En Sevilla, un sanjuán es un zaguán; o mejor dicho: un zaguán se convierte en sanjuán por pareidolia fonética, cuando las zetas y las ces transmutan en eses y el fonema G toma prestada la hondura de la H andaluza. Y viceversa. Los sanjuanes de Sevilla tienen mosaicos de colores, se adornan con muchas macetas y los suelos siempre brillan porque siempre acaban de pasarles el mocho. El fenómeno es exclusivo de Sevilla, por supuesto.
En el resto de España y del mundo, un San Juan es un evangelista y un zaguán ni se sabe.
En el noroeste, por ejemplo, San Juan es noche de brujas más que de hogueras. Cuentan (contaba Cunqueiro en "De santos y milagros"), que la noche de San Juan del año mil y pico, los enanos de los bosques de Westfalia huyeron al mediodía de Francia porque un barón renano (¿?) quería cobrarles impuestos exorbitantes (no se sabe si por enanos, renanos o dueños de riquísimas minas en las que ocultaban doncellas dormidas); el barón, avaricioso, prendió hogueras por los caminos para avistar a los fugitivos, pero ellos burlaron el cerco agarrándose a las escobas volantes de las brujas de Sajonia, quienes iban camino de Carcasona para reunirse en asamblea y repartir con equidad las moscas, moscardas, tábanos y otros bichos zumbones que molestarían la siesta durante el alegre verano. Me parece una explicación sobre las hogueras de San Juan tan plausible como la del zaguán. El lío entre enanos, renanos, Westfalia, Sajonia y Renania ya es cosa de los antropólogos. Yo, ni entro ni salgo.
Anoche, en Arteixo (muy lejos de Westfalia), más que hogueras hubo humaredas. Los campesinos aprovechan la fiesta para quemar rastrojos sin llamar demasiado la atención (alguna multa se ahorran, seguro). Los petardos de la sanjuanada estallaron al unísono con los de la francesada futbolera (aquel 2 de mayo trajo este 2 a cero, dijo alguien arrebatado de patriotismo romántico, del de antes). Humo y pólvora, la ciudad desvanecida entre tinieblas, olor a campos ardiendo y bandadas de pájaros volando alto, sacados del nido a mitad de su noche, aterrorizados por el fuego y el estampido de los petardos. Seguro que toparon con más de una bruja sajona, desviada de su rumbo a Carcasona. El noroeste es lo que tiene: más que magia, hechicería. Como si el Apocalipsis sanjuanero se hubiese traducido al gallego antes que al latín.