Cicerón y sus amigos

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En Cicerón y su amigos, Gaston Boissier nos ofrece una visión de la sociedad romana en tiempos de César. Con la prosa exacta y concisa de los polígrafos decimonónicos, el autor nos hace vivir los tiempos de Cicerón y describe con maestría los ámbitos donde se desarrollaron sus proezas oratorias. Tal vez todo aquello sólo pertenezca a la ficción, o sea la novela imaginaria de un contemporáneo sobre un imperio tan lejano en el tiempo, que todo acercamiento a sus glorias se vuelve quimera. Pero asistimos así a los estrados del foro romano y observamos a los senadores de cabellos hirsutos vociferando mientras afuera, por las calles de tierra, la algarabía de libertos, esclavos, soldados y extranjeros se acrecienta al llegar una legión de las Galias. Por el Aventino o al lado del Tíber, los contertulios de Atico o Clodia hacen la fiesta en lujosas mansiones. En el Coliseo varios lones devoran a un esclavo y dos gladiadores pelean a muerte ante la vista excitada de los espectadores. Como en la actualidad, los hombres luchan por el poder en medio de intrigas y traiciones. Los candidatos compran los votos y la masa recibe hoy con vítores al derrotado de ayer, a quien escupieron sin límites.
Ante la angustiosa imposibilidad de palpar las épocas remotas, toda reconstrucción histórica nos atrapa en su redes de ébano. Para conocer Bizancio recurrimos al Belisario de Graves ; para conocer Roma acudimos a las Memorias de Adriano de Yourcenar. Así tenemos la ilusión de palpar seres míticos, de asistir a sus cenas y de conocer sus pasiones. No importa que de su verdaera historia sólo nos lleguen ecos de otros ecos, sombras de otras sombras. Como un caracol interminable el tiempo destiñe sus colores auténticos y en la concavidad oscura su grito se vuelve el guiño de un poeta. El cine de la materia nos proyecta el derroche de Dolabela, la lujuria de Clodia, a la que Catulo hizo Lesbia, la derrota de Pompeyo y el triunfo de César. Por el Mediterráneo, una nave carga estatuas marmóreas hechas en Atenas y, entre la noche, un centurión incita al pillaje de una población oriental y perdida.
Qué poca diferencia hay entre aquellos tiempo s y estos, si nos atenemos a la sabia descripción que de aquel imperio hace Boissier. Tres frentes se disputan el protagonismo de una época : la masa, el populacho, que se deja llevar por las pasiones y por las vanas promesas ; los políticos ambiciosos que se apoyan en los intereses de una casta y los poetas, que fluctúan entre la tribuna y los caracoles de ébano de su fantasía.
Al referirse a las indecisiones y fracasos de Cicerón, el autor dice que « el literato goza de un talento más completo, más capaz, más amplio, que el político, y esta amplitud le estorba y le contraria cuando pone mano en los negocios. Suele preguntarse qué cualidades se debe poser para ser hombre de Estado. ¿No sería más justo averiguar cuáles son las que conviene que falten ? ¿No se revela muchas veces la capacidad política por límites y exclusiones ? Una vista de las cosas demasiado fina y penetrante puede ser un obstáculo para un hombre de acción, que debe tomar decisiones rápidas a causa del gran número de razones contrarias que le ofrece. Una imaginación demasiado viva, presentándole muchos proyectos a la vez, le impide fijarse en ninguno » .
Boissier, que publicó este libro en 1865, fue hijo de una época que todavía no se desbocaba por los abstrusos meandros de la ciencia social. El sabio decimonónico, fiel a sus clásicos, tenía mucho más tiempo para llegar a la esencia del acontecer histórico, ya que no interferían en sus investigaciones los conceptos « científicos », las diacronías y las sincronías de una mecánica del espiritu. Viejos sabios de duna y atardeceres, los polígrafos sabían que la vida era un caracol incesante y que las pasiones humanas difieren poco a medida que pasan los siglos. No requerían de vanas y eruditas estadísticas para desentrañar las ambiciones de un tirano o la ingenuidad de un demócrata. No se fiaban de ciertas periodizaciones para adivinar a posteriori las razones de un asesinato político.
Por el contrario, el pecado de Boissier y sus amigos, padres de la historiografía francesa, consistió en fiarse demasiado en el lado humano de su protagonistas. Al leerlo, la historia no se nos aparece como una máquina de procesos escalonados tendientes a un fin paradiasiaco, sino como un círculo concéntrico donde los nuevos adminículos y l as nuevas costubres no logran diluir las esencias. Como emanaciones de una roca milenaria, como viscosidades de un molusco centenario, cual corales, los hombres reproducen sus conflictos a su guisa, imprimiéndoles tonalidades inéditas. Hoy como ayer, del fondo de los barrios plebeyos, aparece de pronto la horda que venga la humillación de los suyos. Hoy como ayer, los gobiernos revolucionarios que acceden al poder cargados de ilusiones se vuelven de inmediato conservadores : « Ordinariamente, los partidos son injustos en sus quejas cuando se ven vencidos, crueles en sus represalias cuando vencedores y dispuestos a permitirse sin escrúpulos, en cuanto pierden , lo que censuran severamente a sus enemigos (…) El éxito es algunas veces más fatal a las coaliciones que los descalabros. Cuando el enemigo común, cuyo odio los reúne, está vencido, reaparecen las disensiones particulares », nos dice el autor de Cicerón y su amigos.
Boissier, Michelet, Montaigne, buceadores palpitantes del pasado. Novelistas del tiempo. Su lectura, que nos lleva a la tranquila disección de la historia, nos ayuda, muchos siglos después, a entender un presente cuyos misterios son simples como el viento y la lluvia. Agredidos por la absurda información diaria, no tenemos sosiego=2 0para entender la concéntrica circulación de lo mismo. Aplastados por la noticia, deshechos por la minucia del acontecimiento, somos mucho menos que la plebe de Roma y Bizancio. Juguetes sin voz y sin voto. Prisioneros dentro de los caracoles de ébano de la historia.

-------Gaston Boissier, Ciceron y su amigos (2 tomos). Biblioteca Joven. Fondo de Cultura Económica. SEP/CREA. México, 1986. 209 y 189 pp.

Sábado. Uno mas Uno. Octubre 11 de 1986.
 

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