El PP se suicida, como tiene por costumbre. Su forma de llegar al gobierno siempre ha sido como "mal menor", remedio a los desmanes y despilfarros de la socialdemocracia. Son incapaces de articular un discurso ideológico que entusiasme a nadie, y lo saben. Cuando "España va bien", reciben votos por inercia de la ciudadanía que no quiere experimentos económicos y aborrece la ingeniería social. Pero en el PP son tan necios que si reciben once millones de papeletas en las urnas, creen tener once millones de incondicionales. Cuando España va mal, se quedan pasmados porque no tienen nada que decir. La incapacidad y garrulería para gestionar sus propias crisis es antológica. La torpeza con que afrontaron desde el gobierno los atentados del 11-M-04 nos costó ocho años de zapaterismo. Su pánico tras los resultados de las pasadas elecciones autonómicas y municipales (¡y eso que continúan siendo el partido más votado!), les devuelve la evidencia de lo que en verdad son: un rejuntado de políticos con ambiciones personales, en el meollo o ciegos ante la corrupción y con marcada tendencia a apretar el botón rojo que los autodestruye en cinco segundos. Son como los malos equipos de fútbol: ni saben mantener la ventaja ni saben remontar; no saben ganar y no saben perder (aunque de momento no han perdido nada, pero están en ello). Si nadie lo remedia, la bajeza política de este "partido" costará a los españoles una buena temporada de demagogia ultraquejica: la ira implacable de la pequeña burguesía, horrorizada por lo malo que es el capitalismo cuando no les beneficia.
Temo a los finales del PP más que a un regalo de los griegos. Si nadie lo remedia, nos van a dejar una herencia cojonuda, de hacer la compra con cupones y lavarse los pies en el bidé.
Por favor, que alguien lo remedie, aunque sea socio del Barça