Amar en tiempos canijos

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Amar tu trabajo es levantarte a las 03’20 de la madrugada, salir de casa a las 04’00, tomar un taxi que te lleve a la estación del tren, subir a un cercanías con salida a las 04’25, el cual expreso de casimedianoche, después de una hora de trayecto, te dejará en destino. Firma de entrada a las 06’00. Ya llevas en pie casi tres horas y son las seis de la mañana. Algunos noctívagos aún no se han acostado. Los enamorados del amanecer pueden remolonear un ratito más en la cama. Madrugar es una buena costumbre. Madrugar como tú madrugas, es para gente de otra pasta. 

Amar a tu familia es empezar la jornada y concluirla a las 15’30. Vuelta al hogar, otra hora y media de transporte. Llegar a casa a las 17’00. Comer. Comer a esas horas es de personas extravagantes. Lo tuyo no es apetito: es hambre después de nueve horas y media de actividad laboral. Pero ya sabes: “Hambre que espera saciadura no es hambre ninguna”. Buen ánimo y buen provecho.

 Amarte a ti misma, tu propia estima, tu pulcritud en el trabajo, es ponerte a hacer informes sobre la jornada, incidencias, estándares, procedimientos… hasta las 18’40, a veces las 19’00 o más tarde incluso, cuando el sistema informático anda “cabezón” y la intranet de la empresa no acaba de cargar y cada formulario en el limbo virtual es un tic-tac que te quita tiempo de descanso, mientras baja o no baja del streaming a la pantalla del ordenador. Y después, una hora de charla y a dormir. Dormir ocho horas es hábito de personas saludables. Para ti, dormir ocho horas es un lujo imposible, muy fuera de tu alcance.

Quien no vale para servir, no sirve para mandar ni sirve para vivir

Amar el sentido del deber, la responsabilidad, el compañerismo y el ejercicio impecable de la tarea encomendada es mantener ese ritmo durante cinco días, descansar dos y vuelta a empezar, hasta que el mundo deje de girar sobre sí mismo o surjan vacaciones por medio. No hay domingos ni festivos, no hay fines de semana, ni puentes ni acueductos: sólo ese cinco-dos-cinco como el mito de Sísifo en tus días. Por supuesto, nunca hay tiempo para llegar tarde al trabajo y la palabra “absentismo” no figura en tu universo de valores cotidianos. Cuando falta alguno/a, por el motivo que sea, la operativa se descuadra y todo son problemas. El compañerismo en esta profesión tuya es importante. Consiste en levantarse a las 03’20, salir de casa a las 04’00, tomar un taxi hasta la estación del tren… etc, etc. 

Amar tu legado, el ejemplo que recibiste de tus padres, la educación que te forjó como eres, la puntual integridad en cuanto haces porque así te lo enseñaron, es un acto de renuncia que siempre tiene una enorme recompensa: “Quien no vale para servir, no sirve para mandar ni sirve para vivir”. Así eres. Por eso te entra la risa cuando ves por tv, o en Internet, en cualquier medio, a gente canija, hija de tiempos escuálidos como estos que nos toca sufrir, hablando de la “brecha salarial”, “huelga de mujeres”, “sororidad” y panfletadas similares. Gente que, por supuesto, jamás se ha levantado a las 03,20 para ir a trabajar, aunque es muy probable que se haya acostado a esas horas, y otras de la misma luna, muchísimas veces. Ríes por no despreciarlos/as; porque en el fondo los compadeces. ¿Qué sabrán esos/as de brechas salariales y de estrenar madrugadas? “Si hicieran sus manifestaciones a la hora en que yo me levanto para ir a trabajar, ya verías que poquitas iban”, dijiste hace poco, tras la pasada “huelga” de las que mayoritariamente están de continua protesta y huelga indefinida hasta que el planeta acabe de arreglarse.

¿Cómo voy a llevarte la contraria?

Lo tuyo, amada, es casi de otro mundo. Y por supuesto, y aunque tal vez no lo sepas (aunque tú no lo sepas), tal como te inculcaron desde niña: amor a España.

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