Los periódicos (pero El Manifiesto no es un periódico normal), no dicen, como siempre, nada de lo fundamental. Presentándolos de forma sumamente aséptica, dan desde luego los datos de la crisis más grave vivida por el capitalismo desde 1929; pero lo hacen hablando de los cientos de miles de millones de dólares volatizados… como si se hubieran esfumado por arte de birlibirloque; como si no hubieran ido a parar a ningún bolsillo y como si de todo ello no se impusiera sacar consecuencias tan drásticas como demoledoras.
Los periódicos (pero El Manifiesto no es un periódico normal), no dicen, como siempre, nada de lo fundamental. Presentándolos de forma sumamente aséptica, dan desde luego los datos de la crisis más grave vivida por el capitalismo desde 1929; pero lo hacen hablando de los cientos de miles de millones de dólares volatizados… como si se hubieran esfumado por arte de birlibirloque; como si no hubieran ido a parar a ningún bolsillo y como si de todo ello no se impusiera sacar consecuencias tan drásticas como demoledoras.
Seamos, sin embargo, indulgentes con nuestros medios de incomunicación. Si se hicieran las preguntas que están sobre el tapete, no tendrían más remedio que abjurar del sistema de cuyo sostenimiento son parte integrante. Un sistema cuya existencia misma es lo que pone en jaque la crisis actual. Tranquilícense, sin embargo, sus defensores: la crisis tal vez no sea mortal. Resucitando las viejas recetas del intervencionismo socialdemócrata, es posible que el enfermo logre sobrevivir. Pero… ¿por cuánto tiempo?
¿Bastará el billón de dólares (un millón de millones; en cifras queda más bonito: 1.000.000.000.000 US$) que el erario, es decir, los contribuyentes norteamericanos va a gastarse para cubrir el dinero “volatilizado” y evitar el colapso del sistema financiero mundial? Y si la dádiva basta en lo inmediato, ¿quedarán fondos suficientes las próximas veces en que el papá Estado tenga que rescatar al nene cuando éste vuelva a caerse en el pozo?
Volverá, esto es seguro. Porque lo más extraordinario es que la multimillonaria asistencia se produce… ¡sin contrapartida alguna, sin atacar el mal en su raíz, dejando las cosas (salvo declaraciones retóricas) tal como están! Una de las causas del crack evitado por los pelos son, por ejemplo, las operaciones de compra al descubierto de acciones. Nadie, sin embargo, ha prohibido esas operaciones de la más salvaje especulación. Sólo han sido suspendidas… ¡hasta el 2 de octubre!
Lo mismo cabe decir de la otra gran medida: papá Estado se hace cargo de los créditos imposibles de cobrar que los bancos han acumulado como consecuencia de la desenfrenada codicia que les ha llevado a concederlos… no por un desajuste del sistema, no por una disfunción del capitalismo financiero-especulativo, sino porque ésta es exactamente su naturaleza y su función.
Seamos sinceros: usted, yo, todos nosotros, si fuéramos banqueros (pero afortunadamente no tenemos el oprobio de serlo) haríamos exactamente lo mismo. ¡Oiga, esto es un auténtico chollo! Movidos por la rapaz avidez que caracteriza a dicho gremio, se dedican, mientras pueden, a especular con enrevesadas operaciones de altísimo riesgo que generan beneficios astronómicos, así como sueldos de vértigo para los encargados del tinglado. Tarde o temprano llega, sin embargo, un momento en que los riesgos asumidos acaban conduciendo a la quiebra. Pero, ¡tranquilos, no pasa nada! Ahí está el Estado (llamémoslo así, pues esto de “res publica” sólo tiene el nombre) que ¡se hará cargo del agujero negro… sin exigir la menor responsabilidad a nadie! Y vuelta, por tanto, a empezar (salvo si fueran rematadamente tontos; cosa que, por nuestra desgracia, bien sabemos que no son).
¿Significa ello que el Estado no hubiera tenido que intervenir para nada, como lo propugna, por ejemplo, coherente al menos consigo mismo, un amargo Federico Jiménez Losantos? ¿Significa ello que el Estado hubiera tenido que dejar que la situación se pudriera por sí misma, llegaran sus consecuencias hasta donde llegaran? No, en absoluto. Cuando ha quedado meridianamente claro hasta qué abismos de insensatez puede conducir la codicia de los hombres entregados sin cortapisas al ejercicio de la actividad económica, la intervención pública –la de la “res publica”, no la de una maquinaria ciega y burocrática– se hace impostergable. Pero no para salvar los muebles del sistema que planta sus cimientos en la absurdidad, la codicia y la fealdad, sino para acabar con él.
Adam Smith, que comparte con Karl Marx –cada uno en su respectiva trinchera– el dudoso honor de constituir las dos figuras teóricas más decisivas y nefastas de la modernidad, decía, como es sabido, que una “Mano invisible” (a la que se agarraban y tal vez tengan la desfachatez de seguir agarrándose los liberales de variopinto pelaje) se encarga de solucionar, sin necesidad de ninguna intervención pública, los desajustes que el capitalismo –demagógicamente denominado “libre mercado”– pueda producir. Ahora que la Mano invisible ha sido incapaz de solucionar un “desajuste” por valor de 1.000.000.000.000 US$, ha quedado claro, una vez por todas, que lo mejor que puede hacerse con la Mano invisible es cortarla de tajo.
Como también hay que cortar la otra, la muy visible “Mano” a la que se agarran retóricamente los izquierdistas de variopinto plumaje. “Mano visible”, “Mano de hierro” que, empuñada por el “Estado socialista”, tendría la aberrante misión de pretender acabar con las insensateces del capitalismo destruyendo nada menos que la propiedad y el mercado: la institución en la que, desde que los hombres son hombres, éstos se encuentran, intercambian, compiten y comercian.
Nada se logrará y el mundo seguirá asfixiándonos hasta que no quede claro que se puede y se debe impugnar el capitalismo sin que ello signifique en modo alguno defender el socialismo. Es más, los dos comparten hasta tal punto la visión materialista, individualista e igualitarista del mundo que lo único que tiene sentido es echar simultáneamente por la borda cualquiera de los “ismos” imperantes.
J. R. P.