Profeta en su tierra, que es la nuestra

Manuel de Falla: El pintor musical de España

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MIGUEL LEVY/AGENDA DE REFLEXIÓN
 
Hijo de un matrimonio de origen catalán, Manuel de Falla vino al mundo el 23 de noviembre de 1876 en el andaluz puerto de Cádiz. Sus padres pertenecían a un sector de la burguesía acomodada cuyo status les permitía disfrutar de un modesto buen pasar que incluía, en sus pasatiempos, el goce de algunas manifestaciones culturales donde la música ocupaba un lugar preponderante. Su madre María Matheu era pianista y fue ella quien prodigó las primeras lecciones al futuro compositor.
 
Luego de una etapa de estudio con los mejores maestros gaditanos, el joven músico se trasladó a Madrid participando en el año 1899 en el concurso de piano del conservatorio donde ganó el Primer Premio. Estimulado por este triunfo buscó el consejo del célebre compositor Felipe Pedrell quien lo aceptó como alumno. Durante los dos años que duraron sus clases, Falla adquirió la formación de base sobre la que cimentará, con el fresco aporte de los maestros franceses, la construcción inconfundible de sus obras.
 
En 1904 se inscribió en el concurso de composición de la Real Academia de Bellas Artes donde expuso su ópera "La Vida Breve". Con ella ganó el primer premio y el reconocimiento inmediato del mundo musical español. No obstante el éxito, sus esperanzas de ver representada la obra, tal como lo estipulaban las bases del concurso pronto se desvanecieron. Demoras y justificaciones financieras cancelaron definitivamente la promesa que anunciara la Academia.
 
A principios del siglo XX París era el epicentro de la cultura artística de Europa. A la actividad incesante del teatro dramático se agregaba un movimiento en las artes plásticas de dimensiones tan renovadoras y profundas que el paso del tiempo demostró equiparable con el período renacentista. Dentro de ese marco la música no se quedaba atrás. Desde comienzos del siglo XIX la capital francesa se había ido transformando paulatinamente en una de las mecas definitivas del éxito musical, compitiendo con Viena y Berlín en la calidad de sus espectáculos. No en vano compositores de la jerarquía de Giuseppe Verdi y Richard Wagner, buscaron la confirmación de su prestigio con un triunfo en la Ciudad Luz.
 
En 1907 Falla llegó a París contratado como pianista acompañante de un mediocre grupo teatral. Apenas terminada esta ingrata experiencia se conectó con los músicos más importantes del momento, con algunos de los cuales llegó a establecer una amistad duradera. Paul Dukas, Maurice Ravel, Claude Debussy y su compatriota Isaac Albéniz fueron sus leales amigos y honestos admiradores. Junto a ellos terminó de conformar su personalidad musical. Dukas quedó tan impresionado por La Vida Breve que se comprometió a intentar representarla en la Opera Comique de París, promesa que concretó en el año 1913.
 
En 1914 los peligros de la primera guerra europea lo devuelven a Madrid, pero ya ha publicado, además de su única opera La Vida Breve, el Allegro de concierto, las Cuatro piezas españolas y las Tres melodías sobre textos de Teófilo Gauthier. España lo recibe con afecto y reconocimiento. Aprovechando el buen momento consigue que el Teatro de la Zarzuela estrene La Vida Breve, acontecimiento que ocurre el 14 de noviembre de 1914, interpretada por la célebre soprano Luisa Vela y dirigida por el compositor Pablo Luna. Poco después la misma cantante ofrecería en primera audición las Siete canciones populares españolas, obra fundamental del maestro gaditano.
 
Nace una obra monumental
 
En esos tiempos la zarzuela reinaba soberana en el ambiente musical madrileño. Junto a ella coexistía un género menor donde cantantes y bailarines de las regiones de España mostraban su arte propio. Estos espectáculos realizados en teatros provistos de escenarios pequeños requerían por esa razón grupos musicales reducidos. Esta aparente limitación fue el motivo del nacimiento de una obra artística monumental.
 
La formidable bailarina Pastora Imperio había solicitado al poeta y dramaturgo Gregorio Martínez Sierra el texto para una obra con escenas de baile y música gitana. Martínez Sierra a su vez recurrió a Falla para integrar la parte musical. De este proyecto nació El Amor Brujo. Escrita para un conjunto de 14 músicos, esta "gitanería", como la llamaban sus autores, superó un primer desconcierto del público para transformarse en un éxito clamoroso.
 
