Fundamentos de la metapolítica derechista (I)

Sólo una concepción marxista de la política puede conducir a alguien a decir que entre los fundamentos morales de la Derecha no se encuentra el principio de igualdad.

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Dice el refranero español que “cosa prometida es medio debida, y debida enteramente si quien promete no miente”. Como no es mi costumbre mentir y tengo a bien cumplir lo que prometo, dado que hace algunas semanas prometí a nuestros queridos lectores escribir un artículo sobre los fundamentos morales de la metapolítica derechista, hoy voy a tratar de cumplir mi promesa. No es tarea fácil y es probable que haya algunos detractores que no estarán de acuerdo con lo que voy a decir. Cómo llegué a interesarme por este asunto tiene alguna importancia porque cuando escribí mi libro sobre La Derecha una de las preguntas que me formulé fue la que tiene que ver con las razones o los motivos personales que conducen a que alguien sea de derechas o de izquierdas.

La teoría marxista clásica, imperante hasta hace algunos años y que ha sido sustituida por el neomarxismo (también prometo escribir más adelante sobre la sustitución del viejo marxismo por el nuevo marxismo, que domina las actuales sociedades occidentales) hizo hincapié en las razones económicas causantes de la distinción entre Izquierda y Derecha. Para los marxistas clásicos (y dialécticamente –pero sólo a efectos dialecticos– incluso para los modernos, como Iglesias, Monedero, Echenique y compañía), los ricos o la casta dominante son de derechas, mientras que los pobres deben ser de izquierdas. De acuerdo con aquella tradición, “no habría nada más tonto que un obrero de derechas”. Uno de los autores que durante muchos años más ha influido en la percepción pública relacionada con la distinción entre Izquierda y Derecha fue Norberto Bobbio. Este gran filósofo del Derecho italiano considera que el fundamento que mejor distingue entre la Derecha y la Izquierda tiene que ver con la manera en que una y otra consideran que se debe aplicar el principio de igualdad.

Según Bobbio, la tendencia innata de la Izquierda es tratar de hacer a todos los hombres lo más iguales posible, mientras que la Derecha es esencialmente “inigualitaria”. Para la Izquierda la desigualdad entre los hombres seria injusta e inmoral (esta segunda cosa reviste mucha importancia como veremos a continuación) y la Derecha, por consiguiente, sería una visión del mundo también injusta e inmoral por estar a favor de la desigualdad entre los seres humanos. Como se puede comprobar, la perspectiva bobbiana es completamente económico-marxista, por mucho que durante los años que transitó por este mundo su pretensión fuera la de ser un filósofo políticamente moderado. Al menos tuvo la honestidad de reconocer sin tapujos su adscripción izquierdista y la influencia de Gramsci.

Esta estupidez que consiste en creer que la Izquierda es igualitaria y la Derecha antiigualitaria es la que durante algún tiempo ha contribuido a la expansión del complejo de superioridad de la Izquierda respecto de la Derecha. “¿Quién ha dicho que la vida sea justa?”, advierte la sabiduría popular; pero lo que es injusto e inmoral, opinan los izquierdistas, es no luchar contra la desigualdad de la gente. Por eso, los derechistas somos unos inmorales; porque, según ellos, estamos en contra de las medidas políticas y sociales que el Estado debe ejecutar para tratar de disolver las “oprobiosas desigualdades sociales”. Bobbio y su legión de seguidores, en ambos lados del espectro político e incluso en los medios de comunicación (ahí están, por ejemplo, Joaquín Estefania o Javier Redondo, que ni coinciden en el tiempo ni en los planeamientos políticos), a lo más que llegan es a distinguir entre una Izquierda radical y otra moderada que en lo único en lo que se diferenciarían, según ellos, sería en la velocidad y en los medios empleados para la consecución de aquel fin. La izquierda radical estaría dispuesta a asaltar el poder revolucionariamente, incluso por la fuerza si fuera necesario, con tal de hacer iguales lo antes posible a todos los hombres. La supuestamente moderada no tendría tanta prisa y estaría dispuesta a conseguir el mismo objetivo, aunque más progresivamente. Pero ambas consideran que la naturaleza es una “madrastra” y que la finalidad del Estado es hacer completamente iguales a todos los seres humanos, con independencia de su sexo, raza, origen cultural, de su familia, de sus capacidades intelectuales o físicas, de su fuerza de voluntad, de sus ideas íntimas, nacionalidad, etc.

