Han pasado unos años desde que concluyera Luz de Visperas y, con ello, su trilogía europea junto a Libro de réquiems y El esnobismo de las golondrinas. ¿Cómo lo ve desde la distancia?
Fue un momento que uno siente realmente que cuesta vivir. Era terrible encontrarte por las mañanas que da pereza levantarse, y eso que para mí es uno de los momentos felices del día, porque me levanto con los pájaros: cuando veo el sol me pongo en pie.
En Santander, en la Universidad Menéndez Pelayo, Carlos Castilla del Pino me decía que tenía algo comparable a una depresión postparto. El cuerpo es sabio cuando lo escuchas, pero el gran problema que tenemos todos en nuestra cultura es que no escuchamos ni a nuestro cuerpo ni a la naturaleza, como tampoco leemos los carteles que hay en las calles, porque vamos leyendo los semáforos y no tenemos tiempo de leer “En esta casa vivió Bécquer”. Éste es el mundo del que merece la pena estar atento, como decía Rilke, porque hay todo un mundo invisible que nos rodea y que es un mundo que necesita de nosotros para hacerse visible.
Ha pasado mucha gente por las mismas bibliotecas, casas y sitios que usted recorre en sus libros, pero quien nos ha enseñado a mirar y ver con otros ojos ha sido usted.
Espero que sea así, eso es lo que deseo. Agradezco que lo plantees así, porque evidentemente yo lo doy y sé que cuando doy es mi obligación explicarlo. En el momento en que lo hice tenía que buscar: sabía dónde había vivido un personaje porque me leía su correspondencia, y como al principio de las cartas te pone “escrito desde tal calle”, yo me iba a esa calle a buscar aquel sitio; y como de repente, en mitad de la carta, dice “estuve ayer con unos amigos haciendo una tertulia en el Café Procope”, me iba a buscar el Café Procope.
Hoy día es muy fácil porque te compras una Guía de los lugares donde vivieron los personajes, adonde te encuentras con una manada de señores que van a lo mismo, pero sin que nadie se tome el esfuerzo de buscarlo. Es por eso por lo que también me duele, porque las cosas que se quieren hay que desearlas y buscarlas.
Hay que desearlas y que prepararse como un peregrino para el viaje.
Se necesita una preparación para todo, también para los viajes. Hablando de Tolstoi, cuando Rilke va con Lou Salomé y deciden que va a ir a Rusia hacen dos viajes, y en años sucesivos porque con el primero no tienen bastante. Se pasan jornadas y jornadas de invierno (es lo que precisamente establece esta relación entre los dos) estudiando ruso, porque como Lou era rusa le podía enseñar perfectamente a Rilke el ruso y su arte porque el quiere conocer aquella Rusia. Cuando Rilke llega a Rusia y ve la Pascua se queda realmente impresionado porque lo llevaba ya en el fondo del corazón, él buscaba aquello y sabía lo que eran los cultos de la Iglesia Rusa. Pero para eso hay que estudiar sobre lo que es la Iglesia rusa, que no tiene nada que ver con la nuestra porque la Iglesia Ortodoxa por ejemplo ha mantenido las especias, nosotros las mantenemos también en los sacramentos pero la Iglesia Ortodoxa es un mundo sensorial, es una religión basada en los sentidos, y nosotros hemos perdido mucho convirtiéndola en intelectualista. Todo ese mundo es lo que Rilke encuentra cuando llega a Rusia, siguiendo al maestro, siguiendo al viejo León, a Tolstoi, y por eso van a su casa y observa los gestos de Tolstoi. Eso intento transmitirlo sobre todo a los jóvenes, que es un mundo gratificante, de sensualidad, un mundo divertido y más fácil de lo que parece percibir cuando se le pone corazón.
El viejo Tolstoi cuando paseaba por los bosques con su larga barba de profeta, Rilke lo miraba, iba con las manos cogiendo las flores, no cortándolas, no se hubiera permitido cortarlas: pasaba sus manos sobre las flores y se acariciaba las barbas y el vestido para ir perfumado como las flores de nomeolvides; ésa es la experiencia que tiene Rilke y es su mundo rilkiano porque sería el mundo de no cortes las flores porque las flores están esperando decirte su mensaje, no te acerques a la naturaleza para violarla, no te acerques para cortarla y romperla si no primero escucha lo que te están diciendo. Por eso yo tengo el perfume de nomeolvides, es el mundo de los fetiches.
