Histriones en el Parlamento

Compartir en:

 Dice doña Ana Pastor (ministra de Fomento, no confundir con la calificadora del Santo Oficio que ejerce en la Sexta), que la política es el arte de no decir nunca tonterías. Se queda corta o calla a sabiendas de que una cosa es decir y otra hacer. Porque decir sandeces por parte de nuestra clase política es un telediario, y hacer el indio, sobre todo en los últimos tiempos, una especialidad emergente y con buenas perspectivas de desarrollo.

La afectación histriónica no convence jamás al antagonista (por el contrario, aguza la malquerencia), sectariza aún más a los adeptos incondicionales y, por lo común, causa vergüenza ajena en quienes observan el espectáculo desde la sana distancia que impone la objetividad. Hacer ostentación ridícula, sobreactuación, contradanza de los propios argumentos, es paradójicamente el último argumento de quien tiene poco que aportar. Y en esa peculiaridad se están esmerando aquellos parlamentarios españoles (españoles porque ocupan banca y nómina en el parlamento español, por ningún otro motivo estimable para ellos), que suben a la palestra para representar guiñoles, performances y otros sainetes propagandísticos en lugar de ofrecer argumentos a la ciudadanía que les ha votado, también a quienes no les votaron aunque esperan que se comporten con la dignidad y buen juicio exigibles a un representante de la soberanía popular.

Discutir, discuten mucho. Debatir, poco debaten. El nivel del discurso político en sus distintas especialidades opositoras está a la altura de la soflama, la arenga y el clamor cabezudo de la consigna. Eso sí: a hacer el memo no hay quien les gane. Suben a la tribuna disfrazados con camisetas de colores, despliegan pancartas, exhiben globos, dibujos alegóricos y consignas simples. Incluso cantan, ciertamente, como cantó hace unos días la representante de Amaiur para mostrar su desacuerdo con la reforma educativa del Gobierno. Les puedo asegurar que en esos instantes de sonrojo me importaba un comino la “ley Wert” y lo que pudiese decir de ella (o cantar), la espontánea versolari; lo horrendo del caso no fue la salida de tono parlamentario, sino la sospechosísima tonancia de monjita arrepentida o arcaica dama de la Sección Femenina con que la diputada perpetró los mi-fa-sol de su ocurrencia. Aquel aire como de malicia rural y candidez de sacristía en el congreso de los diputados resulto tan obsceno (entiéndase por “fuera de escena”), como las salidas de Cayo Lara cuando sube al estrado embuchado en una XL con pectoral a modo de rótulo, las onomatopeyas grotescas de Tardá o los aplausos de IU a las locarias Femen. Un circo, un despropósito. Y sobre todo: una tomadura de pelo.

Quienes así actúan, ofenden tanto a quienes los pusieron en el Congreso con sus votos como a la ciudadanía en general. A los primeros porque una de dos: o los consideran zafios conformes con gestos propagandísticos en vez de con una actividad parlamentaria sensata, o directamente les importa su opinión lo mismo que el clima en Madagascar. A los demás ciudadanos, porque todos esperamos que los representantes del pueblo cumplan su importante misión con la dignidad y seriedad exigibles a quienes ejercen la potestad legislativa del Estado y la observancia y control parlamentario del poder ejecutivo. Seriedad que no es lo contrario a “divertido”, sino a hacer el payaso y dar por sentada la puerilidad de los ciudadanos; de la misma manera que “divertido” no es lo contrario a lo serio sino a lo aburrido.

Por desgracia hay muchos, demasiados parlamentarios que valoran su escaño en el Congreso en sentido secundario. La función principal no les interesa en absoluto: o se ven vanguardia de una revolución social que arrasará la caduca institución, o piensan independizarse de España y no volver nunca más por Madrid. Otros, aprecian su acta de diputados porque lleva aparejada la inmunidad, como la tarjeta que libra de la cárcel en el Monopoly. De entre todos ellos, los más deleznables son los que consideran la tribuna de oradores como una plataforma para sus tareas de agitación y propaganda. La quintaesencia de estos últimos: los que se dedican a montar teatrillos y reciben con gesto abnegado el aplauso de sus compañeros de grupo, generalmente tan desvergonzados como ellos.

A un servidor, en el fondo, le importa muy poco lo que digan o hagan estos parlamentarios de pega, pero me inquieta, como supongo que a la mayoría de españoles, lo numeroso de este gremio en ascenso y lo fácil y barato que les sale llegar al Parlamento. Porque a no hacer nada de provecho se nace sabiendo, y a ser tonto se aprende en cuatro días. Si ese es todo el currículo necesario y todo el compromiso exigible, dentro de nada el parlamento de Taiwan, famoso por sus espectáculos pugilísticos, va a tener más prestigio que el español, no tan dado a los mamporros pero de repertorio más variado. Al tiempo.

 

Publicado en La Gaceta, 12/12/2013

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar