José Tomás triunfa en Barcelona

“¡Viva la Fiesta Nacional!”

Lo que ayer pasó en Barcelona va mucho más allá de una simple corrida de toros. La inmensa expectación despertada por la reaparición de José Tomás; con las entradas agotadas dos horas después de haberse puesto a la venta hace meses; con más de doscientos medios de comunicación nacionales y extranjeros cubriendo el acontecimiento (el Wall Street Journal, la BBC, Le Monde...); con los periódicos proclives al separatismo teniendo que cambiar bruscamente de política y ponerse a alabar lo que abominan (véase la portada de este domingo de La Vanguardia): todo ello marca, como nos decía Fernando Sánchez Dragó, un profundo “antes” y “después”.

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JAVIER RUIZ PORTELLA. (Barcelona)

Estaba el quinto toro en el albero –ayer, en Barcelona, en el más gran acontecimiento taurino..., y social, cultural y político acontecido en mucho tiempo. Estábamos en medio de la sobrecogedora faena de muleta de José Tomás a ese quinto toro, cuando se hizo de pronto uno de estos silencios que le ponen a uno los pelos de punta y de los que las plazas de toros tienen el secreto: una multitud vociferante de veinte mil almas se calla de repente como un muerto; en toda la plaza no se oye­ nada..., salvo el pálpito de la inminencia de algo..., de algo muy grande... o de algo muy tremendo, si es acaso la muerte lo que llega (como ayer, por dos veces, hubiera podido perfectamente llegar cuando fueron cogidos José Tomás y Cayetano Rivera). Muda toda la plaza, expectantes todos ante el próximo pase del maestro, estalló de pronto una voz: “¡Viva la Fiesta Nacional!”. “¡Viva!”, corearon al unísono las veinte mil almas, mientras ondeaban frenéticas las banderas tanto españolas como catalanas (pero éstas sin la infamante estrella separatista) que algunos espectadores habían traído consigo. Si alguien hubiera gritado “¡Viva España!, ¡Visca Catalunya!”, la respuesta hubiera sido igual de clamorosa. 

“Créeme,  a partir de hoy ya nada podrá ser igual –me decía a mi lado Fernando Sánchez Dragó–. No, no exagero, Javier: algo importante cambia a partir de hoy en la historia de España. Toda esta plaza llena hasta la bandera, toda la expectación, todo el fervor despertado... ¡Más de doscientos medios nacionales y extranjeros cubriendo la corrida! Nunca se había visto nada igual. Y fíjate la forma en que los medios y las autoridades, aquí en Cataluña, han tenido que dar marcha atrás. ¡Increíble! ¡Hay que ver lo hábiles que son! ¡Hoy mismo, media portada de La Vanguardia, más dos editoriales y tres páginas interiores dedicadas a José Tomás! Cuando uno piensa que hasta hace poco querían prohibir la Fiesta Nacional en Cataluña...”.

Me lo decía Dragó entre el segundo toro –después de una faena clamorosa, José Tomás lo acababa de pasaportar de una estocada no del todo ortodoxa que le privó de la segunda oreja– y el tercero, con el que se luciría el joven Cayetano Rivera, el otro gran triunfador de la tarde: él y José Tomás (cada uno cortó tres orejas) saldrían a hombros por la puerta grande, en tanto que el tercer diestro, Finito de Córdoba, cuajaría una más discreta actuación. 

“Bien, Fernando, pero hablando de la corrida propiamente dicha, ¿tú encuentras alguna palabra con la que calificar el toreo de José Tomás? –le preguntaba yo después de que, en el quinto, el diestro de Galapagar hubiera puesto la plaza boca abajo manejando con una pasmosa mezcla de arte, valor y conocimiento de los terrenos un toro bravo, pero difícil y de corta arrancada, al que, después de unas manoletinas de pasmo, mató en la poco practicada suerte de recibir (una suerte que Cayetano Rivera también practicó, y de modo fulminante, con el sexto de la tarde, un toro tan excelente que fue premiado con una vuelta al ruedo, y con el que Rivera efectuó una apabullante faena)–”.

“Los taurinos –me contestó Dragó– tienen una palabra para esta cosa inexpresable a la que te referías: el ‘soplo’, lo llaman.”  

“Ya, o el ‘ángel’ o el ‘duende’... –apostillé por mi parte–. Cosas inexpresables, como bien decías. Tan inexpresables en el toreo... como en cualquier arte.”

Dejémoslo así: no intentemos coneptualizarlo, porque no se puede, porque la cosa no se deja. Hablemos, si acaso, de este toreo –y de este torero– ensimismado, como ausente y con aires de místico; hablemos de estos derechazos de ensueño, de estos trincherazos desmayados, de estos naturales tan hondos como vaporosos que hacen que todo se quede como gravitando... allá..., muy lejos. Hablemos, si se quiere, de esa “música callada” del toreo que obligó a que el público, gritando, silenciara una vez más la otra música, la de la banda. 

Y hablemos también del “torero espiritual”, del torero (¿cómo podría ser, si no?) cuyo espíritu es lo suficientemente grande como para haber comprendido, por ejemplo, hasta qué punto las corridas televisadas convierten en mero espectáculo lo que es rito verdadero. El “torero espiritual”: el único que ha prohibido, por consiguiente, que se televisen sus corridas –perdiendo con ello considerables sumas de dinero. El “torero espiritual”: ese hombre con el que hablábamos, ya en su hotel, después de la corrida; ese hombre que nos decía toda su emoción por haber reaparecido en semejante tarde, al tiempo que parecía como apabullado bajo el peso de tanto éxito y de tanta responsabilidad. El “torero espiritual”: ese hombre que, por todo ello, es el único torero que se niega a dar entrevistas y quedar preso del engranaje de ese gran circo que, en los toros como por doquier, es el show system.

El “torero espiritual”: el torero que, reapareciendo y triunfando hoy en Cataluña, se ha convertido, a su vez, en el “torero cívico”: en el que más ha hecho por España, por Cataluña y por la Fiesta Nacional. 

NOTA.– Me olvidaba. Al entrar en la plaza era posible oír los bramidos (apagados por el rumor de veinte mil seres humanos) de unos pocos cientos de cabezas de ganado empeñadas en calificar de “asesinato” (después de haberse zampado su buen bistec) la lidia de unos animales que, a diferencia de los que ponen en pie de igualdad la humanidad y la animalidad, tienen la bravura entre sus características. Ninguna de sus acciones, y ninguno de los anuncios de los “Comités antitaurinos” publicados a toda página en los periódicos de Barcelona –acciones todas ellas subvencionadas con unos 15 millones de euros por la Generalidad– ha conseguido que ni un solo aficionado dejara de abarrotar la Monumental.

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