El texto que sigue fue redactado durante los meses de diciembre de 2014 y enero de 2015. Por una serie de circunstancias relacionadas con mi dedicación literaria y la preparación de una nueva obra de narrativa, no he podido culminarlo hasta hace unos días. Considero, sin embargo, que lo fundamental del enunciado continua vigente, sobre todo si atendemos a la pequeña conmoción política (sin duda muy importante para el partido), que ha supuesto la dimisión de Juan Carlos Monedero de la dirección de Podemos, finiquitando así su breve aunque ruidosa carrera política.
Creo que el título de estas líneas, “Podemos, un partido para los días de fiesta”, toma más sentido tras la crisis última de esta formación, cuyo origen puede rastrearse en los resultados obtenidos en las alecciones andaluzas (para ellos decepcionantes), así como en la preparación de las elecciones municipales del 24 de mayo. Dos “excesos de realidad” que están desarbolando a un partido nacido en el delicado territorio de las ideas y la publicidad.
Para comodidad de los lectores he dividido este artículo de Lejos de Itaca en dos partes. La segunda entrega, mañana, 1 de mayo de 2015.
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Todos los teóricos, observadores y estudiosos coinciden en que una doctrina política, un partido, su ideario y programa, deberían reunir dos condiciones para ser en principio verosímiles:
-Haber surgido desde el mismo seno de la controversia, forjado en la contradicción de intereses estratégicos de sectores y clases sociales en liza.
-Ser útiles en momentos complicados, “especiales”, cuando las circunstancias reales son muy distintas a las existentes en el momento de su formulación.
¿Por qué nunca funcionan los partidos creados a partir de una escisión? Porque, por lo general, responden a intereses tácticos, no estratégicos, de los afiliados y colectivos a los que dicen representar y defender.
¿Por qué hay ideologías “para los días de fiesta”, cuando no sucede nada y hablar es gratis y no compromete a nada? Porque los seres humanos somos así, dados al énfasis y la emoción retórica, y fáciles de encandilar por ideales bellos.
Una de las más amargas quejas de León Trotski respecto a los revolucionarios españoles y su actuación durante la guerra civil, era la “traición de
Es cierto que Podemos tiene un origen muy arraigado en las movilizaciones que se desarrollan masivamente en España, durante los inicios de la crisis económica de 2008, el movimiento de los indignados, las acampadas en las grandes ciudades, el 15-M, etc. También es verdad que aquella coyuntura, de la que hoy vivimos sus secuelas, marcó un profundo antes y después en la confianza y credibilidad de la ciudadanía sobre los partidos tradicionales, generándose las condiciones subjetivas necesarias para la fundación de una nueva formación que diese respuesta a aquel afán tumultuoso por una distinta manera de hacer política. En tal sentido, nada que objetar.
La dificultad para Podemos, sus votantes y quienes crean en este proyecto, es que Podemos comienza a crecer y emerge cuando ya los clamores de la indignación han remitido y se han convertido en descontento, una aceptación “normalizada”. Comienza a postularse como alternativa real tras las elecciones al Parlamento Europeo de 2014, seis años después del estallido de la indignación en España; y Pablo Iglesias, alfa y omega de esta organización (de momento y mientras no se demuestre lo contrario), aparece como líder de nuevo cuño, con un discurso atractivo para muchos ciudadanos, bastante después de iniciada la contestación al sistema. Gana popularidad gracias a su “tirón mediático”, su agilidad en los debates televisivos, su desparpajo y pericia didáctica. De ser una estrella mediática a convertirse en un dirigente político que sabe lo que se hace, hay un trecho, el cual está aún por recorrer para Podemos.
El segundo problema para esta formación es que, pertrechado con su ideario y programa, tan atractivos como difusos, no se enfrenta siquiera a la realidad-responsabilidad de ejercer tareas de ejecutivas en ninguna instancia de la administración del Estado. Su “dura realidad” son las encuestas y expectativas electorales, y ninguna otra. Por tanto, como toda su acción se sitúa de momento en el plano de lo probable, no tienen otro remedio que ir adaptándose a las mencionadas expectativas electorales, moderándose aquí, recrudeciéndose allá.