Muy pronto la pieza fue reclamada por las grandes agrupaciones sinfónicas, lo que motivó al compositor a modificar la partitura con nueva orquestación, suprimiendo las partes habladas y algunos fragmentos cantados. Con esta redacción es como se la escucha actualmente en las salas de concierto. En 1916 vio la luz una obra de larga elaboración que había comenzado a gestarse en París. Se trata de “Noches en los jardines de España para piano y orquesta”. Con ella Falla se pone a la altura de los más grandes pintores de la música, junto a sus amigos Ravel y Debussy y sus colegas rusos Mussorgski y Rimski-Korsakov.
 
Fascinado por “Noches” el empresario y productor ruso Sergio Diaghilev le propone la creación de un ballet para su compañía. Falla compone entonces El sombrero de tres picos, obra que se estrenó en el Teatro La Alhambra de Londres con la Compañía de Ballet Ruso el 22 de julio de 1919. Sus solistas fueron los bailarines Tamara Karsavina y Leonid Massine, la dirección de orquesta estuvo a cargo del maestro Ernest Ansermet y los decorados fueron una creación de Pablo Picasso.
 
A partir de 1920, acompañado por su hermana María del Carmen, se instaló en Granada. Durante esa década mantendrá una activa participación en el mundo musical español. Luego de trabajar en la organización del Concurso de Cante Jondo da a conocer otra de sus obras fundamentales, El retablo del Maese Pedro. Muy pronto le siguen Psyche para ensamble de cámara y el Concierto para cémbalo dedicado a su amiga la famosa clavecinista Wanda Landowska.
 
Frecuentemente invitado por los centros musicales del continente viajó a Italia, Francia y Alemania donde se programaban sus obras. En esos tiempos comienza a imaginar la que sería su gran obra inconclusa, la ópera La Atlántida.
 
Córdoba, el último sueño
 
La España de la década del 30 era la menos propicia para el temperamento de Falla. Persona introvertida, taciturna, no comprende cabalmente lo que ocurre a su alrededor. Creyente fervoroso, sufrió un duro golpe al conocer el asesinato de su amigo el poeta granadino Federico García Lorca. Desde entonces su endeble salud empeora y de alguna manera solo atina a marginarse de compromisos que le proponen los vencedores de la guerra civil. En enero de 1938 el franquismo lo nombró presidente del recién creado Instituto de España, designación de la que logra zafarse sin despertar sospechas ni lastimar susceptibilidades en los estamentos del poder.
 
En este clima de difícil convivencia recibió la noticia de que el Instituto de Cultura Española de Buenos Aires lo invitaba a viajar a América para celebrar los 25 años de actividad de esa entidad en la Argentina. Falla no dejó pasar la oportunidad para salir justificadamente de España y aceptó el viaje propuesto. Su llegada a nuestro país, acompañado por su hermana María del Carmen, se concretó el 18 de octubre de 1939. En Buenos Aires lo esperaba el mundo musical de entonces. Encabezados por el compositor y director de orquesta Juan José Castro y su esposa Raquel Aguirre, estaban los maestros Roberto García Morillo, Athos Palma y otros representantes del medio artístico local.
 
Luego de cuatro conciertos ofrecidos en el Teatro Colón durante el mes de noviembre, los Falla se trasladaron a la ciudad de Córdoba. Con serias dificultades por su precario estado de salud y con la economía maltrecha se instalaron en Villa Carlos Paz primero y luego en la finca "Los Espinillos" de Alta Gracia. Comenzó entonces una etapa de lucha para equilibrar sus finanzas intentando cobrar los cuantiosos derechos de autor que rentaba su música, con las limitaciones impuestas por el estallido de la Segunda Guerra en Europa.
 
Con menguadas fuerzas físicas intentó también continuar con la composición de la ópera La Atlántida, pero su tiempo no se lo permitió. Don Manuel falleció el 14 de noviembre de 1946 en Alta Gracia dejando su última obra incompleta. Sus restos, honrados en Córdoba y Buenos Aires, fueron enviados a España y reposan en la catedral de su Cádiz natal.
 
(www.agendadereflexion.com.ar)

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