En este mundo globalizado, queda como resquicio romántico que si quieres realizar esa peregrinación debes implicarte interesándote por el país, cultura, idioma…
Hay que conocer un poco de los idiomas porque uno se extrañaría por qué los rusos cuentan tantos poemas en los que de repente aparece un campesino, un señor barbudo que se abraza a un abedul y le dice amada mía, y le hace unos versos, eso es porque el abedul es la abedul, es femenino y el género de las palabras cambia. Cada idioma tiene su género y es muy importante cuando se entra en un idioma pensar que el escritor está viviendo ese mundo, y que está identificando las personas y las palabras con su género. Todo eso obliga a que uno se implique cuando hace un viaje o lee a un poeta. No pretendo que una persona vaya a aprender el alemán para leer a Thomas Mann o para entender a Rilke, pero si no se tiene un mínimo de conocimiento de cuál es la estructura de cabeza de un alemán y de que es una lengua que declina, y que las lenguas germánicas proceden de un tronco que llamábamos indioeuropeo y que todas están emparentadas, uno no llega a comprender jamás lo que es la cabeza de un alemán ni la de un escritor alemán. El griego también es capaz de formar palabras largas yuxtaponiendo una palabra a otra, como hace el alemán, esto es lo que permite escribir la Ilíada o la Odisea: ellos en una sola palabra dicen Aquiles el de los pies los ligeros o Atenea makromantoussa, la del abrigo largo. Si no se entra en los idiomas no se entra en la cultura.
Entra en los idiomas, en los mundos y también en los personajes. Cuando habla sobre Tolstoi habla como Tolstoi, cuando habla sobre Casanova habla como Casanova.
Tengo una amiga que dice que soy un actor. Hay una catarsis en el escritor que le obliga a interpretar su personaje. El escritor y el actor tienen una cosa en común porque el escritor también interpreta sus personajes, los escucha, los oye y los recita en voz alta. Yo hablo cuando escribo, por eso cuando escribo en público la gente me mira porque pensará que estoy loco, lo único que aciertan de mí. Es verdad que tengo que hablar en voz alta porque sigo el ritmo y siento que así estoy interpretando el personaje y puedo hacer un diálogo, me abandono. En el momento que estoy creando, que estoy escribiendo, me abandono a mi mundo, me importa muy poco quién pueda estar delante que yo no veo a nadie, yo vivo el mundo en el que estoy trabajando.
El hablar en voz alta se nota en el ritmo, convierte la escritura en prosa poética.
Trabajo mucho con el ritmo, probablemente también porque soy descendiente de músicos y tuve una educación musical exigente, considero que hay una parte fundamental, que la palabra es sonido y como todos los sonidos es muy importante manejarla adecuadamente.
Estamos haciendo un mundo en el que todo está abaratado, un mundo utilitario, en el que la palabra sirve para pedir un café o para un acto inmediato, pero la palabra sirve también para hacer arte, para hacer un lujo. La palabra sirve para cantar, expresar los sentimientos, la entonación de una palabra cambia completamente el sentido. El escritor tiene que vérselas con todo este mundo, así es absurdo que haya escritores que son como autores de comunicaciones oficiales, instancias frías. A mí me gusta mucho recalcar que la literatura es un arte y estamos perdiendo de vista esto.
En su obra es omnipresente la cultura y la moral, pero también el amor, la idea de amor del Evangelio de San Juan, Tolstoi o Platón.
Ése pensamiento lo vas a ver en todos los maestros, siempre vamos cayendo sobre las mismas ideas. Cuando hablamos de Tolstoi, yo lo estoy planteando como si fuera un Sócrates; la Iglesia no lo comprendió pero no vayamos a pensar que sólo la Iglesia tenía ese problema, tampoco comprendió a Sócrates el poder griego.
El amor es una idea generosa, es una idea maravillosa que transmuta a dos seres y les hace cambiar. El sentido de la posesión, el querer, es algo mucho más barato que afortunadamente existe y gracias a eso se procrea en el mundo, pero existen otros niveles en el amor.
Yo como tuve una educación germánica me veía obligado a volver a los maestros, Sócrates era un señor al que condenaron como pervertidor de la juventud, a veces se olvida; se le consideraba un pervertidor porque hablaba de cosas que el poder establecido no quería que hablara; es por lo mismo que condenan a Jesús, o la Iglesia condena a Galileo o a Giordano Bruno, como pervertidor de las generaciones, un hereje.
Hoy que se habla tanto de los problemas de los géneros, se quiere buscar hasta qué punto los seres humanos más allá de los géneros tenemos algo universal que es lo que forma la condición humana, y el pobre Giordano Bruno defendiéndose dice “yo no soy ni de la tierra ni del cielo, ni hombre ni mujer, lo cual es de una ambigüedad terrorífica que hoy sería malentendida. Qué triste hablar así de un personaje que está diciendo que va más allá de las diferencias de género, lo quemaron en una plaza de Roma con una crueldad infinita.
