Una (gran) novela de José Vicente Pascual. "José Ferrer" es su heterónimo

José Ferrer, relator de los misterios de los pueblos mediterráneos

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Por Homero, el que camina en lo oscuro.
Traducido del griego antiguo por Susana Ezquerro
Siento que José Ferrer me mira confuso desde su asiento de piedra en el jardín de mi hogar. Se pregunta qué hace en este tiempo, en el que yo vivo. Le he hecho venir por curiosidad; y todos saben que mi curiosidad es infinita, igual que la imaginación de los hombres. Me intriga que haya llenado tantos pliegos sobre mí en un porvenir tan lejano. Para tranquilizarle y soltar su lengua, le ofrezco vino endulzado con miel. Tiendo la copa a la oscuridad. Su mano la recoge de las mías y me conduce hasta el banco. Me siento a gusto con su conversación. El vino vaporoso y fragante entibia nuestras palabras, difumina cualquier distancia en el tiempo, entre él y yo.
-Tengo entendido que tú también eres poeta. ¿Ha escrito muchos versos? Yo compuse cientos de poemas, pero no quiero regodearme con mis logros. Háblame de tus reinos del mar.
-Tal como vosotros lo entendéis en esta época, que para mí es el siglo VIII AdC, sí, podría decirse que soy poeta, narrador, relator de historias antiguas y actuales, sobre personajes admirables y gente malvada, acerca de hechos extraordinarios y horrendas fechorías. Como ves, la índole de las personas no ha cambiado mucho entre tu tiempo al mío. El ser humano, “de la misma naturaleza que las generaciones de las hojas”, tal como tú dirías, continúa ambicionando las mismas cosas, apasionándose por los mismos anhelos y cometiendo los mismos errores. Por eso me cautivaron siempre esos reinos del mar por los que me preguntas. Representan la promesa lejana, reservada a los más osados marinos, de libertad y dignidad. Tú mismo lo dejaste escrito: “Odiseo probó el agua del mar, y era amarga”. Como amarga es la libertad, saberse solo y únicamente asistido por el coraje y la confianza en nuestras fuerzas, el tesón de los sueños enfrentado a la realidad obcecada en convertirnos en apoltronados servidores del bostezo cotidiano. Esos son los reinos del mar que yo buscaba cuando hablé de ti, de aquellos horizontes y hermosos anhelos, en mi novela.
-¿Por qué escogiste mi persona para contar aventuras y misterios tan antiguos?
-Porque tu sólo nombre evoca la fabulación, la belleza indomable de los héroes y el fulgor de hechos memorables, cuando la humanidad buscaba el sentido de sí misma en la sutileza de la poesía y el arrojo de las grandes hazañas. Seguramente ignores que sobre ti se sabe muy poco en mi tiempo. Ni siquiera estamos seguros de que existieses. Pero decir tu nombre, siempre, significa invocar un tiempo de azares y arriesgada búsqueda de la verdad que se encuentra acunada en la belleza de tus versos. Mis contemporáneos se admiran de que la cultura a la que perteneces, el mundo helénico, sea la única que no se fundamenta en un relato religioso, sino literario. Y eso, sin duda, es obra y mérito tuyo. Por ese motivo, comprenderás que si quería hablar de los viejos reinos del mar, tenía antes que hablar de Homero.
-¿Acaso eres conocedor de la historia de mis contemporáneos o consultaste a los sabios y los escritos de tu época?
-De mi época y de la tuya. He leído a autores que vivieron de cerca las historias que relato en mi novela, como Herodoto, Plutarco o Pomponio Mela, y también a mis coetáneos, estudiosos de tu tiempo. He leído, desde niño, los fantásticos relatos sobre la gran guerra de Ilion contra los príncipes de Micenas y Esparta y los aqueos de largas cabelleras, las fábulas de la Biblia sobre la iniciación del mundo, las sagas de Gilgamesh y las leyendas sobre los reyes tartesios. En todos ellos late un fondo común, hay un aliento compartido que podríamos definir como los balbuceos multiculturales de la humanidad. De todos esos escritos me he valido. Y de la imaginación y la pasión por narrar historias, como tú hacías y salvando todas las distancias, desde luego. Tú eres el maestro de todos los grandes maestros. Yo, el último entre los más humildes aprendices.
-¿Por qué crees, desde tu mirada histórica, que caímos en la Edad Oscura? (Aquí me parece oír un sutil deje de hilaridad. Creo que el poeta de Hesperia encuentra paradójico que a un ciego le preocupe La Edad Oscura).