Hace unas páginas afirmaba que el ultraderechista Inestrillas había decidido apoyar a Podemos porque su mensaje era el mismo que el de José Antonio Primo de Rivera. Poco duró el entusiasmo de Inestrillas. Ya se borró del podemismo, aduciendo que no puede simpatizar con un partido cuyo máximo dirigente se define ahora como socialdemócrata. Imagino que en Podemos importará un comino este asunto, incluso habrán suspirado de alivio al saber lejos de su organización a este elemento. Aunque quizás al conocido activista le retornase el entusiasmo por Podemos si reparara en las declaraciones de Juan Carlos Monedero, “segundo de a bordo”, en las que, respecto a las ayudas y beneficios sociales sufragados por el Estado, afirma su convicción: “los españoles primero”. Declaraciones que rápidamente fueron utilizadas por la izquierda al uso para tachar a Monedero prácticamente de xenófobo, racista o a saber qué otro pecado (2). Podemos no tiene un programa concreto para casi nada, sólo una promesa: hacer las cosas con honestidad. Para lo demás, ya se irá viendo (3).
La política es la representación normalizada legalmente de la relación de fuerzas contradictorias en todos los ámbitos de la sociedad. Para cualquier marxista de manual, la política es una superestructura ideológica. Sin embargo, tanto la izquierda tradicional como Podemos (en eso son muy parecidos), al renunciar a las posibilidades reales de reversión en la infraestructura económica y, por tanto, resolver la tensión de poder, y de manera decisiva, a favor de las clases trabajadoras, han optado por trasladar toda pugna, cualquier controversia y choque de intereses, al ámbito de lo ideológico.
Ya no se trata de discutir el sistema sino sobre la forma de gestionarlo. La izquierda ya no es una alternativa, una propuesta de nueva sociedad, sino una oferta de administración diferente para un modelo de sociedad básicamente invariable.
Ser “de izquierdas” o de “de derechas” ya no significa estar posicionado respecto al modo en que la humanidad debería organizar la producción y reparto de la riqueza, sino una cuestión de prioridades acerca del uso y (re)distribución de dicha riqueza. Tal vez por eso, la política se ha convertido en una “gestión de expectativas”. Podemos es una organización con sorpresiva pericia en esto último: decir a la ciudadanía lo que quiere escuchar y elaborar programas al gusto de todos.
La intención anunciada por su alfaomega Iglesias de no comparecer "con su marca" en las próximas elecciones municipales, entre otras razones porque cualquier actuación "impropia" de algún cargo electo sería muy perjudicial para el prestigio de Podemos, caracteriza con bastante precisión la estricta índole virtual, mediática, de este partido que no es cabalmente un partido sino un estado de ánimo tensionado en las redes sociales: una cosa de Internet que sale en TV y ha conseguido votos y representantes en las elecciones europeas, las que piden menos trabajo concreto y dan más sueldo.
No se equivoca el estudiantil Pedro Sánchez cuando señala a Pablo Iglesias y sus seguidores como un movimiento populista. El populismo, aparte de un caudillo arropado por las masas combustibles, requiere la efectiva sublimación de las contradicciones sociales y de clase en aras de un bien "superior", sea éste "la justicia" abstractamente considerada, la patria, el progreso o cualquier tontería de esas que cualquiera puede invocar y casi nadie es capaz de definir con exactitud.
Podemos es un partido populista de sofá, para los días de fiesta, cuando no pasa nada y no hay retos concretos que enfrentar con gestión y acción efectivas. Su ámbito natural es el vértigo sin sustancia de las ideas que se transmiten según la velocidad que cada cual tenga contratada para su ADSL. No hablamos, ciertamente, de un partido populista al estilo ortodoxo, sino de un grupo de ingeniosos publicistas que han sabido vehiculizar el descontento de muchos en beneficio propio y de sus allegados, así como articularlo en torno a un proyecto que se niega a sí mismo la responsabilidad del día a día para suplantarlo por aquel anhelo tan característico del pensamiento totalitario: arreglarlo todo de una vez, de un plumazo y en dos patadas; a fecha fija. Estos esmerados teóricos del twit y el Me Gusta quieren un aceptable simulacro de la toma de
Por otra parte, no deja de ser significativo que los dirigentes podemistas, ante unas elecciones municipales, desconfíen tanto de la capacidad organizativa de su formación como de la aptitud de sus militantes, cautelarmente sospechosos de protagonizar actuaciones "impropias" que dañarían la imagen de su copyright.
