Nocheras nocheviejas

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La  de 1975. Agarré una cogorza impresionante en casa de un compañero de facultad, quien organizaba la fiesta por todo lo alto. Con la euforia del cava y las copichuelas, me dio por invitar a todo el mundo, al día siguiente, Año Nuevo, a presenciar el “tradicional” concurso de saltos de trampolín sobre nieve; en la TV de mis padres... ¡Y en color! Apenas dormí dos horas. Sobre las diez de la mañana, la modorra pastosa y asesina de resaca fue zarandeada por mi madre: “Hay unos sujetos con mala pinta que apestan a vino y preguntan por ti”. Diez o doce melenudos que habían seguido la fiesta, acababan de presentarse en casa. A la mitad de aquella tropa no la conocía de nada. Mi padre, en batín de franela y zapatillas de paño, los atendió cortésmente. Mientras los esquiadores saltaban en Austria y nosotros los veíamos desde Granada (y en color), papá y mamá me miraban con cara de “Ya hablaremos”.

 
 La de 1979. Sobrio del todo, viajé a Madrid el día anterior, con la RENFE. En la capital del reloj que da los cuartos antes de las doce campanadas, me encontré con unos amigos a los que tenía urgente necesidad de visitar. Bueno, sí: la juventud suele ser tonta y la mía de remate. Eran las 23’15 del 31 de diciembre cuando tomé el tren de vuelta a Granada. Me despidieron con entusiásticas felicitaciones por el nuevo año. Durante el viaje, los pasajeros sacaban una botellita de sidra El Gaitero, otra de coñac Soberano... Brindaban y repetían: “Feliz año nuevo”. En cuanto llegué a Granada, después de dos noches de tren (aquellos trenes), me dirigí medio zombi al Gobierno Militar, donde estaba citado a las 09’30. Había unos doscientos jóvenes en mi misma situación, la mayoría con resaca. De la resaca me había librado; pero de ir a la mili, no. Unos soldados nos entregaron los petates y un capitán con bigote nos leyó el reglamento. A paso ligero, volvimos a la estación de ferrocarril. Al tren. A Madrid otra vez. Casi todos los mozos iban adormilados. De vez en cuando despabilaba alguno y repetía con voz de aguardiente: “Feliz año nuevo”. No recuerdo el trayecto entre Atocha y Alcalá de Henares, esa parte del insomnio se ha perdido en el océano de los absurdos. En el campamento, un tal sargento Padilla nos recibió encantado, muy jovial y dicharachero. Cuando la compañía sin uniformar y con demasiada pelambre se encontraba más o menos formada, se dirigió a nosotros con una gran sonrisa. “Vamos, chavales, más energía, que en el ejército no nos comemos a nadie. Ah... y que no se me olvide: “Feliz año nuevo a todos”. Yo creo que lo decía con recochineo. Luego ya no pude hacer la mili del todo, pero esa historia es otra, para otro día.
 
 La de 1987. Barrio de San Matías, casa de tócamerroque. Sobre las 22’00, unos gamberros tiraban petardos en la calle. Un vecino salió al balcón para increparles y afear su conducta. Los gamberros demostraron ser muy gamberros: respondieron a pedradas. También demostraron tener mala puntería, pues el único cristal que rompieron fue el de mi habitación. Daños imprevistos de una guerra en la que yo, por principio, era neutral. Me empeñé en denunciar los hechos en la comisaría de la plaza de los Campos. Mis compañeros de piso me previnieron: “Mira que en nochevieja...”. Yo, erre que erre. Un cristal nuevo, en aquellos tiempos, costaba 3000 pesetas. Y su valor a 31 de diciembre, con los fríos que caen en Granada, era prácticamente incalculable. Llegué a comisaría sobre las 23’30. Salí a las 08’00 del uno de enero. Pasé la noche entre carteristas, heridos en riña, accidentados y dos prostitutas de la calle Jazmín que se habían enzarzado con un cliente beodo y remiso a pagar sus servicios. Finalmente, conseguí poner la denuncia (hasta hoy, por cierto). El policía de la puerta, cuando me marchaba agotado por aquella noche a lo Valle Inclán, me consoló con un muy verídico aserto: “Ánimo, hombre, que mañana es festivo en Graná y tiempo tiene usted para recuperarse de esta juerga”. Desde entonces, le tengo cariño a la fiesta de la Toma de Granada, por más que digan los del Colectivo 2 de enero.
 
 La de 2011. Carmona, depresión del Guadalquivir. (Lo de “depresión” va sin segundas). Dentro de un ratito me conecto al Skype para charlar con la mujer que comparte mi vida pero no estas fechas. Por Buenos Aires anda. Allí no será año nuevo hasta dentro de muchas horas. Vale la copla: Tengo dos vasos vacíos y una botella de vino. Dime, noche: ¿a quién invito?

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