"Por España me atrevo"

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SEGÚN informaba El Manifiesto hace unos días, acaba de aparecer un libro de don Fernando López de Olmedo sobre la historia de Ceuta y el conflicto del islote Perejil, recuperado por nuestras fuerzas armadas tras la posesión a las bravas que había consumado el gobierno de Rabat en el verano de 2002.

En marzo de 2006 publiqué en diarios de Granada y León el artículo que sigue, el cual permanece en su vigencia, creo. Como desgraciadamente creo también que los casos de magníficos soldados abandonados a su suerte por los sucesivos gobiernos de la nación han aumentado con el paso del tiempo. O sea, que el procedimiento no ha cambiado.

Pero hablemos ahora sólo del islote Perejil y del soldado José Castro y su historia. A ver qué les parece.

Decía así el artículo en cuestión:

"En la actualidad, los soldados españoles de procedencia comunitaria o de Sudamérica suman el 3% del total de nuestra milicia, aunque dicha cifra, por el camino que llevamos, se multiplicará en poco tiempo. Un servidor, que no hizo la mili por falta de espíritu castrense, se encuentra poco capacitado para opinar acerca de estos temas, mas no puedo evitar (ni evitarles), una reflexión, acaso marcada por devociones personales, sobre lo que en verdad está sucediendo en nuestra milicia. Y es que tengo la impresión, y ojalá me equivoque, de que vamos poco a poco construyendo un ejército no de profesionales sino de mercenarios. A ver si me explico.

Un caso, el del soldado José Castro, verídico y real como la vida misma.

El soldado José Castro, a los dieciocho años, marchó voluntario al ejército. Sirvió en la Legión y posteriormente en los cuerpos especiales de intervención inmediata. Su esmerada dedicación y aptitudes para el servicio de armas, así como su incombustible amor a la bandera y la nación que representa, le animaron a formarse y perfeccionarse hasta el punto de que era considerado, a sus 27 años y con la graduación de cabo 1ª, uno de los soldados de intervención más cualificados y preparados del ejército español. Experto en tácticas de combate, bien con armas de fuego o cuerpo a cuerpo, era destacable su aptitud para diferentes especialidades: paracaidismo, buceo, explosivos, control de prisioneros, supervivencia, alta montaña, marchas forzadas, camuflaje, eliminación de objetivos singularizados (ustedes ya me entienden), incursión en territorio enemigo e incluso espionaje. Lo que se dice una máquina. No había para él otra vida, ni otro afán, ni otra ilusión ni mejor manera de emplear su existencia que el servicio de armas a España. No hubo otro más disciplinado, más eficiente, más rápido y más exacto en cumplir las órdenes que se le encomendaban. ¿Creen que exagero? No debo estar exagerando cuando, para empezar, el soldado José Castro estuvo sirviendo en Bosnia, en misiones que transcendían con mucho el denominador de «ayuda humanitaria» bajo el que fueron enviadas nuestras tropas a aquel país, cometidos que por razones evidentes no detallo ahora. Y cuando el gobierno español decidió intervenir en el islote Perejil para desalojar la incursión marroquí, ¿quién creen ustedes que fue el primero en saltar del helicóptero que transportaba a nuestras fuerzas especiales? Ahí está: El soldado José Castro. Pero aquel fue un mal salto para él. La misión de Perejil le costó una rodilla que, seguramente, nunca llegue a recuperarse del todo. Fue el único herido en la operación, y lesionado para siempre quedó, aunque nuestro ministro de defensa olvidó detallar este pormenor en su famosa comparecencia de «Al amanecer, con viento de levante ». Cierto, en la recuperación de Perejil hubo un soldado español seriamente herido, el cabo 1ª José Castro, quien acaba de cumplir 30 años. ¿Dónde creen que se encuentra ahora mismo ese soldado, el cual, en circunstancias normales, habría sido condecorado y gozaría de un retiro acorde con los servicios prestados al ejército? ¿Sería una desmesura imaginarlo en un destino sedentario, burocrático, que no le exigiese aquellos esfuerzos físicos que tanto derrochó en épocas de dificultad? ¿Quizás fuera una osadía desear que trabajase como instructor de nuevos reclutas en algún centro de adiestramiento, compartiendo su experiencia y saber con los novatos? Ea, pues nada de eso. El soldado JC está en casa, por completo desligado del ejército. Trabaja con sus manos en una empresa de metalistería, y si te he visto no me acuerdo. Nunca volverá a vestir el uniforme. La última vez que lo vi, en las pasadas navidades, me mostró orgulloso el regalo de reyes que se había hecho a sí mismo: Un tatuaje que cubre su brazo derecho, con el escudo de Infantería y una leyenda: «Por España me atrevo». Quienes me conocen saben que no soy muy dado a la cosa esta patriótica, ni al ardor guerrero, pero gestos como el del soldado José Castro, lo reconozco, me emocionan, me renace la arcana y discreta fascinación por «la secta del cuchillo y del coraje», porque esa marca perpetua, ese «Por España me atrevo» indeleble (aunque él sabe que nunca más vestirá uniforme ni marchará en un desfile ni dará un taconazo ante la bandera), hablan de una integridad personal que va mucho más allá de lo estrictamente militar. Son seña y muestra de un espíritu generoso, de lealtad que desborda a la obligación, de gratitud y pundonor, una suma de atributos que pueden compendiarse, creo, en la virtud romana de la compasión, aquella que hacía a los hombres respetar a sus semejantes y, por lógica consecuencia, amar a la patria.

Aunque hay amores no correspondidos. El soldado José Castro llevará para siempre el «Por España me atrevo» en su brazo, pero el ejército, en cuanto cumplió 30 años, lo despidió con un «muchas gracias y que te vaya bien». Esa es la perspectiva que aguarda a todos los soldados profesionales que se enrolan al cumplir la mayoría de edad: unos años de servicio y cobrar el sueldecito. Lo demás es secreto a voces. Al cumplir los treinta, indio comido, indio ido. Puede que la estancia se prolongue un poco más, en virtud de la reforma que se planifica sobre el servicio de armas profesional, pero en esencia es lo mismo. Quienes acudan hoy al ejército, en estas condiciones, saben que ni siquiera el heroísmo va a salvarles de la pronta y fulminante jubilación. Si entran, será sin llamarse a engaño. Por la paga.

Ya sabemos, ciertamente, el nombre que se da a los soldados que sirven por una paga y nada más que por dinero. Lo del soldado JC era otra cosa
".

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