Álvaro Uribe

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Fueron tantos los años de postración para la ilustrada república de Colombia que el gobierno de Álvaro Uribe alcanza la estatura de una edad de los milagros. Con índices de aprobación por encima del noventa por ciento, un país tan vastamente dañado reconoce la cualidad de padre de la patria de un presidente cuyos únicos excesos –en medio de la gallera hispanoamericana- son los del trabajo y la modestia. Alégrense el Cauca y el Magdalena, salten la sierra y los llanos: es mérito de Álvaro Uribe haber restañado el buen nombre, haber reintegrado la dignidad y la confianza a la vieja patria de los gramáticos y los botánicos y los próceres.
 
Colombia exporta y bulle, Tirofijo ha muerto, los nacionales viajan ya sin miedo por tanto terreno nacional como el miedo les quitó. Ahora habrá que fijarse en Colombia para decir que sí se puede: la administración de Uribe ha regenerado la solidez institucional de una nación cuyo Congreso –hace apenas quince años- estaba infiltrado por el dinero del narcotráfico. Así llegó al poder –por ejemplo- Ernesto Samper. Se muda la percepción internacional del país de la violencia al país capaz de tanta convicción como para defender sus valores ante el encono de sus vecinos, al país capaz de la determinación y la eficacia para liberar a Betancourt y ofrecer al mundo una de las noticias de extensión más puramente positiva de estos tiempos. El paro baja y la inflación no sube. Adiós a la resonancia siniestra de Cali o Medellín.
 
Esa voluntad de normalidad y prosaísmo de Álvaro Uribe ha sido una hiperactividad en pro del más sano orgullo nacional. No está de más decir que los políticos suelen ser de convicciones más volubles: por contraste, Uribe ha tenido el antiheroísmo de negarse a que Colombia sea un país de excepción. Enjuto y miope, este señor con más dioptrías que carisma tiene ya el contorno épico de haber sobrevivido a mil y un atentados. Su padre, en cambio, fue asesinado por las FARC en el 83.
 
Poco a poco, la prensa internacional ha ido reconociendo con todo el dolor del mundo tanta beneficencia como ha significado este amigo de Aznar y de Bush, de santa templanza a la hora de tratar con Chávez y animosidad extrema contra narcos y terroristas, paramilitares y corruptos. Uribe ha estado siempre solo, como están solos los valientes: el único conservador en la universidad, la única derecha de una Iberoamérica en la marea del chavismo. En todos los sentidos, Uribe es hombre de fe al tiempo que es hombre de razón y convicciones, de integridad y arte del gobierno. En su primera campaña prometió ‘mano firme’ compensada con un ‘corazón grande’. Tampoco le faltó cintura. Hoy suenan tedéums en la feliz Colombia porque muchos pueden bailar el vallenato en libertad.

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