Reyes sin corona, Europa sin reyes

El laberinto de las coronas alemanas

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RODOLFO VARGAS RUBIO
 
Otro proceso de unificación del siglo XIX, paralelo al de Italia, acabó con la soberanía de la mayor parte de los múltiples estados que conformaban la Confederación Germánica, sucesora de la del Rin (creada por Napoléon para substituir al fenecido Sacro Imperio). En 1870, la batalla de Sedán selló la absoluta supremacía prusiana sobre Francia y dio el puntillazo al Segundo Imperio (Napoleón III no tuvo más remedio que abdicar). La suprema humillación para los franceses fue ver cómo en la Galería de los Espejos de Versalles era proclamado por Bismarck el Imperio Alemán (el Segundo Reich) en enero de 1871. Se consagraba así la supremacía de Prusia, aunque se respetaba la autonomía de algunos estados históricamente importantes (no se trató, pues, de una anexión pura y dura como en el caso italiano).
 
Así pues, dentro del Imperio alemán subsistían cuatro reinos (además de Prusia: Baviera, Würtemberg y Sajonia), seis grandes ducados (Baden, Hesse, Mecklenburg-Schwerin, Mecklenburg-Strelitz, Oldenburgo y Sajonia-Weimar-Eisenach), cinco ducados (Anhalt, Brunswick, Sajonia-Altenburgo, Sajonia-Coburgo y Gotha y Sajonia-Meiningen y Hildburghausen), siete principados (Lippe-Detmold, Reuss de la rama primogénita, Reuss de la rama segundona, Schaumbourg-Lippe, Schwarzbourg-Rudolstadt, Schwarzbourg-Sondernshausen y Waldeck-Pyrmont), tres ciudades libres (Bremen, Hamburgo y Lübeck). El territorio de Alsacia y Lorena (cercenado de Francia como botín de guerra) completaba el Reich, que también poseía un imperio colonial. Todos los demás estados fueron subsumidos en la Gran Alemania, aunque se reconocía a ciertos príncipes llamados «mediatizados» que, habiendo perdido la soberanía efectiva sobre sus antiguos territorios, conservaban no obstante rango, tratamiento y privilegios equivalentes a los de príncipes reinantes.
 
Entre los principales estados alemanes se hallaba Baviera, reino relativamente joven, pues había sido creado por Napoléon en 1806 para premiar el apoyo que le había prestado el príncipe elector Maximiliano José, perteneciente a la antigua Casa de Wittelsbach, aunque en su rama segundona de los Zweibrücken o Deux-Ponts. De sus sucesores destacan sólo los dos Luises: el primero, gran apasionado del Clasicismo, hizo de su capital Munich la Atenas del Norte (y, dada su pasión por la cultura helénica, vio con júbilo cómo los griegos, independientes del dominio turco, hacían rey suyo a su hijo Otón); el segundo fue el célebre Ludwig, el llamado Rey Loco (“le seul vrai roi de son temps” al decir de Verlaine), a cuyo maravilloso delirio debe hoy Baviera una gran parte de sus ingresos por turismo y los melómanos del mundo entero el Teatro de Bayreuth. En 1918, la corona de Baviera sucumbió en el naufragio general de monarquías que siguió al Armisticio. Los Wittelsbach tienen hoy como jefe al príncipe Francisco de Baviera, nieto del príncipe Ruperto, a su vez hijo y heredero del rey Luis III y de María Teresa de Módena (a través de la cual recaen en él los derechos jacobitas a las coronas de Inglaterra y Escocia).
 
La importancia de llamarse Hohenzollern
 
Los Hohenzollern son en su origen una familia condal de Suabia cuyo castillo solariego en Zollern (cerca de Stuttgart) data del siglo XIII. Fueron señores de Nüremberg y de otros feudos suevos y francones, pero su importancia les viene de haber gobernado el margraviato de Brandemburgo (desde 1415) –que los hacía príncipes electores del Sacro Imperio– y el ducado de Prusia (desde 1525), unidos en 1618 en la persona de Juan Segismundo I, cuyo nieto el elector-margrave Federico III se convirtió en Federico I, rey de Prusia, por investidura del emperador Leopoldo I (que premiaba así su apoyo a la causa austracista en la Guerra de Sucesión Española). Federico Guillermo I, el Rey Sargento, y su hijo Federico II el Grande hicieron de Prusia un estado militar, que alcanzó rango de potencia europea con la Guerra de Sucesión Austríaca (1740-1748) y la Guerra de los Siete Años (1756-1763). Durante las Guerras Napoleónicas, Prusia se opuso al predominio francés y aglutinó el sentimiento nacionalista alemán que, unido al militarismo de su clase aristocrática (los Junkers), fue aprovechado hábilmente por Bismarck para crear el Imperio en 1871, después de la aplastante derrota de Francia. Guillermo II de Hohenzollern fue uno de los grandes responsables de la Gran Guerra. Después del Armisticio abdicó y se marchó al exilio en Holanda, donde murió en 1941 (vigilado estrechamente por Hitler). Su tataranieto Jorge Federico de Prusia (nacido en 1976) es hoy quien ostenta la Jefatura de la Casa de Hohenzollern.
 
La rama segundona de los Hohenzollern-Sigmaringen logró colocar a uno de sus pimpollos en el trono de Rumanía (como veremos otro día) y a punto estuvieron de poner a otro sobre el de España, vacante tras el derrocamiento de Isabel II en 1868 (esta candidatura frustrada fue zorrunamente usada por Bismarck para provocar la guerra Franco-Prusiana). De entre los demás estados alemanes digamos dos palabras sobre el Reino de Hannover, creado en 1814. Sus soberanos pertenecían a la Casa de los Welfen (Güelfos) y gobernaron los ducados de Brunswick y Lüneburg antes de convertirse en electores de Hannover (1692) y reyes de la Gran Bretaña e Irlanda (1714). En este último trono estuvieron hasta 1901, cuando, a la muerte de la reina Victoria, pasó a la Casa de Sajonia-Coburgo y Gotha (rebautizada como Windsor en 1917). El presente titular de los derechos dinásticos de Hannover es el príncipe Ernesto Augusto V, duque de Brunswick y Lüneburg, personaje que ha alcanzado notoriedad por haberse casado con la princesa Carolina de Mónaco, reina de la prensa rosa mundial. Tía suya fue la ex reina de los Helenos Federica, consorte de Pablo I y madre de la reina Sofía de España.

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