-Disculpa mi risa, que no es de chanza sino de gozo al descubrir de nuevo tu ingenio. Hablas de mi mirada, de la Edad Oscura, cuando tú te privaste del don de la vista para ver y comprender mejor a tu tiempo sin que nada distrajese la luz que llega del conocimiento al corazón. ¿En verdad eras ciego, Homero?
-Hablamos de ti, no de mí. ¿Quieres un poco más de vino? ¿Te importaría responder a mi pregunta?
-Un poeta ciego que vivió y compuso su obra en una época de oscuridad... es algo notable, según creo. Pero, buen amigo, debes entender que a mis contemporáneos siempre les causó gran curiosidad, también desasosiego, descubrir que en el pasado, hace tantos siglos, la historia de la humanidad y el progreso de las civilizaciones se detuvo y dio marcha atrás. Un cataclismo de esas dimensiones, por fuerza, habría de excitar la imaginación de un narrador de historias, como es mi caso. Sabemos que tras una edad de héroes notables, dioses poderosos y fulgentes civilizaciones, llegó la destrucción, el aniquilamiento y el fulminante ocaso de aquellos emporios. De la forja del bronce, que requería una técnica compleja y cara, se pasó a la del hierro, barata y simple. Por eso al bronce se le llamaba “el metal de los héroes” y al hierro “el metal de los pobres”. Sabemos también que tras la caída de Troya, el mundo antiguo se desmoronó. Desaparecieron imperios como el hitita, soberbias ciudades como Micenas y Knosos, capital de los orgullosos cretenses... se perdieron la escritura, el modelado de cerámica, la escultura, la música... aquella Edad Oscura fue un catastrófico advenimiento de la barbarie. ¿Por qué sucedió, me preguntas? No lo sé a ciencia cierta. Nadie lo sabe. Las invasiones de unos pueblos por otros, la guerra, la irrupción de los dorios en el Peloponeso, el caos originado al perderse el control de los mares por la flota de Troya, la devastación causada por los pueblos nómadas, aquellos piratas conocidos como Pueblos del Mar... hay muchas explicaciones y, probablemente, el fenómeno fue debido a una conjunción de todas ellas. Yo he intentado, en la medida de mis posibilidades, advertir a mis contemporáneos sobre una realidad sufrida por los tuyos: la civilización no es un bien inamovible, intocable, perdurable sin discusión. Podemos perder lo que tenemos, como os sucedió a vosotros, y esto puede ocurrir si nos dejamos vencer por la autosatisfacción, la presuntuosa convicción de que hemos llegado tan lejos que no puede haber marcha atrás. No es así. La regresión es posible, y la nueva barbarie siempre acecha. En mi tiempo no le llamamos “Pueblos del Mar”, “adversidad del destino”, ni “castigo de los dioses”. Tiene otros nombres: intolerancia, fanatismo, terrorismo, ignorancia, codicia, brutalidad...
-Dramático se te escucha.
-Mejor prevenir que lamentar, ¿no te parece?
-Alguna vez he escrito que los hombres se cansan antes de dormir, de amar, de cantar y de bailar que de hacer la guerra. ¿Es lo mismo en tus días o habéis hallado un método adecuado para desahogar el instinto bélico?
-Me gustaría poder engañarte, buen amigo. Pero por muy ciego que seas, el empeño resultaría inútil. De modo que oye la verdad y verás cómo mi voz no tiembla al decirla. No... no nos hemos cansado de hacer la guerra. Seguimos en guerra, como siempre, y temo que para siempre.
-Nada nuevo entonces.
-Como me resultaría muy difícil explicarte la diferencia entre una espada de bronce y un AK-47, lo dejaremos así, en efecto: nada nuevo.
-Y ahora que has desvelado los misterios de mi mundo, para que los conozcan en el tuyo… ¿Qué te queda por hacer? ¿Buscarás nuevos mitos y efemérides que relatar?
-En ello estoy, como siempre. He descubierto un acertijo latino, un palíndromo, diabólicamente complicado. Lo de “diabólico” no es una metáfora. Estoy convencido de que hay algo maligno, burlonamente infernal, en ese acertijo. Cuando acabe de desentrañar su sentido, si es que lo consigo, intentaré contar a quien quiera escucharme la historia de esa búsqueda.
-Otra historia contada desde la oscuridad, según deduzco.
-Por supuesto, venerable anciano. Tú deberías saberlo mejor que nadie. No hay nada nuevo bajo el sol, a la luz del día. Pero entre sombras, en lo más hondo de la oscuridad... allí se ocultan todas las historias que merecen ser contadas.

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