Vivimos en permanente estado de furor, una especie de cólera colectiva que a fuerza de denominarse "indignación" ha dejado de tener contundencia léxica y a punto está de desvanecerse como concepto útil. Si hoy alguien dice que está "indignado", no sabemos si es por la tasa de acumulación de capital engrosada por usurpación al trabajo proletario o porque a su equipo le han pitado un penalti que no era. Es lo que tienen las palabras: a fuerza de usarse dejan de significar y se convierten en tópico, coletillas vacías de contenido. Las palabras, o cambian el mundo o poco a poco se amodorran en el limbo del diccionario. Como la lira de Bécquer: "una voz como Lázaro espera/ que le diga "Levántate y anda".
Pero es cierto, vamos por el mundo y por la vida -yo el primero, a qué absolverme si peco más que nadie -, con la ceja levantada, con la moral subida de tono, con el juicio sumario dispuesto, el tribunal popular reunido y las sentencias dictadas de antemano. Cualquier noticia nos enoja, cualquier nombre de cualquier corrupto de esos que están más de moda que el whastapp nos enciende y corrobora de manera implacable lo que ya sospechábamos, encaja a la perfección y confirma nuestra infalible enmienda a la totalidad. Todo está podrido, todo es injusto, todo falla porque los fundamentos de todo -es decir, el sistema -, no funciona. Y no sólo no funciona, sino que se ha transcendido a sí mismo para convertirse en un pozo de iniquidad que devora ciudadanos, vidas, sueños, igual que Polifemo comía náufragos. Aunque lo peor de todo no es esa realidad, bastante palpable, sino nuestra reacción ante esa realidad: nos rasgamos las vestiduras cada día, quedamos desnudos de purísima indignación desde que amanece hasta que el sol huye por Lisboa... y ya está. Ni las palabras cambian el mundo ni los gestos desarbolan un sistema que está concebido, nada menos, para soportarse y sobrevivir a sí mismo... No digamos para aguantar el cotidiano berrinche de "los de abajo".
Hoy me han llegado tres o cuatro peticiones para que firme por la dimisión del presidente del gobierno. Los impulsores de la iniciativa quieren reunir un millón de firmas. Uno se pregunta por qué un millón, por qué no dos millones, o cinco, o diez... Ya lo decía el Tirano Ilustrado de "El recurso del método", tras dar una ojeada al primer tomo de El Capital: "Ahá, van listos... A mí no se me tumba con números". Conste que no estoy llamando a Rajoy ni tirano ni ilustrado. Hablo del método, de nuestros usos y costumbres. Un millón de firmas... da que pensar. Un millón de firmas cambiarán lo mismo que cien millones de firmas o que ninguna firma. Como en la novela de Carpentier, lo que falla en estas ecuaciones no es el recurso sino el método. Hasta donde estemos dispuestos a cambiar nosotros (usos y costumbres, gritos y silencios), hasta ahí cambiarán las cosas. Ni un palmo más allá, ni con un millón de firmas ni con un millón de vestiduras rasgadas.