El viejo truco del plan B

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 No me parece mal que nuestros políticos y clase dirigente tengan siempre dispuesto un plan B, por si fallasen las previsiones e iniciativas que se adoptan en primera instancia para resolver cualquier situación o generar dinámicas que beneficien al conjunto de la ciudadanía. De verdad que no parece mal.

Lo malo es que releo el enunciado anterior (todo el párrafo) y me entran más ganas de llorar que de reír. Porque si no me lo creo yo, que lo he escrito, ¿a quién demonios voy a engañar? Esa es la pena, maldita pena: que en España, por no haber, no hay “primer plan” para nada. Y tampoco se improvisa sobre la marcha, materia en la que son expertos los italianos, también los rusos a partir del 7 de noviembre, que es cuando allí entran los fríos siberianos, las ideas se congelan y se vive en las últimas rayas del termómetro. En España, por el contrario, ni frío ni calor. Vivimos en permanente plan B porque todo el mundo sabe que las primeras intenciones, una de dos: o son embusteras o son incorrectas.

El anterior presidente del Gobierno, aquel innombrable leonés cuyos apellidos no tendré el mal gusto de recordar, inició su segunda legislatura afirmando campanudo que iba a ser, literalmente, “la del feminismo, la igualdad, el pleno empleo y la consolidación definitiva del Estado del Bienestar”. Pero como la realidad es más lista que nuestros políticos, su plan se truncó a las nueve semanas y media, y no tuvo más remedio que acogerse al plan B: recortes por todos lados, desempleo salvaje, inflación, inyecciones hipermillonarias a la banca y a los mercados podridos en su mismo caldo... En fin, para qué evocar aquella catástrofe.

*Mariano Rajoy* empezó con otro pie pero con el mismo sistema. No llegó a desdecirse de nada porque había hecho pocas promesas (más bien ninguna), pero sí ha tenido que esmerarse en un plan B que nadie esperaba y que a nadie le gusta: algo así como triple ración de la “austeridad” iniciada por el último gobierno socialista. Y nada, a esperar que renazca la confianza y “fluya el crédito”. Aunque no sé... Desde niño me enseñaron que la sana economía se funda en el trabajo y el ahorro. Lo del “crédito”, o sea, endeudarse, no estaba en la receta . Pero bueno, si el plan B de Rajoy es que la gente y las empresas puedan permitirse el lujo de endeudarse mediante una fluencia generosa de crédito bancario... Allá cada cual con su fórmula. Si no funciona, seguro que tiene un plan B.

Todos tienen un plan B: los partidos, los gobiernos, los jerifaltes autonómicos, los sindicatos, los llamados agentes sociales, las asociaciones ciudadanas, los tribunales de justicia, la policía y los delincuentes. Hasta el Madrid y el Barça tienen siempre un plan B del que echar mano para salvar la temporada. Somos el país del plan B por antonomasia, como si hubiésemos adoptado unánimemente y al pie de la letra aquella máxima marxista del mismo *Groucho*: “Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”.

El último es vistosísimo, y me refiero al plan B del secesionismo catalán, expuesto por *Duran i Lleida *hace unos días en Madrid: “Quien diga que Cataluña puede ser un Estado independiente dentro de la UE, está mintiendo”. Aunque son conocidas las reticencias de Unió Democrática sobre la apuesta sin vuelta atrás de *Mas *y sus socios radicales, la lapidaria declaración de Duran, recogida en portada de este mismo periódico, establece sin duda un antes y un después en la puesta en marcha del plan B. Porque Duran, que va de “nacionalista bueno”, se ha limitado a expresar lo que piensan muchísimos ciudadanos de Cataluña partidarios de la plena soberanía: hacer ese viaje y quedar fuera de Europa es una solemne temeridad. Y una completa majadería. Y el precio, elevadísimo: situar a ERC como partido hegemónico.

Un servidor, que ha vivido en Cataluña largas temporadas y actualmente habita en estas tierras con carácter indefinido, puede aventurar que la inmensa mayoría de la población no está por esas faenas tan áridas, la primera de las cuales exige establecer una quiebra irrecuperable con lo que algunos llaman “el resto del Estado” y que para las personas del común se denomina España. Ah, por supuesto: España no es una bandera, una selección de fútbol y dos guardias civiles con bigote. España es la familia de Cádiz, el hijo trabajando en Torrelavega, la prima de Huesca y el cliente en La Coruña. Romper esa baraja es más difícil que articular un sencillo plan B. En este caso, el de “Estamos pero no estamos”.

Como siempre. Tampoco es tan grande el drama. Las mentes preclaras de la cosa pública llevan toda la vida en el mismo plan (B, no sé si lo he dicho antes). Y casi nunca pasa nada. Y a tenor de la franqueza con que Duran expuso el otro día sus inquietudes europeístas, tampoco pasará en esta ocasión. De momento, los planes B del “quiero y no puedo, ni me atrevo ni me conviene” son los únicos que funcionan, aunque sea por inercia de la tradición. Una tradición muy española, por cierto.

(Publicado en La Gaceta, 28/06/2013)

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