En el siglo I antes de la era vulgar (como decía, hace algún tiempo, un colaborador de este periódico) el emperador César Octavio Augusto mandó construir el Ara Pacis, el altar dedicado a celebrar la paz conseguida bajo su imperio. No es que Octavio Augusto o los romanos fueran pacifistas, no se vayan a creer. Es que la paz, cuando un pueblo no cobarde lucha, si es menester, con ardor, constituye un gran bien que conviene celebrar.
En el siglo XXI de la era vulgar, dicho altar se ha visto profanado en la mismísima ciudad de Roma al ser insertado, por el módico precio de 16 millones de euros, bajo el armatoste de acero y cristal, obra del arquitecto estadounidense Richard Meier, que puede contemplarse en la foto.
El engendro, promovido y defendido durante años por los ayuntamientos romanos de izquierdas, tiene además una rara virtud: es el único de todo el mundo que profana, a la vez, la memoria pagana y la cristiana. El primer edificio moderno construido en el centro histórico de Roma se encuentra, en efecto, al lado de dos maravillosas iglesias barrocas a las que tapa ignominiosamente.
Hasta aquí cosas normales, corrientes y frecuentes. Todas las ciudades históricas han sufrido y sufren en su carne (algunas en mayor, otras en menor grado) escarnios y desmanes parecidos. Carente de toda creatividad artística, nuestra época es incapaz de dejar tal cual los restos de nuestro glorioso pasado: le encanta meter su pezuña encima de ellos.
Lo que ya no es nada frecuente es, en cambio, oír a un alto cargo de un Ministerio de Cultura decir cosas como las que soltó Francesco Maria Giro mientras visitaba el monstruo a finales del pasado mes de julio: “Es feo y excesivo […], toda una bofetada para los ciudadanos romanos. Si la decisión estuviera en mis manos, lo demolería por completo. El problema es que no tenemos bastante dinero”.
Tampoco es habitual que todo un alcalde de Roma como Gianni Alemanno pretenda saltarse a la torera dichas dificultades económicas y prometa derrumbar un edificio que ha costado una millonada. (Sin embargo, el coste de la reconstrucción sería tal que, al menos de momento, parece que ha tenido que limitar sus intenciones a demoler algunas de las paredes adyacentes, a fin de que las dos iglesias no queden tan tapadas.)
Veamos más cosas sorprendentes en esta Roma que acaba de elegir a un alcalde “ex fascista”, como lo califican los partidos de izquierdas. No son sólo los políticos quienes se oponen al engendro de Meier. Lo hacen también famosos críticos de arte, como Vittorio Sgarbi, quien califica al armatoste que cubre el Ara Pacis de “cloaca indecente, una especie de mezcla entre gasolinera y pizzería”. A ellos se suma la gente sencilla (cosa normal: son los que menos comulgan con las ruedas de molino del “arte” contemporáneo). Así, Franco Rocca, el dueño de un bar que está al lado del edificio, declaraba recientemente: “Es desagradable. Han puesto la modernidad al lado de dos iglesias antiguas, tapándolas. Ésta es una ciudad que nunca aceptará este tipo de arquitectura”. Y así lo demostraron quienes, en diez años de polémicas y enfrentamientos mientras se construía el edificio, participaron en diversas manifestaciones callejeras.
Sí, ha leído bien: manifestaciones para defender la belleza, el patrimonio y el pasado. Ningún otro interés les movía. Nada más que esto (y nada menos). ¿Conoce alguien algo parecido por aquí cerca?