Número especial de El Manifiesto

ÁLVARO MUTIS CUMPLE 90 AÑOS

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Nacido en Bruselas el 25 de agosto de 1923, Álvaro Mutis cumple este domingo 90 jubilosos años. Por razones muy manifiestas (valga la redundancia) El Manifiesto se dispone a celebrarlo con este número extraordinario.
Al hacerlo, nuestro periódico se desmarca una vez más de la prensa oficial de Estepaís que, para oprobio de “este país —decía Gil de Biedma— de todos los demonios” no le dedica al acontecimiento ni una sola línea. (A última hora de la tarde del domingo, la edición digital de ABC sacaba, sin embargo, el único artículo aparecido hasta este momento, salvo error u omisión, en la prensa oficial.)
Y como nuestro desierto es tal que, a lo mejor, hasta hace falta recordarlo, recordemos que Álvaro Mutis, el gran poeta y novelista colombiano, afincado desde 1956 en México, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, Premio Príncipe de Asturias de las Letras (ambos, 1977) y Premio Cervantes (2001), es autor de la saga de Maqroll el Gaviero y de poemas que nuestros lectores podrán apreciar en el compendio con el que cerramos esta edición especial.
Álvaro Mutis es todo eso, y Álvaro Mutis es también el gran amigo de El Manifiesto.
Si no nos hubiera dado el apoyo y el calor que siempre nos ha dado; si en junio de 2002 —el mismo año en que se le entregaba el Premio Cervantes—, Álvaro Mutis no hubiera lanzado en compañía de su autor el Manifiesto contra la muerte del espíritu y la tierra que da título a nuestro periódico; si ello no hubiera sucedido, este milagro cotidiano que es El Manifiesto simplemente no existiría.
No existiría por la sencilla razón de que en el mundo de la libertad de expresión, sólo hay expresión para quien ya tiene nombre y renombre. Si no lo tienes, no existes. Podrás decir cuanto quieras… pero en las catacumbas. En el tautológico mundo de la libertad de expresión, en el círculo vicioso en que consiste, sólo hay expresión para quien ya goza de expresión.
Para que algo tan a contracorriente como el Manifiesto contra la muerte del espíritu y la tierra pudiera gozar de expresión era indispensable que alguien como Álvaro Mutis rompiera el círculo vicioso: le diera, con su apoyo, el impulso inicial. De lo contrario, jamás un periódico como El Mundo habría publicado semejante Manifiesto, con portada incluida, en su suplemento cultural. Y sin la cobertura dada por un periódico de difusión tan masiva jamás se habría llegado a constituir el núcleo inicial de quienes nos sentimos unidos en torno a una misma inquietud; jamás tampoco más de 6.000 personas habrían suscrito el texto del Manifiesto; y jamás, sobre todo, los más de 50.000 visitantes únicos que cada mes leen hoy las cerca de 150.000 páginas vistas de este periódico, las estarían día a día leyendo.
Es mucho… y, sin embargo, no es nada. Es una gota de agua en el océano del mundo de masas en el que vivimos. Pensando en la historia —esa historia en la que siempre piensa nuestro tan antimoderno Álvaro Mutis—, podríamos incluso decir que semejante difusión hasta es mayor —si nos atenemos a las meras cifras— que la alcanzada, por ejemplo, por las gacetas, círculos y salones que se desplegaron en el siglo XVIII en torno al pensamiento ilustrado… y acabaron originando lo que originaron. O siguiendo con la comparación puramente cuantitativa, una difusión tan limitada como la nuestra es infinita, incomparablemente mayor que la que podía esperar, cuando clavó sus tesis en la puerta de la catedral de Wittenberg, aquel “maldito monje alemán”, decía Nietzsche, al que tan poca simpatía le tiene también Mutis, aquel Lutero cuya limitadísima audiencia fue sin embargo más que suficiente para emprender lo que sería la gran Reforma protestante. Lo que ocurre —a ello quería llegar— es que, entre tanto, no sólo se ha desarrollado la técnica en el grado inimaginable que conocemos; entre tanto —es ello lo decisivo— el mundo se ha convertido en un espacio donde las masas —“rebelándose”, decía aquél— han acabado invadiéndolo y sometiéndolo todo a su imperio: a sus gustos, a su sensibilidad, a su cantidad.
Y darse a ver, sacar la cabeza, no estar sumido en las catacumbas en el mundo dominado por las masas y la cantidad…, esto se las trae, vaya si se las trae. Sólo un milagro puede lograrlo.
Este milagro, aunque de forma reducida, insuficiente, se realizó y sigue realizándose cada día gracias al impulso inicial que nos ofreció en su día Álvaro Mutis. Si no hubiera sido así, igual estaríamos hoy celebrando, en su 90.º aniversario, su obra y su palabra. Siendo como ello es así, no podemos sino celebrarlo doblemente al tiempo que le tributamos, Maestro, nuestro más hondo, nuestro más emotivo homenaje.
Lo hacemos a través de estas páginas que se inician con un artículo del escritor y filósofo mexicano Jean Orejarena Torres, prosiguen con un artículo mío escrito para el libro-homenaje que se está confeccionando en México, y concluyen con la reproducción de algunos de los poemas que se cuentan —selección mía, totalmente subjetiva— entre los más altos de su obra.
Javier Ruiz Portella
 
Álvaro Mutis
sobre el
Manifiesto contra la muerte del espíritu y la tierra
En el mes de octubre de 2003 El Manifiesto organizó su primer acto público de presentación, el cual tuvo lugar en el Ateneo de Madrid. Con tal ocasión, Álvaro Mutis nos transmitió el siguiente mensaje:
«Este Manifiesto está destinado a condenar, con la más severa convicción, este mundo presente que vivimos y que nos recuerda el limbo del que hablan las Escrituras. Sí, no cabe duda, estamos en el limbo. Unos seres sin conciencia, sin rostro y sin pasión, a los cuales un hedonismo gigantesco, gratificador, ilimitado los colma cada día con automática generosidad, han logrado edificar en la Tierra esa nada a donde Dios relega a las criaturas que no pueden permanecer a su vera ni merecen el castigo eterno. Un horror, un rechazo feroz de todas las fuerzas, convicciones y certezas que hemos conservado y construido a costa de dolor y sacrificios sin cuento, nos traen de nuevo a la orilla del mundo, de nuestro mundo.
»Y nos preguntamos atónitos: ¿será este Manifiesto la voz que despierte una conciencia del espíritu y de su permanente vigilancia al lado del hombre y su destino?
»Yo creo que así debe ser y así será.»
 

 

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