Leo Perutz, judío sefardita nacido en Praga (1882-Bad Ischl, Austria, 1957), es un autor sutil, deliciosamente culto (no "documentado": culto), y dueño de una prosa ágil y lo suficientemente rotunda para encandilar al inquieto lector desde la primera a la última página. Esto último se dice mucho, a modo de reclamo de publicitario, sobre todo cuando los medios culturoides comentan tochos tipo best-seller. Pero en este caso se trata de una humilde verdad, y por ser verdadero se dice. Los primeros frescos del otoño, en la madrugada, recobijado al fin en la cama y con manta ligera, que es como mejor se lee, los he pasado en compañía de este señor, praguense que escribía en alemán (como Kafka, mira tú; como tantos otros). Con él y con su Judas de Leonardo. Una novela colmada de sentido del humor y de exquisita lucidez.
El Judas de Leonardo, según Perutz, es el proteico ciudadano, buen burgués, que por rematar un negocio vendería no sólo la sangre de Cristo sino su propia sangre; o lo que es peor: su propia conciencia y sus sentimientos. Y quedaría tan contento y ufano de sí porque en la vida (sospechamos que en la muerte y para toda la eternidad), no hay nada más importante que el dinero y los negocios. Por diecisiete ducados, saldo de una deuda que ha venido a cobrar a Milán desde sus tierras germánicas, y por otro ducado más que pende de una apuesta, el caballero tudesco renuncia al amor de su vida, lo entrega en prenda del negocio y, como es natural, cierra con éxito sus asuntos contables en la Lombardía. Puede que una traición de esta magnitud sea en el fondo más espectacular, de más gravedad que vender al Hijo de Dios. A fin de cuentas, el calvario de Jesucristo era cosa cantada y anunciada, designio divino del que ni Él pudo zafarse. Alguien tenía que ejercer de traidor en aquel drama y le tocó al atribulado Judas. Pero esos tiempos son el pasado. El futuro según Perutz (recuerdo nuevamente que falleció en 1957), se resume en la frase que dedica al comerciante alemán su amada Nicola, años después, cuando lo encuentra por las calles de Milán y reconoce en sus facciones no tanto al hombre que la abandonó como al que sirvió de modelo para el Judas de La última cena:
-¿Cómo voy a seguir enamorada de él? Si hubiese sabido que era Judas, nunca lo habría amado.
El futuro entrevisto por Perutz. Nuestro hoy, según parece.