En pos de la verdadera vida

Quijotear

Compartir en:

Abres los ojos, y en derredor topas con el límite, con la estrechez de una ciudad prostituida, que sangra negra y humeante, chasqueando y vociferando en sus rincones por un puñado de sucias monedas. Caminas sólo, sólo porque así lo implica tu condición, pues has elegido un río invisible en el asfalto, pero hubieras abrazado una hermandad, un cuerpo-castillo en que ser muralla, y pozo, y escudo, carne agradecida y carne de cañón, cañón que debe permanecer.

 ¿Pero cabe ya una razón para permanecer en los dibujos de nuestra nostalgia, ofendida y agonizante?
 
Ante tu silencio y tu abismal desconcierto, la mentira del diseño, el snobismo que desdeña las formas nobles y populares. Callas … Atraviesa veloz tus mejillas la ráfaga de un desfile carnavalesco, pero sin simpatía alguna, un macabro compás de danza fúnebre que perturba el ánimo.
 
La corrección política vocifera, en estridente megafonía, colonizando, pues se coloniza cómodamente cuando se diluye un pueblo en masa.
 
Te diagnostican locura –qué, si no– agraviada ésta por una inestable frustración, la frustración de no creerte la mitad de los cuentos que justifican la vida de maniquí ridículo, la vida del buen modelo, desterrador de virtudes.
 
En la pintura de esta extravagante y triste calamidad, te queda el albergue negro de tu vocación andante, desacomplejadamente medievalesca.
 
Se equivocan, sin embargo, sus médicos, pues la oscuridad de tu figura es la dignidad de la pequeña sombra que se precipita a las alturas de los filos alpinos.
 
Tus músculos en tensión se abren paso hambrientos de vida, ebrios de sueño, en la pesadilla de sus descafeinadas ceremonias, en la turba desorientada de este enjambre de criaturas endebles, de escaparate y revolución de café.
 
A diestra, a siniestra. Aquí y allá sus muros, en medio la fuerza, frente a la cordura de cordero, en medio de la vida, el brote quijotesco que perpetúa con su estampa, que estampa con su existencia como argumento la frontera entre vida y VIDA.
 
Te buscaste en los ojos de tus semejantes, en las estadísticas de una ignominiosa y depresiva mayoría, que sobrevive merced a una nevera y a unas razones de coja publicidad. Te pretendían en el club del aguanta, que siempre nos queda el sábado , del modérate y vocifera cuando la campana del régimen redoble. Has quemado sus tarjetas de visita y exhibes tu mueca de ignorancia y desinterés, blasfemando sobre sus esperanzas. Hete aquí que te armaste caballero, vives en el reino de los quijotes, y su estirpe ya monta guardia lanza en piel. Quijote, no hay regreso y mereces tu libertad, dignamente conquistada.
 
Quijotes son aquellos que arrastrados por su vocación de inmortalidad no desisten en su empeño por asirle el pulso a la eternidad.
 
Quijotear.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar