Sobre "El escritor que mató a Hitler"

Los dos tiempos de nuestro destino

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Sí, yo estaba convencido de que se podía creer en la nación, afirmar su fuerza, sin caer por ello en el nacionalismo zopenco y patriotero. Y, pese a todo lo que ha pasado, sigo convencido de ello. Sigo creyendo que para afirmar a una nación, para vertebrar la comunidad que une a los hombres de ayer, de hoy y de mañana, no se tiene por qué odiar a otras naciones. ¿Te odian otros y te quieren aplastar? ¡Defiéndete y véncelos! O apártate y desprécialos. Pero no juegues su juego. No te ensucies con él.”

Javier Ruiz Portella ("El escritor que mató a Hitler")

París, año 2048. El mundo se deja llevar por un estado de suprema e insustancial felicidad. Finalmente, la sociedad, ha conseguido hacer realidad la letra de una vieja canción del siglo XX: Imagine. El Ojo Igualitario vigila las acciones de los buenos ciudadanos, es obligatorio ver la televisión a unas horas determinadas, se ha impuesto un nuevo idioma: la Neolengua, que denomina fálicos a los varones, abiertas a las mujeres y que todos practican sin ningún cuestionamiento.
En la trastienda de un viejo anticuario de la ciudad de la luz, en el interior de una cómoda de estilo Biedermeier, Ilona, nieta de Alexander von Hunterbrand, descubre un fajo de papeles que contiene el manuscrito de su abuelo.  Para su sorpresa, todo ese amasijo de papeles no es original: se compone de fotocopias. Preguntándose quién podría tener los originales, regresa a Madrid y comienza la lectura de las andanzas de Alexander, que se inician en el año 1931 en una  esplendorosa villa de la Costa Azul.
Alexander von Hunterbrand es un aristócrata alemán, protagonista de esta historia de espionaje que, sumido en una lucha contradictoria, mantiene una pugna tanto con la República de Weimar como como lo que será el régimen de Hitler. Von Hunterbrand forma parte, junto a filósofos como Oswald Spengler,  Edgar Julius Jung, Martin Heidegger,  militares como Claus von Stauffenberg (fusilado en Berlín el 21 de julio de 1944 por su intento frustrado de derrocar a Hitler acabando con su vida) y de escritores como Thomas Mann (hasta su adhesión a la República de Weimar) o Ernst Jünger, de una corriente de pensamiento formada por organizaciones, clubes y sociedades que, de forma disgregada, se inició en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial y finalizó en 1933 con el ascenso de Adolf Hitler al poder: todo ese movimiento que después de la guerra recibiría la denominación consagrada de Revolución conservadora alemana.
En los intersticios de la trama de esta historia, aparecen unas cartas en las que se vislumbra la posibilidad de que el abuelo de Hitler sea judío.  ¿Por qué razón es tan sumamente difícil acceder a ellas?, ¿qué extraña confabulación entre potencias internacionales se oculta tras dichas cartas? . . .
Desde un punto de vista literario, el autor quiebra la norma del tiempo y narra dos historias paralelas que van entrecruzándose capítulo tras capítulo: una, en un pasado que rememora la elegancia, el encanto y la sensualidad de la Costa Azul en los años treinta del pasado siglo.  La calma, la claridad y la tempestad del paisaje son evocadas como un bálsamo para el espíritu del protagonista, quien las extrapola con sabores, aromas, sensaciones en donde se plasma toda la sensualidad y la elegancia que envuelve todo ese entorno.  En algunos de sus fragmentos, el erotismo es exaltado hasta el límite de sus posibilidades mediante un lenguaje tan explícito como bañado en emociones. Por otra parte, y de forma contrapuesta, el mundo siniestro y “feliz” del año 2048 se ve plasmado en un lenguaje totalmente distinto: plano como la realidad que describe, pero donde vibra un omnipresente humor, vivo e incisivo al extremo.
Como no podía ser menos, el pensamiento de Ruíz Portella se hace presente a través de los personajes e historias de una novela en la que planea la sombra de Nietzsche y de su vitalismo; el elogio de la élite; el rechazo de la sociedad entendida como un conjunto de átomos aislados frente a un proyecto común; la negación del materialismo como primer motor de la sociedad. Pero nada de ello convierte a esta obra en una “novela filosófica” o de ideas. Los personajes, las situaciones, los sentimientos tienen vida propia; no están al servicio de ideas sino de su propio destino. Este destino que, a través de los avatares de lo acontecido en los años treinta y cuarenta del pasado, parece haber conducido, en pleno siglo XXI, a la decrepitud de la cultura y de la belleza, al predominio de la materia sobre el espíritu.

 

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