No son tantas las lenguas del mundo

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Que en el mundo existen unas siete mil lenguas se ha convertido en un añadido categórico que despierta cierto caos en la imaginación del lector. Si le dedicamos al desbarajuste una mirada sensata descubrimos que están mal contadas, resultado del celo en considerar que existe un idioma allí donde hay un habla específica al servicio de un grupo de ciudadanos, que, por otra parte, tienen todo su derecho a considerar lengua a lo que balbucean. Cuando los pueblos han querido entenderse, sin embargo, se las han ingeniado para buscar soluciones a pesar de la ineludible tendencia de las lenguas a fragmentarse.

La prestigiosa página Ethnologue, pendiente de todas las formas de expresión de las gentes, cuenta más de siete mil lenguas. A España, sólo a España, le atribuye quince. No olvida citar al español, claro que no, pero sí olvida decir, y eso confunde, que es también la lengua propia y habitual de los hablantes de las otras catorce que cita. Ese error o lapsus bien puede dejar creer que vascos y catalanes no se entienden, y tampoco gallegos y extremeños. Grave error, me parece, pues de alguna manera debería dejar constar que el español es lengua autónoma, que cuenta con hablantes monolingües, mientras que los hablantes de todas las otras (aranés, aragonés, asturiano, vascuence y gallego) tienen también al español como lengua propia.

Podríamos ser mucho más críticos con la famosa página si no fuera porque el error se repite en otras plataformas como Wikipedia, donde parece como si el catalán fuera lengua independiente del castellano, cuando es sabido que no hay catalán que no hable, use, necesite y parasite del castellano.

Menciona igualmente el Ethnologue , con gran respeto hacia los usuarios, la fala, el extremeño, el caló y el merchero, que es una manera de respetar a los individuos que usan esas lenguas, y que parece difícil silenciar, y eso a pesar de que son muy pocos los españoles que han oído alguna vez hablar en esas lenguas.

Y cita también al guanche, lengua extinta de la que se conoce tan poco como del mozárabe, lengua también desaparecida que olvida citar.

Podrían enfadarse los valencianos, y también los gallegos porque los deja recogidos en el catalán y el portugués respectivamente. Y no está mal verlo así, pero ni a los gallegos ni a los valencianos les debe agradar la idea.

No se olvida, sin embargo, de tres lenguajes de signos, el español, el catalán y el valenciano. ¿A que parece que ya no es tan prestigiosa la página de las siete mil lenguas?

Cuando escribí mi Diccionario de las Lenguas del Mundo cité unas 1.600, aquellas que me presentaron su carnet de identidad: nombre, domicilio, número de hablantes, profesión y servicios que presta o que prestó, en el caso de las extintas.

Aunque todas las lenguas pueden tener la misma utilidad, no todas se encuentran en el estado. Y eso no importa, claro que no. Lo que importa es tenerlas al alcance por si hacen falta. Unas son internacionales, otras nacionales o regionales, otras decadentes y otras moribundas. Unas están al servicio de la comunicación familiar, otras de la vida social, del intercambio comercial o de la economía, del desarrollo científico y algunas, muy pocas, son autónomas, es decir, cubren todas las necesidades. En Europa son cinco que se pueden ampliar a siete. Al inglés, español, francés, portugués y ruso se les podría añadir el alemán y el italiano, aunque sean menos internacionales.

En Asia el chino mandarín proporciona a sus hablantes la posibilidad del monolingüismo, pero no es una lengua viajera. Se muestran bastante capaces de serlo el turco, el persa y el indonesio.

Fuera de estas once lenguas autónomas, las otras 6.989 son insuficientes para sus hablantes, que necesitan parasitar en mayor o menor medida, apoyarse en otra, y a veces en otras dos. También cuentan, ciertamente, con hablantes monolingües, que viven sin duda con cierta marginación respecto al mundo de la globalización y cultura. Lo cual no siempre es un mal, claro está.

Mientras tanto, miles de lenguas dejan poco a poco de ser usadas por hablantes ambilingües que conservan la más útil y abandonan la de sus antepasados, que ya no aprenden sus descendientes. Pasan estos a cubrir la comunicación con una sola que suele pertenecer al reducido grupo de lenguas autónomas. Se puede intervenir para mantener más o menos vivas a las lenguas moribundas, pero no se recuperan o se recuperan mal porque la humanidad se apropia de aquello que necesita, y abandona lo inútil.

Es una pena ver morir las lenguas, y las especies, y las personas... Pero las lenguas no se pueden conservar como las catedrales porque son itinerantes, hormiguean en continua evolución y dejan de existir si no se usan. La comunicación proporciona seguridad, la imposición, sin embargo, contraria a las leyes naturales, confusión.

 Entenderse con la misma lengua reconforta, facilita la convivencia. El ambilingüismo allana las diferencias. La tendencia natural de la humanidad es la de facilitar la comunicación con las lenguas al alcance. Dificultar la comunicación mediante el estudio de una lengua que no tiene como fin la comunicación sino la unificación nacionalista es una moda que sólo se da en España y que carece de futuro.

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