Europa no existe para los Estados europeos. Se presentan a las elecciones, tienen europarlamentarios y debaten con profusión sobre temas que acaban afectándonos, pero eso no significa un crecimiento de la conciencia de europeidad, de verdadera pertenencia atávica a una tierra y a unas costumbres, a una fe y a un destino, sino un vago aumento de presupuestos monetarios y de pérdida de competencias. Si esto es evidente todos los días del año, se hace trágico cuando mueren soldados europeos defendiéndonos de la barbarie.
El pasado jueves 17 de septiembre de 2009 seis militares italianos fueron asesinados en Afganistán. Las noticias lo dieron como acto luctuoso. La progresía pensará que qué hacían tan lejos. La población francesa, sueca o española dirá “han sido italianos” y les afectará más que si hubieran sido vietnamitas, pero no les carcomerá en su interior. Los jefes de Estado, primeros ministros y presidentes habrán enviado notas de condolencia a sus homólogos en Roma. Las televisiones habrán informado sobre el hecho centrándose en los aspectos más “emotivos”...
Pero nada más. Ni siquiera lo simbólico. Ni José Luis Rodríguez Zapatero ni Angela Merkel ni Nicolas Sarkozy han gritado un “¡Honor y gloria a nuestros muertos!”, porque no los consideran “nuestros”, y ese es el gran fracaso de todas las políticas europeas: pensar sólo en quién más puede sumarse a la “Unión”, en medidas económicas y en solidarizarse con los extranjeros en vez de cimentar una unión de conciencias. Nuestros jóvenes están jugándose la vida diariamente en un territorio que fue europeo hace milenios y aquí no se siente hacia ellos ni la menor empatía. Pocos días antes del asesinato de los seis soldados de la península itálica, los de la península ibérica repelieron un ataque donde lo único importante parecían los 13 bárbaros dados de baja. Ninguna palabra al valor, al coraje, a la enseña por la que se batieron, a sus emociones; ninguna palabra de apoyo, ningún signo de que están realizando una labor que les agradecemos, al menos, con nuestro constante recuerdo. En absoluto. Y si eso, en España, no sucede ni siquiera con los españoles, ¿cómo va a suceder con los italianos?
Y sin embargo debería de ocurrir. Y todos los gobiernos de la Unión Europea, e incluso de la Magna Europa, deberían de haber decretado días de luto oficiales; habría sido una medida simbólica e inútil ante el arrebatamiento de esos hombres que no volverán a ser abrazados, pero al menos habría servido para que todos nos sintiéramos más cerca, y Europa no siguiera siendo una entelequía de Bruselas o Luxemburgo. Enseñas a media asta en todos los lugares oficiales por los seis guerreros europeos de Italia que murieron defendiéndonos. Hasta que no sea así no podrán engañarnos, y la Unión Europea será una mentira para destruir los valores de las naciones-Estados de hoy día, con esa lógica de pesadilla que la pensadora Bat Ye’or desarrolla con una sabiduría y una claridad excepcionales. Por desgracia, la Unión Europa quiere ser un Estado que destruya a las naciones, y no una nación que destruya a los Estados. Por eso David Miliband habla de incluir a Turquía y el Magreb; por eso mismo Zapatero organiza la Alianza de Civilizaciones; y por eso también Nicolas Sarkozy alaba la Unión Euromediterránea en su primera alocución la misma noche de su victoria en las elecciones de 2007. Por eso mismo yo los desprecio, y apelo al honor y a la verdad.
En Afganistán han muerto seis soldados europeos, compatriotas míos, hermanos de mi misma sangre. Y la decencia, el respeto y el agradecimiento me obligan a honrarlos en su memoria. Ni olvido ni perdón. Honor y gloria a Antonio Fortunato, Matteo Mureddu, Davide Ricchiuto, Roberto Valente, Gian Domenico Pistonami y Massimiliano Randino. La muerte no es el final.
Contra la falsa Europa, la Europa de los héroes
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