El cimiento del poder cultural de la izquierda

Ha muerto Polanco, el hombre más poderoso de España

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J.J.E. 

Polanco nació para la vida pública con la transición. Su carrera empresarial había empezado antes, en pleno franquismo, en la estela del gran negocio de los libros de texto. La editorial Santillana fue su buque insignia. Luego se unieron al grupo otros nombres clásicos como Taurus, Aguilar o Alfaguara. Aún no había muerto Franco y Polanco ya era una pieza clave en el poder cultural en España. Sin ser el hombre de la izquierda, sí era no obstante punto de referencia para quienes blasonaban de “aperturismo”, lo cual, en la España de los setenta, equivalía a buena inteligencia con la izquierda española, excelentes relaciones con los poderes internacionales y desdén infinito hacia el “búnker” del franquismo.

De esa época –los estertores del régimen de Franco– datan los primeros hilos de la gran red de Polanco, que pronto empezaron a abarcar desde la UNESCO hasta el Club de Roma, desde la escuela psicopedagógica (la que luego pariría la LOGSE) hasta los “penenes” progres de la Universidad, desde los sectores “aperturistas” del Movimiento Nacional hasta los supervivientes del “contubernio de Munich” y los nombres más eminentes de la “platajunta”. Sin embargo, nadie habría dicho en 1975 que Polanco estaba llamado a convertirse en el gran capo de la opinión “progresista”. En aquella época, los candidatos eran otros: Juan Tomás de Salas, que comandaba el muy influyente Grupo 16; los “nuevos rojos” que asomaban la cabeza en torno a Triunfo; en la vertiente moderada, los espíritus contestatarios que escribían en Cuadernos para el Diálogo o Guadiana. ¿Polanco? Sólo un editor de libros de texto. Y sin embargo, eso era ya el germen de todo. 

El País

La gran oportunidad llegó en 1975, cuando fue nombrado consejero delegado de PRISA, la editora del rotativo El País. Es una historia que merece ser contada. Era 1973. En la aventura de El País participaron, convocados por personalidades como Manuel Fraga y bajo la batuta de José Ortega Spottorno, los capitalistas de la gran derechona española, forrada con el franquismo y deseosa de no perder prebendas cuando el Caudillo muriera. Tenía que haber sido el gran diario de la derecha liberal, porque ya había un diario de derecha monárquica, que era el ABC, y otro de derecha católica, que era el YA. Por el camino, sin embargo, algo se torció: el director previsto por el diario, Carlos Mendo, hombre de Fraga, falló; pasaban los meses y El País no salía. Apareció por fin a principios de 1976. Su consejero delegado ya era otro: Polanco. Su director, otro también: Juan Luis Cebrián, un joven periodista del franquismo rápidamente reconvertido a la izquierda. La redacción del periódico se llenó de distinguidas plumas de la izquierda. El País no seria la derecha liberal, sino la “izquierda europeísta”. Agudo golpe de timón. Para el sistema, además, resultaba tranquilizador: era la izquierda “controlada” por un accionariado de derechas. La izquierda ideal para la estabilidad del régimen nuevo. 

El País fue un excelente periódico, el mejor periódico de su momento; quizá no todos los días, pero sí en conjunto, sobre todo por la riqueza de sus contenidos. Se notaba que ahí había alguien que sabía hacer periódicos y, sobre todo, alguien que sabía pagar el trabajo. Convertido rápidamente en emblema de la izquierda nueva, llevar El País bajo el brazo se convirtió en signo social de distinción progresista. Toda la izquierda española lo adoptó como nao capitana. El sistema –por entonces, la UCD– le dispensaba una veneración casi hilarante. La gran prueba fue el 23-F: ahí El País –quienes vivimos aquello en los cuarteles lo recordamos bien– jugó fuerte al proclamar, en una edición especial, su fidelidad a la Constitución. Jugada imponente: con el golpe ya sofocado en la práctica, con el poder de la Corona bien asentado, El País marcó un rumbo que todos siguieron. Sobre todo, el diario consiguió presentarse como el salvador del sistema, la garantía de la democracia, el más firme apoyo del Rey. Vale decir: era en la izquierda, y no en la derecha, donde estaban la salvación del sistema, la garantía de la democracia y el apoyo a la Corona.

A partir de ahí, el imperio multimedia de Jesús Polanco se extendió de manera arrolladora. Su posición hegemónica en el poder cultural creció sin cesar, y aún más bajo el Gobierno socialista de 1982. Cuando falló el intento de crear una cadena de radio propia, Polanco se quedó con la cadena SER, la primera cadena privada de España por número de oyentes. Cuando alguien le hizo sombra –el viejo proyecto de Antena 3–, Polanco se las arregló para exterminar ilegalmente a los rivales. Antes había conseguido que el Gobierno socialista, también por encima de toda legalidad, le concediera una cadena de televisión de pago, Canal Plus. En quince años desde su entrada en El País, Polanco había conseguido crear un grupo multimedia de potencia implacable. Es cuando se le empezó a llamar “Jesús del Gran Poder.”

Él nunca ignoró su estatuto. Por eso jamás perdonó a Aznar que le hiciera pisar los tribunales (otros jamás perdonarán a Aznar que no lo metiera en la cárcel), y por eso ha dedicado muchos esfuerzos a impedir que en España exista una derecha razonablemente potente. Su última comparecencia pública, en la que censuraba que la derecha se manifestara en la calle, fue en cierto modo su testamento político: yo soy la izquierda, tampoco cabe otra derecha que no sea la que digo yo. 

Otros cantarán las virtudes empresariales de Polanco, su contribución a la democracia o todas esas cosas que se dice en los obituarios. No son falsas. Pero a nosotros nos interesa subrayar otra dimensión del personaje: Jesús Polanco ha sido el vértice del poder cultural de la izquierda española; un poder que se ha manifestado, hacia la derecha, como aniquilación, pues esa red ha silenciado siempre cualquier vector de opinión que no fuera el suyo (ha sido la dictadura del silencio), y que hacia la izquierda se ha exteriorizado como despotismo, pues jamás ha cabido tampoco en España una izquierda que no hiciera previamente las reverencias inevitables a PRISA.

Lo más llamativo es que este poder cultural de la izquierda, asfixiante hasta fecha bien reciente –y aún hoy notorio–, haya sido construido conscientemente por un hombre que vino del franquismo, que se enriqueció con él, y apoyado con el dinero de la derecha económica española. Así se escribe la historia.

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