La izquierda agota la Coca Cola

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La izquierda se queda sin discurso, saturada de argumentos y propaganda (y agitación), y sin posibilidad de ejercer para aquello que, teóricamente, está pensada y organizada: transformar la realidad. Ha pasado en muy poco tiempo, en España, del nivel máximo de saturación a (con perdón de los lectores y permiso de D. Simón) la curva del decrecimiento.

Es de primero de márketing. Cualquier comercial/vendedor/ emprendedor novato, por muy novato que sea, sabe que todo producto tiene un límite insuperable: el máximo de consumidores potenciales. Salvo la

Si el muro de la realidad se interpone obcecado entre el discurso y los hechos, cualquier doctrina se convierte en producto ideológico como la antigua Coca Cola

aspirina y el pan, todos los bienes consumibles habidos y por haber han pasado por la misma crisis. El experto Jason Apaliski explicaba y justificaba con este sencillo gráfico (ver ilustración) la invención y comercialización de la Coca Cola Zero. Por mucha publicidad que se hiciese, por machacona que fuera la insistencia sobre las jóvenes y nuevas generaciones de consumidores, la Coca Cola tradicional era un producto acabado. Cuando se ha alcanzado el óptimo de madurez e iniciado la curva del decrecimiento, el muro contra el que choca cualquier intento por revitalizar la oferta hace inútil el esfuerzo; tan inútil como meter esteroides y transfusiones de sangre y someter a operaciones de cirugía estética a un anciano de noventa años. Si eres viejo muy viejo, no hay solución: el final digno es mejor que negar la realidad.

Hablando de realidad, se preguntarán uds., quizás, a qué viene hablar de “productos” y “márketing” cuando me refiero a la posibilidad y vigencia de una alternativa política. Creo haberlo señalado en párrafo anterior, pero vuelvo sobre ello. Si la izquierda tiene algún sentido histórico es transformar la realidad desde un perspectiva “progresista”, entendiendo por progresismo el énfasis imperativo sobre conceptos claros de igualdad, justicia social, solidaridad, libertad…

Si el muro de la realidad se interpone obcecado entre el discurso y los hechos, cualquier doctrina se convierte en producto ideológico (como la antigua Coca Cola, una bebida carbónica bastante insulsa que siempre ha representado un cierto estilo de ser y una manera de ver la vida). La realidad es el eje vertical invariable en las coordenadas de la acción política: si no puede redefinirse hacia nueva ubicación (por supuesto, de progreso), no hay nada que hacer. La izquierda, por tanto, ya está saturada de adhesiones, argumentos y teoría, mientras que la realidad sigue ahí, donde siempre: impasible y sin moverse un palmo. Hagan cuentas. Es el momento de la bajada de la curva (con perdón de los lectores y con permiso de D. Simón).

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