Alguien dijo que con Italia nunca se puede ser del todo pesimista y unas décadas después irrumpió Berlusconi en la política como quien entra de un salto al escenario. Será o no será por Berlusconi pero ya hasta la Fiat ha vuelto a carburar. Silvio Berlusconi sigue siendo el político más odiado de la política europea y eso quizá explique su sonrisa siempre blanqueada y vuelta a blanquear: su manera de devolver la inquina consiste en un guiño, una palmada, en la sensación desconcertante de que -incluso a su enemigo- le está vendiendo algo.
Con Berlusconi lo han tenido muy fácil los intelectuales más mohosos y los perdedores más de izquierdas, tantas gentes dispuestas a condenar no ya al hombre de éxito sino al hombre de acción. En la temperatura personal de Silvio Berlusconi hay de modo permanente una combinación de veracidad y de astucia que quiebra la cintura de cualquier rigidez. Tiene algo de juguetón, de vivo y –en ocasiones- de emotivo, sin apearse nunca de lo teatral. Ahí entroncaría con las notas perennes del ‘Volksgeist’ italiano: esa inteligencia por poco ofensiva que Josep Pla veía lucir por las calles de Nápoles o de Roma con más nitidez que en cualquier otro lugar sobre la tierra. Es casi un logro de lo humano: uno puede ser el millonario más millonario y comer tortellini con la servilleta atada al cuello; uno puede ser el presidente y posar con bailarinas para luego decirle a su mujer que -naturalmente- no iba en serio. La sonrisa playera de Silvio Berlusconi es lo único que no ha podido mejorar la cirugía.
Ningún politólogo hubiese recomendado llamar a un partido ‘Forza Italia’ pero es que Berlusconi ha ido de triunfo en triunfo sin mucha asesoría. Quizá algún día proclame como eslogan ‘Somos los mejores’. En realidad, la clase política y periodística italiana tiene unas calidades de rigor y de formación que no hay en ningún sitio de Europa, muy para el pasmo de quien sólo ve en Berlusconi a un cantante de cruceros con pinta de machista e ideas de fascista. La derecha italiana es mucho más, con algo de ‘establishment’ empresarial y universitario, responsable, de un alto tono humano que va más allá de adivinar la ideología según el grosor de los lunares de la corbata. ¡Magnífico país con senadores vitalicios y padres republicanos que citan a San Agustín!
Por supuesto, ya es tarde para que la izquierda cambie de opinión sobre Berlusconi y siempre que lo veamos dará la sensación de que está a punto de dedicarnos un bis de ‘Volare’. Más cercano a la facundia que a la ‘sprezzatura’, todavía se podía pensar en Berlusconi como un pragmático pero eso fue hasta la irrupción del caso de Eluana Englaro. En una historia de tanta tristeza e inejemplaridad, he ahí que Berlusconi se ha desenvuelto con una responsabilidad –con una piedad- que no le ha de pagar nada. Eluana ha muerto a manos de quienes debían matarse por cuidarla pero –del sueño al cielo- al menos tuvo a un ‘cavaliere’ en su defensa.
Bravo Berlusconi
Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.
¿Te ha gustado el artículo?
Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.
Quiero colaborar