio material de su voto. En este sentido, el hecho de que la mayoría de estos partidos se aferren a la ortodoxia económica no augura nada bueno para su futuro, ni para el de los millones de europeos que luchan por salir adelante.

Dicho esto, incluso los partidos que optarían por desafiar el statu quo económico tienen que enfrentarse a la muy limitada autonomía que tienen hoy los países, especialmente en la eurozona. Esto está relacionado con un aspecto aún más sorprendente del populismo de derechas contemporáneo: por mucho que les guste despotricar contra los "burócratas de Bruselas" y las "élites globalistas",

Casi todos han eliminado de sus programas cualquier mención a la salida de la UE y/o del euro

prácticamente todos han eliminado de sus programas cualquier mención a la salida de la UE y/o del euro (en la medida en que alguna vez lo hayan hecho). Hoy en día, los populistas de derechas son todos eurorreformistas que hablan de "cambiar la UE" desde dentro. Esto representa un cambio significativo en comparación con la primera oleada populista europea de mediados de la década de 2010, cuando muchos de los entonces principales partidos populistas —el Frente Nacional, la AfD, la Liga Norte, el Movimiento Cinco Estrellas, incluso Fratelli d’Italia— pedían abiertamente la salida de sus respectivos países de la UE o del euro.

Esta evolución se formalizó efectivamente en julio de 2021, cuando todos los principales partidos populistas de derechas de toda Europa firmaron un documento por el que acordaban trabajar en el marco de la UE. Esto supuso inevitablemente un cambio de enfoque, pasando de las cuestiones socioeconómicas —sobre las que los Estados miembros tienen poco control— a otras más culturales: al retirarse de la batalla por la soberanía nacional, no tuvieron más remedio que plantear sus desafíos al statu quo y a la propia UE en términos estrictamente culturales e identitarios. De ahí que el documento reivindicara la necesidad de que las naciones europeas "se basen en la tradición, el respeto a la cultura y la historia de los Estados europeos, el respeto a la herencia judeocristiana de Europa y a los valores comunes que unen a nuestras naciones". La cuestión no es si se está de acuerdo o no con esto, sino la forma en que la UE ha conseguido desplazar la oposición del terreno socioeconómico al identitario, es decir, a las guerras culturales.

Este énfasis se produjo por varios factores, pero uno crucial fue la aplastante respuesta de la UE al primer gobierno populista que intentó desafiar su dominio: el gobierno Liga-Cinco Estrellas surgido de las elecciones italianas de 2018. En aquel momento, la UE recurrió a una amplia gama de herramientas —incluida la presión financiera y política— para impedir que el gobierno se desviara del statu quo económico, provocando finalmente el colapso de la coalición en poco más de un año. La experiencia demostró que

Los márgenes para que un país individual desafíe el marco económico de la UE son casi nulos

los márgenes para que un país individual desafíe el marco económico de la UE son casi nulos, al menos en el contexto del euro.

De los partidos "nacionalistas" y "patrióticos" supuestamente dedicados a recuperar el control de Bruselas, cabría haber esperado una mayor conciencia de la necesidad de separarse de la UE, algo que el Brexit había demostrado que era factible. En lugar de ello, llegaron a la conclusión contraria: que la UE es tan poderosa que no hay más alternativa que aceptar su existencia. Las trágicas consecuencias de esto las ejemplifica el gobierno de Meloni: un gobierno nominalmente "soberanista" que no tiene más remedio que seguir las políticas dictadas por la Unión Europea (y la OTAN), mientras se dedica a una retórica vacía de guerra cultural. Simboliza el destino inevitable del populismo de derechas en el marco del euro: convertirse en una versión antiwoke de la corriente económica dominante.

Las esperanzas de cambiar la UE "desde dentro" mediante las elecciones europeas son igualmente ilusorias. Podrían tener sentido si la UE fuera un Estado federal de pleno derecho con un parlamento verdaderamente soberano. Pero no lo es. De hecho, el Parlamento Europeo tiene poderes relativamente limitados: a diferencia de los parlamentos nacionales, ni siquiera tiene poder para emprender iniciativas legislativas. Se trata de un poder reservado casi por completo al brazo "ejecutivo" de la UE, la Comisión Europea, que no es elegida y promete "no solicitar ni aceptar instrucciones de ningún gobierno ni de ninguna otra institución, organismo, oficina o entidad". Y aunque el Parlamento Europeo tiene poder para aprobar o rechazar (o proponer enmiendas a) las propias propuestas legislativas de la Comisión, esto no cambia el hecho de que tiene relativamente poco control sobre las acciones de la Comisión. Tiene aún menos control sobre el Banco Central Europeo, que en última instancia ejerce el poder de vida o muerte sobre los gobiernos de la zona euro.

Los patriota europeos y la guerra de Ucrania

Pero, aunque la economía no fuera un factor tan importante, hay una razón mayor para ser escépticos sobre la esperanza de vida de la ola populista de derechas. En lo que quizá sea la cuestión más importante para el futuro de Europa —la guerra de Ucrania y el posicionamiento geopolítico del bloque—, los partidos están profundamente divididos. La mayoría de los partidos nórdicos, bálticos y orientales, al igual que sus equivalentes de la corriente dominante, son firmes partidarios de estrechar los lazos con la OTAN, aunque lo mismo ocurre con Vox y Meloni. Luego están los que se oponen firmemente y están a favor de volver a normalizar las relaciones con Rusia, sobre todo Orbán, Le Pen y el Partido de la Libertad austriaco. Y luego están los que están profundamente divididos sobre la cuestión, como la AfD.[1]

En el fondo, estas divisiones simplemente reflejan los intereses económicos y geopolíticos, a menudo divergentes o incluso opuestos, que caracterizan a los Estados miembros de la UE. Si los populistas de derechas piensan que estas diferencias pueden anularse en nombre del antipopulismo —y sintetizarse en una política europea común—, están operando bajo el mismo engaño eurófilo que la corriente dominante ha estado vendiendo durante los últimos treinta años. En última instancia, sólo hay un proyecto capaz de ofrecer un programa verdaderamente populista, en términos materiales y no simplemente culturales: un proyecto centrado en reclamar la soberanía nacional y la democracia a la UE. Es una tragedia, por tanto, que los populistas de derechas europeos hayan renunciado prácticamente a tal proyecto.

© UnHerd

[1] Donde parece claramente errar este, por lo demás, excelente artículo es en lo relacionado con la AfD alemana. No tenemos suficientes elementos para juzgar si su posicionamiento económico es tan liberal como lo pretende el autor. Sin duda lo fuera en sus inicios, aunque parece también haberlo dejado de ser, o encontrarse en todo caso sumamente limitado.

De lo que en cualquier caso no cabe duda es de la resuelta posición de la AfD en contra del apoyo a la OTAN y a Ucrania.

 

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