¿Para no herir a los afroamericanos musulmanes?

Norteamérica silencia el bicentenario del fin del tráfico de esclavos

Sorprendente: los norteamericanos apenas han concedido el menor relieve al bicentenario de la prohibición de importar esclavos a los Estados Unidos. Han celebrado con gran aparato la incorporación de Louisiana (2003) y el fin de la segunda guerra mundial (2005), pero apenas han prestado atención oficial a este otro acontecimiento. Lo acaba de denunciar el historiador Eric Foner en el New York Times. Dicen las lenguas de doble filo que se pretendía no molestar a quienes hasta fecha reciente han seguido manteniendo viva la esclavitud, y especialmente a los países árabes. Pero hay más: buena parte de la población negra norteamericana es, hoy, musulmana. Esta es la historia.

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La sociedad norteamericana, como la española, abunda en actos conmemorativos. Raro es el año que no hay una gran celebración con amplio apoyo oficial. En 2003 conmemoraron el bicentenario de la incorporación del Estado de Lousiana a la Unión. En 2005, el quincuagésimo aniversario del fin de la segunda guerra mundial. El 1 de enero de 2008 tocaba otro acontecimiento: el bicentenario de la prohibición de importar esclavos a los Estados Unidos, asunto especialmente relevante si se tiene en cuenta el elevadísimo número de norteamericanos que desciende directamente de los esclavos negros llevados allá entre los siglos XVII y XIX. Pero curiosamente, esta conmemoración ha quedado vacía. Y por eso un historiador de gran relieve en los Estados Unidos, Eric Foner de la universidad de Columbia, ha publicado en el New York Times un artículo (“Forgotten Step Toward Freedom”) en el que se lamenta de semejante olvido, que pone en contraste con las celebraciones en Gran Bretaña por el bicentenario del fin del tráfico de esclavos.
 
Los movimientos contra el tráfico de esclavos alcanzaron gran importancia en Gran Bretaña en 1780. El parlamento británico se planteó en 1792 la prohibición del tráfico. Ésta llegó finalmente en 1807, y fue decisiva para que posteriormente se aboliera ya no el tráfico, sino la esclavitud en sí misma.
 
Se calcula que en la era de la esclavitud once millones de africanos fueron capturados como esclavos y enviados a América a lo largo de cuatro siglos. De ellos sólo el 5% fueron vendidos en los Estados Unidos, pero ese tráfico se concentró en muy pocos años, entre 1750 y 1800 especialmente. Decenas de miles de africanos llegaban a los puertos de Nueva York y Nueva Inglaterra para ser revendidos en las plantaciones de Carolina del Sur y de Georgia. El hecho del comercio de esclavos fue uno de los grandes asuntos de debate en la convención constitucional de 1787, con los Estados Unidos ya independientes, y dio lugar a distintos pleitos que finalmente condujeron a la prohibición de prohibir nuevos esclavos en 1808.
 
Como es sabido, la abolición de la esclavitud no llegaría formalmente hasta después de la guerra de Secesión. Aún así, la población negra permanecería en numerosos lugares sin derechos civiles. No obstante, la fecha del 1 de enero de 1808 ha permanecido como referencia histórica, y muy especialmente para la población afroamericana, que frecuentemente la celebra como alternativa al 4 de julio, día de la independencia.
 
¿Por qué este bicentenario ha pasado prácticamente bajo el silencio oficial? Aunque Foner no lo dice en su artículo, otros comentaristas en el ámbito de la Historia académica sostienen que se trata de no herir los sentimientos (siempre tan susceptibles) de los musulmanes, principales proveedores de esclavos africanos durante siglos y que siguieron manteniendo la esclavitud hasta fecha reciente; de hecho, aun hoy existe la esclavitud en lugares como Sudán. ¿Se trata de no molestar a los países árabes? Es bien sabido que los Estados Unidos mantienen excelentes relaciones con Arabia Saudi, los emiratos del Golfo, etc., pero parece que el asunto hay que interpretarlo más bien en clave de política interior: una porción no insignificante de la población negra de los Estados Unidos se ha convertido hoy precisamente al islam, es decir, la religión que profesaban los vendedores de esclavos y cuyos preceptos nunca consideraron punible ese tráfico. En el complejo equilibrio multicultural de la sociedad norteamericana, no sería fácil explicar hoy la siguiente paradoja: hace doscientos años, los Estados Unidos decidieron prohibir que se comprara a traficantes musulmanes unos esclavos negros cuyos descendientes se están haciendo musulmanes a su vez.

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