Llamazares, ¿dónde está Nin?

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El día 9 de este mes de noviembre, Gaspar Llamazares, Coordinador General de Izquierda Unida, lee una conferencia en Toledo sobre El significado de la Ley de Memoria Histórica. Yo creo que es una ocasión inmejorable para preguntarle aquello que los militantes del Partido Obrero de Unificación Marxista, en la clandestinidad, perseguidos, acosados hasta la muerte por la policía política del PSUC y de Stalin, escribían en las paredes de Barcelona, tras los sucesos revolucionarios de 1937: ¿Dónde está Nin? Seguro que Gaspar Llamazares, un hombre ecuánime y lleno de bondad, no tendrá la desfachatez de responder lo mismo que, en su momento, afirmó el desalmado jerifalte comunista José Díaz: "En Salamanca o en Berlín".

Probablemente ustedes conocen la historia mejor que yo. Andreu Nin, secretario general del POUM, fue secuestrado por agentes stalinistas que actuaban en Cataluña con la miserable connivencia del gobierno de la Generalitat. Fue trasladado a Madrid, torturado y asesinado. Sus restos mortales nunca aparecieron. El espantajo Negrín, último presidente de la II República, dio por buena la versión del no menos deplorable José Díaz. Según la canallesca lógica de aquella ignominia, a Nin lo habían liberado "sus amigos de la Gestapo". Huelga decir que el delito de este marxista disidente fue el de oponerse a la política de Stalin. Como era de esperar, lo pagó bien caro.

Hay una evidencia histórica que acostumbra a soslayarse, no sé porqué. Con ser muchos y muy abominables los crímenes cometidos durante la guerra civil  por el stalinismo y sus mandados del PCE-PSUC contra los sospechosos de simpatizar con la causa franquista, mataron aún más a gente de su bando. El número de anarquistas, poumistas, republicanos, disidentes del propio PCE e incluso ugetistas y militantes socialistas asesinados por orden del siniestro general Orlov, jefe de la represión stalinista contra la disidencia en España, es espeluznante. Sólo en Barcelona, tras los sucesos de mayo del 37, fueron más de 3000 los "trotskistas" del POUM y anarquistas de la CNT a los que sin sumario ni juicio ni cura que los confesase, se les dio "el paseíllo". Todo lo cual tiene su lógica, me parece. El pacto de no agresión entre Stalin y Hitler estaba plenamente fraguado aunque no firmado, y al carnicero de Gori le preocupaba más tener metida en cintura a su mesnada que el devenir de la guerra española. Así funcionaba el bando republicano: los tarambanas cenetistas y poumistas y buena parte del PSOE empeñados en hacer la revolución, teniendo a las tropas de Franco a cuarenta kilómetros; los nacionalistas vascos y catalanes suspirando por la independencia y negociar ellos mismos, de igual a igual con los italianos o con el mismo Franco, la salida al conflicto, el cual deseaban por encima de cualquier otra consideración desvincular de la suerte de la España republicana; los comunistas ejerciendo de implacables matarifes en nombre de su amo Stalin, tarea que les procuraba tanto trabajo en retaguardia que al frente sólo enviaban carne de cañón; y en mitad de todo el fregado, pasmados, los republicanos, cuyo presidente, el flácido Azaña, pasó en más de una ocasión por el trance de telefonear a Companys, identificándose como presidente de la República, a lo que solían contestar las telefonistas: "Que te crees tú eso".

Pero todo este caos, aquellos desmanes y matanzas, van a encontrar al fin, gracias a la ley de memoria histórica, cumplida reparación. En el texto de dicho cuerpo legal se afirma paladinamente que todos los procesos, condenas y actos represivos cometidos en ambos bandos son nulos de pleno derecho, y como tales serán reconocidos y moralmente compensados. Por eso estoy que me salgo de entusiasmo con la conferencia toledana de Llamazares. Ya verán cómo nos explica de pe a pa, sin pelos en la lengua y sin circunloquios ni sinapismos, porqué su partido -que debe tener una memoria paquidérmica-, asesinaba tanto a diestra y siniestra, a tirios y troyanos y sin mirar a quién. Hasta es posible que nos aclare de una vez por todas dónde está Nin: en Salamanca, en Berlín o en el silencio vergonzante de un partido comunista que sólo ha sabido hacer dos cosas bien en el transcurso de su larga historia: plañir ante los poderosos y cerrar la boca a los más débiles... por las buenas o por las malas.

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