Curzio Malatesta
Era la Esparta en la que nació Licurgo una sociedad aristocrática como otras similares de la época, con diferentes familias nobles, en torno al rey, que poseían riquezas y tierras desiguales, trabajadas por los esclavos (hilotas).
Había violencia, desgobierno y luchas intestinas. Muerto el rey Polidectes, Licurgo sería regente hasta que el sucesor alcanzase la mayoría de edad. El heredero fue salvado por el ingenio de Licurgo, ya que su madre pretendía abortarlo, proponiéndole secretamente ser reina consorte con él. Licurgo demostró ya entonces las virtudes patrióticas y el desinterés personal que lo harían tan querido por su pueblo. Cuando Leobotas nació, les dijo a los espartanos: “¡Os ha nacido un Rey!”.
Pero la gente aún desconfiaba de su virtud, pues el virus de la envidia y la codicia no había sido extirpado todavía de Lacedemonia. Para demostrar que nada quería para él, decidió peregrinar hasta que Leobotas llegase a la mayoría de edad. En sus viajes por Creta y Jonia observó las costumbres de los lugares y conoció a sabios y políticos. En la Jonia descubrió los poemas de Homero, que copió con ansia, siendo el primero que los dio a conocer en profundidad en Grecia. Aquiles, el héroe homérico, sería adorado como un dios por los espartanos.
Cuando volvió a Grecia visitó el Oráculo de Delfos y, habiendo consultado al dios y hecho sacrificio, volvió con aquel tan celebrado oráculo en el que la Pitia le llamó caro a los Dioses, y dios más bien que hombre, y le anunció que, consultado sobre buenas leyes, Apolo le daba e inspiraba un gobierno que había de aventajar a todos.
Sintetizó sus ideas observando una colmena de abejas. Todas unidas, el bien de la colmena está por encima del de cualquiera de sus individuos. Jerarquizadas en castas y organizadas con instintiva lealtad en torno a su reina. La vida fuera de su comunidad no tiene sentido.
La eunomia.
Bajo la eunomia (buena ley) la aristocracia se fundió con el resto de ciudadanos y los hoplitas (infantería) sustituyeron a la caballería de los nobles. El gobierno recayó sobre dos reyes, uno perteneciente a la dinastía de los Agiadas y el otro a la de los Europóntidas, enraizadas ambas, según la Tradición, en dos gemelos descendientes de Heracles. Los miembros de ambas familias no podían contraer matrimonio entre sí y sus tumbas se hallaban en lugares distintos. Ambos reyes tenían igual rango.
Luego estaba la capella, asamblea de los iguales, de la que poco sabemos. Y el órgano más importante: la gerusía o consejo de ancianos, constituida por los dos reyes y por otros veintiocho hombres mayores de sesenta años. Su papel era de gran importancia y no rendía cuentas a nadie. Los ancianos constituían también una especie de tribunal supremo que juzgaba los delitos y podía imponer la pena de muerte o la pérdida de los derechos cívicos.
Sólo el mérito habría de diferenciar a los espartanos. La moneda se cambió por una de hierro cuyo valor era tan pequeño que para acumular una pequeña cantidad de riqueza hacía falta enormes cantidades de la pesada moneda, de manera que resultaba ridículo hacerlo. Las tierras se redistribuyeron en partes iguales. El trabajo manual y el comercio se dejaban a los hilotas, y se prohibían para los espartanos. Tuvieron desde entonces la codicia y el trabajo manual como cosas de esclavos.
Los hijos de Esparta compartían todo con el Estado, incluso las comidas se hacían en una asamblea pública, aportando cada cual una parte equitativa del banquete. Tenían mucho tiempo libre que jamás gastaban en sí mismos, sino en grupo, cazando, haciendo gimnasia, entrenando tácticas de combate y, sobre todo, practicando su más famoso arte: la concisión en el lenguaje.
