A catorce días de las elecciones al Parlamento Europeo, estos comicios despiertan en la ciudadanía el mismo interés que un partido amistoso entre España e Irlanda, previo a la liguilla clasificatoria para el campeonato mundial Sub-21. Hay una sensación de inutilidad como de protocolo, ni necesario ni obligatorio. Un cubrir el expediente para que todo siga igual, continúen mandando los de siempre y Europa permanezca anclada, por algún fatum histórico que nadie ha explicado aún, en aquella utopía a la que en tiempos dulces se llamó sueño, si bien en épocas más áridas se la catalogó de quimera, un imposible o directamente una pesadilla.
Hay una sensación firmemente arraigada entre los electores que acudirán a las urnas el 25-M (o sea, el 40% de la población aproximadamente), de que estas elecciones son una perfecta excusa para cubrir el expediente, retratar una España comprometida de boquilla y nada activa en la construcción europea y, en todo caso, confirmar lo que todos saben: los grandes aburridos partidos perderán apoyo, los puedoynoquiero subirán un poco (quizás un porcentaje significativo considerado en su conjunto, pero eso sí, como la lotería de navidad: muy repartido); y acaso lo que más interesa a todos: el aguante de cara al exterior, ante la misma Europa, de propuestas secesionistas como las de CyU-ERC-PNV y afines más toscamente tuneados como Bildu. Lo demás, anécdota.
A los españoles no nos molestan las elecciones europeas. Tampoco nos emocionan, ni nos movilizan, ni nos hacen sentir peor o mejor que haber quedado por detrás de la mujer barbuda en el Festival de Eurovisión (con perdón por cómo ha quedado construida la frase anterior, ha sido sin querer). De las instituciones europeas sabemos que son un camposanto digno para nuestros cadáveres políticos, en el cual se cobra una lana importante por hacer de muerto de principio a fin de la película, y que allá en Bruselas manda una señora llamada Merkel que nos trae a maltraer con la economía, los recortes sociales y la prima de riesgo. Dicen nuestros dirigentes que la idea de Europa no ha calado en la ciudadanía española. Mienten, como casi siempre. Quienes no han calado han sido ellos, sus programas de "ya te veré y ya te diré", su desmaño y pocas ganas, como de tombolero cansado a las seis de la mañana, después de haber pasado la noche cantando números del bingo y repartiendo muñecas chochonas; su distancia sideral respecto a los ciudadanos, cuanto más inmensa más cazurra. Los parlamentarios europeos no desaparecen en el magma de la materia inteligente sino en el pozo negro de la incompetencia y la ignorancia. Cuanto menos se sepa de ellos, mejor para ellos.
Nunca me he considerado euroescéptico sino, más bien, un entusiasta del sueño de Europa con demasiados ataques de realismo. El día 25, si van a votar, háganlo al menos al partido que más les despierte las pájaras del alma (aclaro que el partido entre el Atleti y el Madrid no es el 25 sino el 24). Es el mío un consejo ñoño, lo sé, pero yo creo que bastante práctico. Total, como el resultado da lo mismo, ¿qué se pierde por dar el voto, por una vez, a quien más confianza nos merece y no a quien menos miedo nos da? Yo voy a hacer la prueba, a ver cómo se las arreglan cuando en vez de dos o tres grupos parlamentarios haya nueve. O la verdad... Mejor ni espero a ver nada ni hago el seguimiento de nadie. Que se dediquen a lo de siempre, a su santa voluntad y santísimo sesteo, y que nos olviden durante otros cuatro años. Eso que saldremos ganando, ellos y nosotros. Ni siquiera aspiro a que se bajen el sueldo. ¿Para qué, si lo que no gasten en leña lo quemarán en carbón? Ya nos lo bajamos nosotros, que estamos más acostumbrados y lo llevamos con más elegancia.