En su producción literaria también encontramos referencias orientales y sudamericanas que complementan su visión europeísta.
Me he sentido siempre europeísta, europeo sobre todo, y me siento español porque cuando un escritor tiene un idioma, el idioma marca y es una pasión, si no el escritor se puede dedicar a otra cosa. Escribo en español porque la lengua española es una pasión y la encuentro bien escrita en todos los maestros; un diccionario de la lengua es algo apasionante y más si es de los grandes maestros como Covarrubias me paso las horas dedicándome a leerlos por lo etimológico. Pero también disfruto de mi lengua cuando está escrita por Ruben Darío en Ámerica, por Asunción Silva en Colombia, por García Márquez, por Neruda en Chile, por Lugones en Argentina.
El español es un idioma excepcional y capaz de adaptarse a cada país.
El sudamericano lógicamente tiene otro ritmo, es su mundo, es su cultura. No estamos hablando de un imperio que tiene en Madrid una Academia que decreta cómo hay que hablar en todos los países. Afortunadamente cada uno habla como hablaban sus madres y sus padres y las lenguas están hechas para que los seres humanos tengan la libertad de utilizarlas. Pero quien utiliza bien un idioma te hace disfrutar, y te crea esa profunda sensación de respeto que yo tengo por el español y por todos los pueblos que compartimos la lengua española.
Nos da lo mejor de su vida en sus libros, páginas de luz que ha tenido que escribir en medio de muchos días oscuros.
He trabajado más de cuarenta o cincuenta años para estos libros, miles de páginas escritas y tiradas, muchísimas, no puedes calcular cuántas. Miles de días de inseguridad, de no saber decir nada, de no saber comunicarlo, miles de días como quien está enamorado de otro amando sin esperanza, miles de días sin saberlo decir. Eso es el arte, eso es lo que va creando la presión de la máquina, si no existe esa lealtad, esa fidelidad no se llega a nada. Por eso la urgencia que vivimos hoy día no funciona, perdonadme que yo os lo diga a los jóvenes porque soy más mayor, pero es verdad que la espera fecunda al deseo, es verdad que tiene que llegar un día en que las cosas se pueden ir creando. No se puede hacer un arte de un minuto ni todo en tu habitación, normalmente lo que se improvisa finalmente hay que tirarlo, muchas veces.
Siempre ha estado reescribiendo, retomando sus libretas y volviendo a las mismas ideas básicas. ¿No ha perdido nunca la paciencia?
Nunca, porque cuando quería decir algo era algo de lo que yo estaba convencido, tenía que probarlo, perseguirlo, hacerlo. Mis viajes del Orient Express empezaron de niño cuando estaba en Suiza y me acercaba a estaciones donde pasaba el Orient Express y veía los carteles de los trenes, que para mí son ya una letanía maravillosa, y decían París, Dijon, Vallorbe, Domodossola, Milano… el nombre del tren era una fantasía porque me podía imaginar aquel camino que llevaba. Eso es la literatura, los nombres de los trenes, como Machado hace literatura con los nombres de los pueblos.
A partir de ahí comencé los viajes en el Orient Express con mis padres en un vagón de coche cama, como un señor; pero Camus acusaba a Gide de haber sido siempre un viajero de primera clase, y un viajero no conoce Europa si no ha viajado en un vagón de tercera, no conoce las colas en las estaciones o los buffets de mala muerte y así decidí hacer el Orient Express en un vagón de tercera, porque pensé que si Graham Greene y Agatha Christie escribieron un libro sobre un Orient Express de lujo hacía falta uno en un vagón de tercera.
Y en estos relatos no oculta que utiliza la memoria selectiva para crear.
Porque se parte de la emotividad, que te despierta el recuerdo, pero tienes que dejar también que se apaguen ciertas cosas. Por eso debes utilizar lo que es propio del arte. Cuando se piensa en la sonrisa misteriosa de la Gioconda, que parece que se está relamiendo como un gato después de haberse comido un ruiseñor, te das cuenta que Leonardo eliminó muchos elementos para darnos sólo esa figura enigmática, incluso del paisaje exterior y todo el mundo que le rodea.
El arte no es un testimonio, siempre volvemos al mismo leitmotiv, el problema es que la literatura es un arte, no es una crónica periodística, nadie te obliga a ser objetivo, el arte es subjetivo y debe serlo.