El laconismo, las chanzas y los poemas marciales
Los espartanos no estropeaban el silencio, se les exigía concentrar el máximo de significado en pocas palabras. Frases agudas como el aguijón de una abeja: el laconismo (de Laconia o Lacedemonia, el país de los espartanos).
Licurgo parece que era también hombre de pocas palabras y muy sentencioso. Por ejemplo, en cuanto a gobierno, cuando a uno que deseaba se estableciese la democracia le respondió: “Establece tú primero democracia en tu casa.” Y en cuanto a los combates, que dijo: “no había prohibido a sus ciudadanos otras contiendas que aquellas en que no se extiende la mano”.
Arquidámidas, a uno que preguntó cuántos eran los Espartanos, le respondió: “Los bastantes, oh huésped, para acabar con los malos”.
Además disfrutaban de la agudeza del lenguaje y las chanzas. Se les pedía saber aguantar las ironías y parar éstas cuando debían.
Plutarco escribe: “…formándose tres coros en las fiestas, según las edades, empezando el de los ancianos, cantaba: Fuimos nosotros fuertes y animosos cuando gozamos de la edad lozana. Respondiendo el de los hombres de florida edad, decía: Nosotros hoy lo somos: quien lo dude, venga, y la prueba le estará bien cara. El tercero de los mocitos: Nosotros lo seremos algún día, y a todos os haremos gran ventaja. Finalmente, si alguno pusiese la atención en los poemas lacónicos, que todavía nos quedan algunos, y examinase sus ritmos marciales, los que cantaban a la flauta al tiempo de embestir a los enemigos, juzgaría que no sin razón unieron Terpandro y Píndaro la fortaleza con la música; porque el primero cantó de los Lacedemonios: Florece allí de juventud el brío, la dulce musa y la justicia franca.”
Nacer en Esparta
Los hijos no pertenecían a sus padres, sino al Estado. Al nacer eran observados
Por un consejo de ancianos que arrojarían al bebé a un lugar profundo junto al monte Taigeto si lo hallaban monstruoso y con deformaciones. Las madres los lavaban con vino, pues se creía que éste provocaba convulsiones en los niños que eran débiles y no prevalecerían, mientras que los sanos se comprimían con él y se hacían más fuertes.
Había también en las nodrizas su cuidado y arte particular; de manera que criaban a los niños sin fajas, procurando hacerlos liberales en sus miembros y su figura; fáciles y no melindrosos para ser alimentados; imperturbables en las tinieblas; sin miedo en la soledad, y no incómodos y fastidiosos con sus lloros.
- “¿Cómo vosotras solas las Espartanas domináis a los hombres?”- Preguntó una forastera, admirada por la liberalidad de las mujeres espartanas.
-“También nosotras solas parimos hombres”- Le respondió Gorgo, mujer de Leónidas.
Y es que las mujeres espartanas eran fuertes y de costumbres liberales, solían mostrarse desnudas ante los hombres (y éstos ante ellas), y opinaban de política entre ellas, al contrario que las atenienses. Madres fuertes, que daban hijos fuertes.
A la edad de siete años, eran repartidos en clases y se hacían compañeros y camaradas, acostumbrándose a entretenerse y holgarse juntos. En cada clase se puso por cabo de ella al que manifestaba más juicio, era más adelantado y tenía más coraje en sus luchas, al cual los otros le tenían respeto, obedecían y sufrían sus castigos. Los más ancianos observaban y supervisaban sus juegos promoviendo riñas y peleas entre ellos, juzgando la capacidad de obedecer y mandar, el valor y la perseverancia en las luchas de cada uno.
De letras no aprendían más que lo preciso; y toda la educación se dirigía a que fuesen bien mandados, sufridores del trabajo y vencedores en la guerra; por eso, según crecían en edad, crecían también las pruebas, rapándolos hasta la piel, haciéndoles andar descalzos y jugar por lo común desnudos.
