Qué poca vergüenza

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 El pasado verano, en un primoroso hotelito de los Picos de Europa, pasé cierta tarde agosteña, lluviosa y bastante fresca, conversando en familia. A la tertulia se unieron dos hombres del lugar, paisanos ambos muy decidores, casi parlanchines si consideramos la tendencia leonesa a la economía de palabras, una virtud que por lo visto y escuchado se diluye poco a poco, conforme las tierras de aquel antiguo reino desdibujan su perfil para convertirse en abrupto preludio del montañón cántabro.

Inevitablemente, la conversación derivó hacia la actualidad política. E inevitablemente empecé a aburrirme como un calamar precocinado. A la media hora de iniciadas las correspondientes y obligatorias diatribas contra el gobierno, el sistema, el marimoñeo general, etc, encontré la fórmula de estar en la conversación sin estar en ella. Me limitaba a exclamar: “Qué poca vergüenza!”, cada cierto tiempo, como apostilla a sentenciosas frases de las que no había escuchado prácticamente nada. Funcionó el ingenio. Cada vez que intervenía en el debate, “Qué poca vergüenza”, los demás me miraban y asentían. Salí del paso.

Ahora, ya ven, me he acostumbrado a esta inofensiva impostura. Cada vez que en algún medio de comunicación leo o escucho alguna noticia de las que hacen sentir sonrojo por vivir en una sociedad semejante a la nuestra... no saben ustedes el consuelo que se alcanza con el sencillo mantra.
 
¿Que no hay dinero para la sanidad en Cataluña, ni para la educación en Madrid, ni para pagar los desplazamientos de la Orquesta Nacional, ni para refinanciar las pequeñas aunque asfixiantes deudas de miles de pequeñas empresas, ni para subsidios a los desempleados mayores de 45 años, ni para tantísimas cosas? Pues qué poca vergüenza. ¿Ah, pero sí lo hay para inyectar miles de millones de euros a las cajas de ahorros, hasta ayer juguetes financieros de los partidos, cortijos de las diputaciones provinciales y comunidades autónomas, hoy nuevos bancos sin un duro para nadie menos para ellos? Pues qué poca vergüenza. ¿También hay dinero para pagar una indemnización de ocho millones de euros al ex director general de una esas entidades; y para seguir despilfarrando en las televisiones autonómicas, o en otros medios de comunicación subsidiados que son perfectos mecanismos de generar números rojos (léase diario Avui y parecidos panfletos); y para “embajadas” de Andalucía en Singapur y de Cataluña en Bolivia?
 
No sigo, vale de ejemplos.
 
Lo dicho. Sentida y sacra jaculatoria. Tan a gusto se queda uno...

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