El adoctrinamiento llega a los cuentos infantiles

Tarzana, Ceniciento, Pulgarcito y el ogro bueno

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Todavía muchos hombres y mujeres de 2010 que viven en Europa creen ser libres y encontrarse en la cúspide de las sociedades más progresistas del mundo, donde las personas son dueñas absolutas de sus vidas. La realidad es, sin embargo, que el Estado —ese Estado apolítico, mero gestionario de (ingentes) servicios públicos e intereses privados— nos controla férreamente. Los funcionarios se entrometen en la vida de sus clientes-electores para establecer lo que es bueno y lo que es malo. Ahí tenemos el último ejemplo de ello: promover qué regalos los padres deben comprar a sus hijos y qué cuentos deben los niños leer.

¿En qué se pueden gastar los funcionarios el dinero público? ¿En edificar suntuosos, hermosos monumentos que dejen a la posteridad señal inequívoca de nuestro paso por la tierra? ¿En fomentar toda clase de  grandes obras del espíritu y de la cultura? No, por favor. ¡Qué ideas tan antiguas y trasnochadas tiene usted! El dinero se gasta en hacer más felices y solidarios a los clientes-votantes, cambiando su mentalidad retrógrada.
 
Y así tenemos que el actual gobierno zapateril (el rajoyano haría más o menos lo mismo, pero con énfasis algo más alicaído) se dedica a promover cuentos y obras de teatro infantiles en los que se alteran los personajes habituales para impedir que en los niños arraiguen estereotipos “sexistas”. De esta manera, tenemos a El príncipe Ceniciento y Tarzana, la jefa de la selva. El Gobierno cántabro, formado por el PSOE y el simpar Miguel Ángel Revilla, los difundió en las Navidades pasadas, junto con el consejo a los padres de que no comprasen juguetes sexistas. Puesto que hay subvenciones, dentro de poco aparecerán en las librerías Pulgarcito, el Ogro Bueno, Blancocarbón y así un montón de cuentos clásicos adaptados a la corrección política. (Avisamos de que Tarzana, la jefa de la selva no tiene absolutamente nada que ver con Sheena, la reina de la selva.)
 
Es estupidez, sí, pero no sólo eso. ¿Conocen la historia de Pavel Morozov, el niño que fue adoctrinado de tal manera por los bolcheviques que acabó delatando a su padre por recoger algunos granos de trigo, de los que quedan entre las espigas tronchadas después de la siega? Pues en las escuelas soviéticas se ponía como ejemplo a los estudiantes. Aún no estamos ni mucho menos ahí, por supuesto, pero…

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