Cocineros antes que frailes, saben muy bien con qué moneda pagan los trolls de Twitter y los fanáticos de Facebook el más mínimo desliz. Quieren seguir siendo un partido sin historia ni mácula, sin manos en la masa, incontaminado por la acción allá donde verdaderamente se toman decisiones que afectan a la ciudadanía: las instituciones. Una cosa es "moverse" en la pureza indignada de una manifestación y otra arriesgarse a cambiar algo de verdad. Y, por supuesto, una cosa es mantener el chiringuito controlado por los cuatro prácticos en la materia (casi todos ya colocados en Bruselas) y otra entregar poder a la chusma, ese poder pequeño pero irritantemente cotidiano del municipalismo. Al pueblo hay que darle promesas y buen ejemplo, no herramientas con las que ellos mismos puedan ponerse a la tarea de cambiar las cosas y, cuidado, estropear el delicado mecanismo de la revolución "desde arriba".
Ejemplos hay, muy cercanos, de cómo la dirección de un partido ha evitado las listas municipales para no perder el control absoluto del tinglado. Que le pregunten a Rosa Díez y su UPyD cómo les salió, en 2011, aquel invento de no presentar candidaturas en municipios de menos de 50.000 habitantes.
En fin, que se han retratado Pablo Iglesias y sus consejeros. Del ilustrado y burgués "todo para el pueblo pero sin el pueblo" han evolucionado hasta la modernidad un poco caradura de "todo para nosotros pero con el pueblo". Buenos maestros en la asignatura tienen en sus países caribeños de referencia.
Propongamos algunos ejemplos que ilustren estas últimas afirmaciones (4):
-Antes de las elecciones al parlamento europeo, Podemos exigía una quita de la deuda pública (próxima al 100% del PIB). Ahora, en un ejercicio de realismo, se han olvidado aquella propuesta. Sólo hablan de “reestructuración”, una propuesta muy poco novedosa.
>Economistas “ortodoxos” (de “la casta”), como Daniel Gros, ya propusieron la reestructuración hace años, para aliviar la carga financiera de familias y empresas en países fuertemente endeudados, como Grecia o España. La propuesta fue bien acogida, por razonable. Incluso en los USA existen mecanismos de reestructuración de deuda privada, muy flexibles, lo que permitió en los primeros años de la crisis sostener el consumo privado al haberse aligerado la carga financiera. No deja de ser significativo que el país-modelo para Podemos en este asunto sean los Estados Unidos de América.
-No queda ni rastro de la propuesta de rebajar la edad de jubilación a los 60 años que se incluía en los primeros documentos de Podemos.
-Tampoco hay noticias sobre la propuesta estrella de la “renta básica universal”. Parece que al fin los números y cifras fidedignas de disponibilidad dineraria por parte del Estado para llevar a cabo esta propuesta (la dura realidad), se han impuesto sobre las ideas y buenos propósitos (y la demagogia oportunista de prometer el oro en unas elecciones y dar humo en cuanto las urnas se han cerrado). Por arte de magia, la renta básica universal ha desaparecido del programa de Podemos, a pesar de que fue uno de los puntos centrales en la campaña de las elecciones europeas. Ahora hablan de extender la red de ayudas públicas a más colectivos. Justo lo que negocian al día de hoy (diciembre de 2014) los sindicatos y el gobierno.
-Más llamativa es la idea de “rescatar la banca pública”. Convertir el Instituto de Crédito Oficial en un remedo eficiente de banca pública. La idea no es nueva. En España ya hubo banca pública durante el franquismo. ¿Adivinan quién la liquidó? Aciertan: el primer gobierno socialista.