El caso Sarfatti: más política que amor

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La aparición de El amor judío de Mussolini, de Daniel Gutman, tiene la virtud de recuperar la figura de Margherita Sarfatti, una mujer que realmente merece un estudio a fondo, y no sólo por su relación con el dictador italiano. A propósito de este libro, Marcos Aguinis publicaba el pasado 20 de julio en el diario bonaerense La Nación una crónica muy bien documentada. Reproducimos aquí algunos de sus párrafos fundamentales: 

“Margherita Sarfatti fue una mujer hermosa, culta y apasionada, que dominaba cuatro idiomas y conoció a Benito Mussolini durante sus juveniles luchas marxistas. Lo siguió en su rápido ascenso al poder, hasta convertirse en una de sus propagandistas más convincentes dentro de Italia y fuera de ella, incluso en los Estados Unidos, donde fue recibida con honores por el presidente Roosevelt y su esposa, Eleanor. Alternó con periodistas de la talla de William Randolph Hearst, discutió en el fermentado mundo intelectual y forjó una amistad con el presidente de la Universidad de Columbia, en cuyos archivos se guarda como un tesoro la mayoría de sus cartas y documentos. Se decía entonces que Roma volvía a ser la capital del mundo y que Roosevelt aplicaba las políticas económicas de Mussolini.

”Millones de oyentes escucharon las exposiciones de Margherita en fluido inglés por la cadena NBC: Italia había superado la anarquía de la guerra, conseguía un rápido crecimiento económico, eliminaba la lucha de clases y había evitado el genocidio que hubieran perpetrado los bolcheviques. Las artes y ciencias recibían un gran impulso desde el Estado. La "mano fuerte" del líder convenía a la indisciplina de los italianos. "¿Qué es el fascismo? -insistía-. ¡Es socialismo!" El socialismo bueno, inclusivo, esperanzador. Había dejado atrás la imperfecta democracia y las exclusiones comunistas. 

”Margherita y Benito mantuvieron un prolongado romance que fue quebrado cuando el Duce aceptó someterse a las leyes raciales de Hitler. Ella fue entonces autorizada para partir al exilio. Fue una brutal ironía para quien había sido una resonante difusora de las ideas del fascismo y ahora se convertía en su víctima. Quedó entre dos fuegos: el odio de los antifascistas y el odio de los fascistas que no le perdonaban su origen judío.
Luego de pasar por París y no conseguir ingresar en los Estados Unidos, vino a establecerse durante siete años a Uruguay y a la Argentina. (…)

”A medida que crecía su poder, menos toleraba Mussolini los disensos, en particular los femeninos. Esto marcó crecientes diferencias con Margherita. Además, el Duce empezó a elegir amantes cada vez más jóvenes. La última, Clareta Petacci, tenía 32 años menos que él. Margherita publicó varios libros, muchos dedicados al arte. Fue la autora de la primera biografía oficial del Duce -Dux-, que se tradujo a 18 idiomas, agotó innumerables ediciones y le dio fama universal. Lo exaltó como el hombre que se hizo a sí mismo y enderezó la historia de Italia. A Margherita la llamaron "zarina del arte". Ante ella se inclinaban, reverentes, funcionarios y diplomáticos. (…) 

”Antes de expulsarla, el Duce había vuelto a pedir la ayuda de Margherita para mejorar su perfil internacional, deteriorado por su invasión de Etiopía. Pero en mayo de 1936, frente a una multitud extasiada, anunció el nacimiento del imperio fascista. La Sociedad de Naciones le aplicó sanciones. No obstante, Estados Unidos se negó a cumplirlas en su totalidad por ruegos de Margherita al presidente Roosevelt. Ella todavía conservaba la esperanza de impedir que Mussolini siguiera a Hitler. De haberlo logrado, Italia no habría participado de la Segunda Guerra Mundial, esquivándola como el astuto Franco. Entonces, ¿qué habría pasado con el fascismo?, se preguntó Daniel Gutman cuando lo entrevisté con motivo de su excelente biografía. Al estallar la guerra, el cónsul italiano en Barcelona, que había sido amigo de Margherita, le aconsejó huir enseguida de Europa y le consiguió un pasaje en el transatlántico Augustus rumbo al Río de la Plata. Durante la escala en Río de Janeiro fue abordada por los periodistas y ella se limitó a decir: "De política no hablo". En Montevideo la esperaba su hijo Amedeo, también expulsado de Italia. El periódico Marcha quiso extraerle secretos, pero Margherita Sarfatti replicó que venía a estudiar el arte precolombino. (…)

”La presencia de Margherita Sarfatti en el exilio desconcertaba. Los judíos italianos la esquivaron. Pero Victoria Ocampo, fiel a su estilo rebelde, tuvo el coraje de extenderle un consuelo. Le escribió a su amigo Roger Caillois: "Ya ves, perdono muchas cosas", y agregó que lo hacía con quienes no son personas insustanciales. La acompañó a la primera conferencia que dio Margherita, titulada "De la novela histórica a la historia novelada", dedicada a la literatura francesa. Victoria, al presentarla, evocó que Margherita Sarfatti escribía artículos anónimos desde los 14 años en diarios socialistas y recordó su campaña en favor de las libertades, en 1914. Evocó su primer libro, La milicia femenina, en Francia, sus cursos en italiano, francés, inglés y alemán, sus actuaciones en las universidades de Berlín, Colonia, Amsterdam, Grenoble, Columbia, y su devoción por el arte italiano. Respecto de sus vínculos con Mussolini, piadosamente no pronunció una palabra. Luego le empezaron a publicar artículos en diarios y revistas junto a firmas destacadas del momento, todas ellas antifascistas.”

Margherita Sarfatti murió en Italia en 1961.

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