Parecen simpáticos, divertidos incluso a primera vista. ¡Ay que ver con qué gracia ridiculizan la filosofía! Conozco incluso a un buen amigo que dice que uno no tiene que ponerse nervioso por tales cosas. Se puede, desde luego, se debe incluso hablar con humor, ironía y recochineo de todo, hasta de las cosas más grandes. (Aristófanes, por ejemplo, se burló con saña y con razón de Sócrates…) El problema no está ahí. El problema está en el tonillo entre insolente y barriobajero con que esta chusma —prototipo de la insolencia del hombre-masa— lo hacen. El problema está en que toda esa gente no tiene ni pajotera idea de lo que están hablando o canturreando. Y se atreven, sin embargo, a tocarlo; se atreven a meter sus pringosas manos ahí. No hay nada más atrevido, ya se sabe, que la ignorancia.