Estalla la Primavera. Estalla de belleza el periódico

Rompamos moldes, que por algo somos política, cultural, existencialmente incorrectos (“anarquistas de derechas”, dice alguien por ahí; de “izquierdaderechas”, dirán otros). Rompamos, sí…, pero afirmando.

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Como lo hacía Botticelli, cuya Primavera estalla gozosa y frondosa en el  cuadro. Su estallido llena hoy de inusitada belleza nuestras páginas. Siendo insólita la presencia de lo bello en un periódico, también el nuestro se estremece con algo tan inusual. Es lo que pretendemos: que nos estremezca cada día la belleza –muy libremente evocada– de una gran obra de arte. Una obra que, aportando un ramalazo de lo esencial, nos aparte de tantas miserias inesenciales…como la actualidad nos obliga a contarles.

En cualquier gran cuadro –aun el más sombrío– estalla la belleza: ese aliento de lo fundamental. Pero lo hace con especial vigor en esta Primavera donde todo revienta de voluptuosidad y espiritualidad. Primavera del más esperanzador de los renacimientos; primavera en la que se avizora –¿será posible?– la síntesis del mundo antiguo y del cristiano: Cupido se convierte (arriba) en ángel llevado por celestiales alas; el viento Céfiro (las fuerzas de la naturaleza vuelven a estar personificadas) persigue lujurioso a la ninfa Cloris, que acabará convertida en Flora, diosa de la primavera; en el centro se alza Venus, grácil y acogedora como una Madonna; sutiles gasas desvelan velando[1] la belleza, espiritual y sensual, de las Tres Gracias… 

Voluptuosidad, religiosidad, belleza… La síntesis se gestaba ahí, en aquella Florencia, por ejemplo, donde rememorando las Floralia romanas, se celebraban cada primavera las fiestas del Calendimaggio. La síntesis, sí…, pero la síntesis, ¡ay!, poco tiempo duró. Diecinueve años después de creada La Primavera, el propio Botticelli arrojaba en 1497 sus pecaminosos cuadros a la hoguera de Savonarola, el siniestro dominico. Suerte que a éste, al menos, le ajustaría las cuentas, un año después, nuestro valenciano papa Borgia. Años más tarde llegaría del norte un monje agustino mucho peor. Lutero se llamaba.

J. R. P.


 

[1] “Desvelan velando”. Sí, un guiño a… ¿Qué gran filósofo considera que tal es la esencia misma de la verdad, comprendida a la griega manera? Quien lo acierte podrá escoger, como regalo, el libro que prefiera del catálogo de Áltera. Enviar la respuesta a: manifiesto@manifiesto.org.

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