Cuando ya tenían doce años no gastaban túnica, ni se les daba más que una ropilla para todo el año; así, macilentos y delgados en sus cuerpos, no usaban ni de baños ni de aceites, y sólo algunos días se les permitía disfrutar de este regalo. Dormían juntos en fila y por clases sobre mullido de ramas que ellos mismos traían, rompiendo con la mano sin hierro alguno las puntas de las cañas que se crían a la orilla del Eurotas; y en el invierno echaban también de los que se llaman matalobos, y los mezclaban con las cañas, porque se creía que eran de naturaleza cálida.
El Eirén, que tenía veinte años, mandaba a los que le estaban sujetos en las peleas, y de los mismos se valía como de sirvientes en los banquetes públicos. A los más crecidos les mandaba traer leña, y verduras a los más pequeños, y para traerlo lo hurtaban, unos yendo a los huertos y otros introduciéndose en los banquetes de los hombres con la mayor astucia y sigilo; y el que se dejaba coger, era castigado a muchos azotes con el látigo, bajo el cargo de desidioso y torpe en el robar. En general, su comida era escasa, para que por sí mismos remediaran esta penuria y se vieran precisados a ser resueltos y mañosos.
En los banquetes, sentado el Eirén, a uno le mandaba cantar y a otro le dirigía alguna pregunta que pidiese una meditada respuesta, como por ejemplo: cuál de los hombres es el mejor, o qué le parecía tal acción de alguno. De este modo se acostumbraban a juzgar de lo bueno y honesto, y a poner cuidado en discernir las acciones de los ciudadanos, porque si preguntado alguno quién era buen ciudadano, o quién no tenía buen concepto, se hallaba dudoso en responder, lo tenían por señal de un espíritu tardo y poco inflamado en el amor de la virtud. La respuesta debía contener la causa, y una demostración encerrada en breve y cortada sentencia; y el castigo del que respondía sin reflexión era ser mordido por el Eirén en el pulgar.
Después de semejante instrucción individual, tras ser iniciados en el combate de infantería (hoplitas), los espartanos se convertían en armas extremadamente eficaces. Tanto, que se dice que cuando alguna polis griega pedía refuerzos y ayuda a Esparta, los reyes mandaban a uno sólo de sus guerreros: “Las murallas de Esparta son sus jóvenes, y sus límites el hierro de sus lanzas” (Antacildas, rey de Esparta).
El rapto de la esposa
El casamiento era un rapto, no de doncellitas tiernas e inmaduras, sino grandes ya y núbiles. La que había sido robada era puesta en poder de la madrina, que le cortaba el cabello a raíz, y vistiéndola con ropa y zapatos de hombre, la recostaba sobre un mullido de ramas, sola y sin luz; el novio entonces, no embriagado ni trastornado, sino sobrio, como que venía de comer en el banquete público, se le acercaba, le desataba el ceñidor y se juntaba con ella, poniéndola sobre el lecho.
Deteniéndose allí por poco tiempo, se retiraba tranquilamente adonde antes acostumbraba a dormir con los demás jóvenes; y en adelante hacía lo mismo, pasando el día con sus iguales, reposando con ellos, y no yendo en busca de la novia sino con mucha precaución, de vergüenza y de miedo de que lo sintiese alguno de los de adentro, en lo que le auxiliaba la novia, disponiendo y proporcionando que se reuniesen en oportunidad y sin ser notados de nadie; y esto solían ejecutarlo no por poco tiempo, sino que algunos tenían ya hijos antes de haber visto a sus mujeres a la luz del día.
No tenían celos, ni existía el adulterio. Compartían las esposas y los maridos con consentimiento mutuo. Así mismo, los solteros se unían a mujeres casadas pidiendo permiso antes al marido.
El civismo espartano
Llegar a viejo no era cosa fácil a orillas del Eurotas. Y los jóvenes respetaban muchísimo a sus mayores, cediendo el asiento a los ancianos y escuchando atentamente sus consejos. No obstante este respeto a las veteranas canas andaba de la mano de una constante celebración de la fuerza y la fertilidad de la juventud.