Aquella distinción entre la Izquierda moderada y la radical, si en algún momento fue válida, ahora es totalmente inservible. Las fuerzas izquierdistas --en ello sí que tienen razón Bobbio y sus seguidores-- buscan la homogeneización revolucionaria de la sociedad. La Izquierda quiere que todos seamos iguales (aunque, según el gran hallazgo orwelliano, una vez lograda su pretendida homogeneización, “unos animales sean más iguales que otros”). Los parámetros han cambiado. Respecto del marxismo clásico, la lucha de clases entre ricos y pobres tenía una razón de ser (pues de este punto arranca el Manifiesto Comunista de Marx y Engels); pero el neomarxismo (que sigue siendo marxismo puro) lo que pretende, a través de la imposición de su propia ortodoxia, es hacer desaparecer la distinción entre hombres y mujeres, entre listos y torpes, entre fuertes y débiles, entre voluntariosos y perezosos, entre los que ahorran y quienes despilfarran, entre los que han nacido en una familia y los que lo han hecho en otra, entre quienes han nacido en el norte y en el sur, y entre lo que han hecho “con estrella” y los que han venido a este mundo “estrellados”. En ello consiste la igualación, en hacer desaparecer toda clase de diferencia que pueda haber entre los seres. Sí, digo bien, “los seres”; en este conjunto no quedan fuera siquiera los animales y algún día puede que lleguen a estar incluidas las plantas (los ecologistas más extremos propugnan que entre el Planeta y el hombre, en su caso, se debe elegir el primero). Para la Izquierda la erradicación de la diferencia es importante, aunque para ello haya que trastocar la propia Naturaleza; en eso consiste la ingeniería social. Y cuando la ingeniería social o política no es capaz, por falta de medios tecnológicos, de revolucionar la Naturaleza, como aconsejaba Marcuse, se transforman la ley y el lenguaje con el fin de que las diferencias naturales pasen más desapercibidas. Yo no sé si cuando Felipe González dijo que el PSOE había dejado de ser un partido marxista lo dijo con sinceridad; pero no me cabe la menor duda es de que Sánchez, Ábalos y Lastra, junto con los restantes miembros que forman su comisión ejecutiva federal (inclusive el también indocto Patxi López) son tan marxistas como ciertamente lo son Monedero, Echenique, Iglesias o Errejón.

Sólo un pensamiento burdo y simplón puede ser capaz de considerar que la Derecha es antiigualitaria. Para empezar, habría que decirles a los que así piensan que la Derecha no persigue como resultado (que es lo que pretende la izquierda) la igualdad de todos los seres, porque parte del principio de que cada uno de nosotros tenemos nuestra propia peculiaridad y el derecho de ser libres para desarrollar nuestra personalidad y porque el hombre nunca debe ser privado de su propia naturaleza; pero, sin embargo, sí que cree en la igualdad de oportunidades. En realidad, lo que distingue la Derecha de la Izquierda respecto de la igualdad es el punto de referencia en que ésta se sitúa. Para la Derecha la igualdad debe estar en el principio, mientras que para la Izquierda está en el final.

La igualdad de oportunidades consiste en un supuesto punto de equilibrio a partir del cual cada uno debería poder desarrollar sus propias capacidades. La Derecha es sincera consigo misma y con el resto de la sociedad. Sea o no “madrastra” la Naturaleza, lo cierto es que cada persona es diferente y que sus atributos y fuerza de voluntad son distintos. No resulta justo ni moral premiar o castigar a todos por igual, tal y como pretende la doctrina izquierdista, con independencia de su mérito y capacidad. La sociedad, en realidad, no es una consecuencia de la acción gregaria y teledirigida de un grupo, sino el resultado de la suma de actuaciones individuales. La frase que Kennedy pronunció durante su discurso de investidura, “no preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país”, no fue enunciada como programa sino como diagnóstico. Como ya dije en otro lugar, en la década de los sesenta del siglo XX empezaban a vislumbrarse los primeros signos del gran triunfo moral de las metapolíticas izquierdistas que actualmente asolan Occidente. Finalmente, estas metapolíticas han llegado a calar de tal forma en la sociedad que hasta partidos supuestamente derechistas, como el PP, terminan votando a favor de salarios mínimos vitales a cambio de nada, mientras los montes españoles corren el peligro de convertirse en una pira por la ausencia de cuidado y desbroce durante el confinamiento y algunas cosechas de fruta se quedarán sin ser recogidas por falta de recolectores, durante este verano. Paradoja que puede permitirse la Izquierda, sin ser contradictoria con sus propios principios; pero que debería hacer caer la cara de vergüenza a la parte de la Derecha que la asume, por ser completamente incompatible con los suyos.

Otra vez me vuelve a suceder que esta conversación entre el lector y yo se ha hecho demasiado larga; por ello le emplazo a seguirla en unos días en un próximo artículo en el que le hablaré, entre otras cosas, de lo siguiente: la moral del padre estricto, la libertad individual, la autoridad, la jerarquía, la lealtad, la rectitud y la honestidad. Todas ellas forman parte de los fundamentos morales de la metapolítica de derechas, junto al principio de igualdad de oportunidades, al que ya me he referido. Otros temas que me propongo abordar próximamente son la defensa del capital moral de la nación y la garantía de los derechos fundamentales.

 

Juanma Badenas es Catedrático de Derecho civil de la UJI, ensayista y miembro de la Real Academia de Ciencias de Ultramar de Bélgica.

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