Una historia de colegio

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 Ramón de España

El manicomio catalán

 

Para muestra, una página:

"... me topé en el colegio con la otra cara de la moneda: un chaval de mi edad que detestaba todo lo que le sonara a español. Le bastó con mi apellido para cogerme una inquina instantánea, lo cual resultaba bastante molesto si tenemos en cuenta que era mucho más alto y más fuerte que yo. No sé qué le comenté un día en clase para obtener la siguiente respuesta: «Conmigo no podrás hablar hasta que aprendas catalán». Cierto: en esa época, yo no hablaba una palabra de catalán y, aunque lo entendía perfectamente, también tenía mis problemas para leerlo (lo cual me distanciaba de mis amiguitos, que eran todos lectores del tebeo Cavall Fort). Aunque no es menos cierto que tampoco me moría de ganas de hablar con aquel sujeto tan hostil: probablemente, me estaría haciendo el simpático para evitar que, a la hora del patio, me introdujera por el recto el bocadillo que con tanto esmero me había preparado mi madre. Y además, no entendía por qué me despreciaba tanto ese muchacho...

Para empeorar las cosas, mi némesis catalanista contaba con un secuaz muy desagradable que solo vivía para complacerle y ganarse su aprobación. Era el típico charnego agradecido; ya saben, un eslabón más de esa larga cadena de trepas acomplejados que va de Paco Candel a José Montilla pasando por Justo Molinero. Flaco, renegrido y de evidente origen andaluz, el pobre se esforzaba en hablar un catalán voluntarioso que mi torturador escuchaba como si fuese música para sus oídos. El chaval quería ser aceptado por un compañero cuya superioridad moral y, sobre todo, social no se atrevía a poner en duda. Lo más probable es que este le despreciara por charnego y tiralevitas, pero le venían muy bien sus servicios. Para congraciarse con su amo, el esclavo me chinchaba con especial saña. Y si le partía la cara, ya sabía lo que me esperaba: les remito al párrafo del patio y el bocadillo.

No he vuelto a saber nada del charnego agradecido, y me gustaría poder decir lo mismo de su señorito. Con el tiempo, este entró en Convergencia, fue trepando hábilmente en el partido y acabó de conseller de Bienestar Social —sí, lo sé, es como poner al abogado Rodríguez Menéndez a dar clases de ética — en el primer gobierno de Artur Mas, hasta que lo cesaron porque su insensibilidad hacia el bienestar de cualquiera que no tuviese el nivel C de catalán era escandalosa, por no hablar de su insistencia en soplarles a los parados su magra pensión, convencido sin duda de que se la gastaban en vino.

Josep-Lluís Cleries. Qué gran hombre. Ahora lo han recolocado en el Senado y no le va a poder decir a nadie que para hablar con él hay que hacerlo en catalán. Se va a hartar de hablar la lengua del enemigo. Pero bueno, siempre puede hacer amistad con Montilla, que le recordará mucho a su antiguo secuaz del colegio".

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