Hace unos años, no muchos, el sujeto de debate político eran las diferencias y contradicciones entre clases sociales: la burguesía, el proletariado, el campesinado, los jornaleros, la pequeña burguesía urbana... Quienes sufrían marginación, pobreza o injusticia extrema tenían también nombre de clase social: lumpemproletariado.
El materialismo histórico aplicado a sociedades concretas fue transformándose del Gran Hermano de Orwell a una parodia de El Gran Dictador de Chaplin. Se acabó el discurso sobre clases sociales y comenzó, imparable, la reivindicación fragmentada en sectores interclasistas, a quienes se les puso el nombre poco original pero muy descriptivo de colectivos: amas de casa y mujeres en general, vecinos, homosexuales en todas sus vertientes, ecologistas, consumidores (ahora llamados usuarios), antiloquesea (tabaco, toros, uso privado del automóvil...), discapacitados, afectados por el Forum Filatélico y sume usted lo que quiera, pues colectivos hay a cientos, puede que millares.
Otra vuelta al mecanismo. La controversia política se traslada al DNI y sus respectivas localizaciones. Nunca antes, en una campaña electoral como la que afortunadamente concluye el próximo 20N, se había hablado tanto de andaluces, catalanes, vascos y vascas.
De las clases sociales a los gremios. De los gremios a los territorios. ¿Será que regresa, inapelable, el feudalismo?
Lo que tengo bastante claro es que avanzar, lo que se dice avanzar, no avanzamos.