Tener hijos era una obligación para con el Estado, se marginaba socialmente y se ridiculizaba a los solteros en edad de procrear que no hubiesen formado aún una familia. En una ocasión, a un anciano general espartano que no había tenido hijos, le dijo un joven en una reunión, cuando le preguntó que por qué no le cedía el asiento: “Porque tú no dejas un hijo para que me lo ceda a mí.” Tal era el celo que los espartanos tenían con sus leyes.
Aunque competían constantemente con fiereza, lo hacían con deportividad, y un joven se alegraba mucho por su Patria de que hubiese otro mejor que él, en cualquier disciplina.
Sólo se permitía guardar luto por los muertos durante once días. Y la familia de un hombre que hubiera regresado sano y salvo de la guerra, permanecía discreta mientras que los que hubiesen perdido a un familiar en combate, lucían su alegría y orgullo públicamente.
A las batallas mandaban preferiblemente a hombres veteranos que hubiesen tenido al menos un hijo. De este modo el número de ciudadanos se mantenía estable (no como en nuestros tiempos, en los cuáles se prefiere que los riesgos los corran los jóvenes solteros).
De las Termópilas a la decadencia
Esparta llego a ser la potencia más notable de Grecia. En el 491 a. C., Cleómenes arroja a un pozo a los embajadores persas llegados para reclamar tributo de sumisión a la ciudad. Once años después Jerjes y su ejército formado por varias naciones esclavas fue detenido por Leonidas y sus 300 en el paso de Termópilas.
“Que cada uno siga firme sobre sus piernas abiertas,
Que fije en el suelo sus pies y se muerda el labio con los dientes.
Que cubra sus músculos y sus piernas, su pecho y sus hombros
Bajo el vientre de su vasto escudo.
Que su diestra empuñe su fuerte lanza
Que agite sobre su cabeza el temible airón”.
(Elegía de Tirteo recitada por Leónidas al inicio de la Batalla de las Termópilas)
Ya sabemos cómo acabó. Hoy, 2.487 años después, incluso los jóvenes de la E.S.O. lo recuerdan gracias al “formato digerible hollywoodiense”. Y no crean que se pasan demasiado. A parte de las imágenes, hay muchas cosas que sucedieron tal cual, según Herodoto. Y más aún: por ejemplo, los observadores de Jerjes le informaron de que los espartanos los esperaban haciendo gimnasia y peinándose.
Tengamos en cuenta, que, se mire como se mire, sin ellos no seríamos los mismos, o mejor dicho, no seríamos (serían otros).
Varios sucesos son de señalar para averiguar las causas de la decadencia de la Esparta de Licurgo. En el 464 a.C. un gran terremoto arrasó Esparta (la polis). Casi todas las casas fueron destruidas, el gimnasio se hundió, matando a la mayoría de los efebos que se estaban entrenando.
Antes y después, se habían librado luchas cada vez más cruentas contra los hilotas, que se rebelaban contra el poder regularmente y cuyo número se incrementaba peligrosamente para los espartanos, y aprovecharon la guerra de Esparta con Mesenia para aliarse a los enemigos. Esto, seguramente, provocó la aparición de la kripteia (comandos de jóvenes solitarios seleccionados de la agogé que daban golpes de mano nocturnos entre los Hilotas, matando a los líderes) y un recrudecimiento de la agogé.
“Reinando, pues, Agis, se entrometió el dinero en Esparta, y con el dinero la invadió también la codicia y el ansia de la riqueza por medio de Lisandro, que, con ser inaccesible al dinero, llenó, sin embargo, a su patria de amor a la riqueza y de lujo, introduciendo en ella el oro y la plata y trastornando las leyes de Licurgo” (Plutarco).
En el 192 a.C. la Liga Aquea obliga a Esparta a suprimir la agogé. Los romanos encuentran a unos espartanos que recitan de memoria las gestas de sus antepasados, pero son incapaces ya de repetirlas.
"Extranjero si vas a Esparta, di que yacemos aquí por obedecer sus leyes"