Un libro que debería permanecer escondido debajo de la almohada es Enrique de Ofterdingen, obra inconclusa de Novalis, cuya juventud permanece intacta a pesar de los embates del tiempo y las modas.
Novalis murió a los 29 años en 1801, dejando inconclusa la que parecía ser una obra monumental, cuya finalidad última era encontrar la « flor azul » de la sabiduría.
Que aún podamos encontrar en ciertas librerías, entre los desechos polvorientos, una buena vieja edición de este libro, nos muestra hasta qué punto estamos aplastados por la basura de las novedades, y cómo obras que pueden enseñarnos son carcomidas por el polvo y el olvido.
« Sólo aquel a quien todo el pasado se le torna presente, consigue descifrar la sencilla ley de la historia. Nosotros sólo llegamos a fórmulas tan complicadas como insuficientes, y ya podemos darnos por satisfechos si hallamos una norma que nos guíe en nuestra breve vida personal », le dice a Enrique un viejo anacoreta, a quien encontró mientras excursionaba por una húmeda cueva, acompañado de mineros.
El sabio hombre retirado va más allá y le dice que « el sentido auténtico de las histiorias humanas tiende siempre a desplegarse tardíamente, y por eso conviene estudiarlas mejor bajo la influencia apacible del recuerdo que no en el fragor de la impresión presente. Los hechos más próximos se ven unidos a los más lejanos por una simpatía que resulta siempre más maravillosa cuanto más superficial se juzgue, a primera vista, su relación »
El joven Enrique sueña y la obra transcurre durante un viaje que hace con su madre a la tierra de sus abuelos, llamado por el conocimiento del mundo y la necesidad de escuchar las historias comunes y corrientes que alegran a los viajeros y a los solitarios. Pese a que para los contemporáneos la obra de Novalis puede estar cargada de inútiles florituras, en Enrique de Ofterdingen quienes hablan de poesía son personas sencillas, comerciantes, mineros, contadores de historias. No hay en la proposición del poeta ninguna tendencia al aislamiento enfermizo, sino la certeza de su necesidad en un mundo de sables y verdades sanguinolentas como las guerras de los cruzados a que hacen referencia envalentonados musculosos.
«El poeta aprende a conocer ese instrumento suyo por el ejercicio y la meditación y acaba por saber exactamente lo que puede hacer de él; y no deberá intentar nunca el ensayo de arrancarle, a la fuerza, mas de lo que da a buen grado (…) Por la audacia de los saltos son admirados los títeres y no los poetas », le dice Klingsor.
Klingsor responde a Enrique de Ofterdingen a propósito de la guerra, que « es el caos en estado de agitación. Nuevas partes del mundo y nuevas gentes quieren brotar y surgir de ella. La guerra verdadera es la guerra religiosa, que sólo persigue la destrucción, y en ella se manifiesta en todo su exceso la locura humana. Muchas guerras, y sobre todo las que nacen del odio nacionalista, pertenecen a esta clase», agrega.
En los muchos encuentros y diálogos de Enrique con extraños personajes, se destila una ingenuidad cargada de paz y sabiduría, porque está alimentada por el deseo de escuchar y no permanecer anclado en sus dudas para siempre. Durante la historia se va definiendo esa enfermedad que es la poesía, cuyo virus es una misión de belleza y hondura, según Novalis. Pese a que dos siglos nos separan de esta obra, es evidente que el poeta sigue siendo un « enfermo ».
Ante tanta belleza y sabiduría « anacrónicas » no me ha quedado más alternativa que comprar varios ejemplares de esta empolvada edición de Austral vendida en saldo, para regalar a los amigos que muestan a veces una peligrosa proclividad hacia « lo nuevo », olvidando que la juventud sólo existe cuando deja de serlo.
Confieso que a la lectura de los poetas jovenes actuales, prefiero la de los poetas jóvenes ya muertos desde hace tiempo, entre quienes se encuentra Novalis, uno de los que no envejecerá nunca, como no envejecen los cuentos ni el amor.
(México. 1983. Textos nómadas)
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* Novalis. Enrique de Ofterdingen. Traduccción de Germán Bleisberg. Colección Austral. Espasa Calpe. Buenos Aires. Argentina. 189 páginas.